“No todo aquel que besa ama. Porque en el amigo más íntimo, en
aquel que te adula, en aquel cuya voz se omite, en aquel que comparte tus alegrías, y se gana tu confianza, también puede esconderse un Judas.”
En el mundo cristiano, todos conocemos la historia de Judas: Aquel discípulo que traicionó a su Maestro; a Jesús, el Mesías prometido. Según las Sagradas Escrituras, luego de su traición, Judas decidió suicidarse ante el peso de la conciencia, pero… ¡Judas no está muerto, todos tenemos fotos con él!… En la gran mayoría de los casos, no nos percatamos, pero sí lo intuimos.
El salmista David profetizó la traición de Judas y de manera acertada describió con certeza: “Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, se alzó contra mí.” (Salmo 41:9).
Tengamos presente que si la persona más noble que pisó la Tierra, sufrió una gran traición; aquel que tenía el corazón más puro y sincero en el cual no se halló maldad alguna, ¿qué podemos esperar nosotros?…
En los ojos del traidor habita un puñal que se camufla en el abrazo más tierno. Ese puñal zarco, con su hoja afilada de mirada altiva, se pule con la envidia de labios lisonjeros. La traición se esconde en promesas rotas, en miradas evasivas, en mensajes de texto no respondidos, en llamadas perdidas, en excusas no pedidas, en detalles no mencionados, en ese abrazo artificial que no toca el alma, en un beso hipócrita, en esa voz que difama y que se oculta entre las sombras de tertulias mientras nuestra presencia está ausente; todos son ingredientes del veneno de la lealtad fingida.
Y aunque una traición puede cortar en lo más profundo y dejar cicatrices imborrables, un corazón que ama carece de resentimiento.
Como dice un proverbio chino: “Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto.” No existe mayor dolor que la vil traición perpetrada por aquel que se hace pasar por un hermano; esa persona en que confiabas ciegamente, creyendo que su existencia iba más allá de los lazos de la sangre. Como Jesús cuando caminaba con Judas, sus vidas se entrelazaron, compartieron largas caminatas, risas, lágrimas, anécdotas y enseñanzas. Al parecer, eran cómplices de la complejidad de la existencia.
Así también, nosotros encontramos aliados en el juego de la vida, pero poco a poco, los intereses voraces y vulgares de la conveniencia, comienzan a teñir la relación hasta llevarla a la decadencia. Se desvanece la sinceridad, y las máscaras comienzan a caer y a revelar la verdadera naturaleza de aquel, que una vez considerabas la leña que mantenía la llama de la confianza.
La traición duele en lo más profundo del ser; es una herida que tarda años en sanar. Es como si alguien te hubiera arrebatado una parte esencial de ti, y después la pisotea sin piedad, pero no antes sin dejar de germinar y hacer florecer la decepción para que se convierta en compañera constante, y haciendo de la confianza, un tesoro muy frágil. ¡La decepción más grande es siempre consecuencia de la traición!
Pero a pesar del dolor, debemos negarnos a permitir que la traición nos defina. Debemos negarnos a ceder nuestro poder, a ceder la capacidad de amar y de confiar en otros seres humanos. Nunca debemos dejar que la traición nos arrastre en su infamia. Mas bien, exhorto a abrir los ojos, a ir más allá de las palabras, de las apariencias. No se dejen seducir, presten atención a los detalles y a los acuerdos velados por más pequeños que estos sean. ¡Cuidado con el que te adula, porque el que hoy te compra con adulación, mañana te venderá con su traición!
Cómo decía el poeta y prosista español, Antonio Machado: “En el análisis psicológico de las grandes traiciones encontraréis siempre la mentecatez de Judas Iscariote.” Por consiguiente, los exhorto a abrir los ojos, a ir más allá de las palabras, de las apariencias. No se dejen seducir. Presten atención a los detalles y a los acuerdos velados por más pequeños que estos sean. No obstante, y ante todo, tampoco se conviertan en criaturas desconfiadas y amargadas, pero estén alertas, sean cautelosos. Entreguen su amor, su confianza con prudencia, no con miedo. Porque aunque perdonar es un acto hermoso y liberador, no podemos olvidar la lección que hemos aprendido. Mantén tus ojos abiertos, tu corazón protegido dispuesto a amar, a confiar nuevamente, pero sin olvidar que el mundo está lleno de personas que persiguen intereses egoístas.
¡Hoy más que nunca, muchos Judas quieren posar en tus fotos!
“Lo más hiriente de cualquier traición es que nunca es un enemigo quien la firma.” La amistad lleva ácida honestidad. Más, no permitas que el engaño de algunos te endurezca, sino que te ensanche. Que tu corazón siga latiendo, lleno de compasión, de amor. Ama, pero no te ciegues porque el amor no es ciego. Lo que nos ciega son las expectativas, la necedad de meter el corazón donde bien sabemos que no cabe. No olvidemos que aunque Judas vive, también lo hace la fe. Aunque la traición existe, también lo hace la lealtad.
Recordemos que: ¡Con los Judas no se pelea… Ellos se ahorcan solos! Porque por cada rostro que oculte un Judas, hay miles que resguardan a un samaritano, a un amigo fiel, a un compañero leal. Porque cada promesa rota también tiene innumerables juramentos cumplidos. Por cada mirada evasiva, hay incontables ojos que se atreven a mirarte directo con valentía, con veracidad. Así que jamás dejaremos que la traición defina nuestras vidas. Vamos a reaccionar sofisticadamente ante ella; lo haremos con sabiduría. Porque no es la presencia de Judas lo que define nuestro camino, sino nuestra capacidad de no rendirnos cada vez que un Judas se revela. Cada vez que la traición nos hiere, cada vez que nos lastimen nos levantaremos más fuertes, decididos, más vivos, más anchos. No te sientas solo, mejor siente la presencia de Dios que lo inunda todo. Esa es la verdadera victoria, esa es la verdadera vida: ¡seguir adelante a pesar de todo, a pesar de Judas!
¡Dios los bendiga y los guarde!
Frank Zorrilla
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