Mis queridos amigos y hermanos,
“Buscando la salamanca
Hasta los montes llegué
Fui pidiendo para mí
Fortuna, fama y poder.
La noche envolvió mi sombra
Antes del amanecer.
La fama es la gloria eterna
Que alguna vez sucedió
El dinero puede ser
Tal vez una condición
La fortuna es el tesoro
Que resguarda el corazón.”
Peteco Carabajal
Hasta los montes llegué
Fui pidiendo para mí
Fortuna, fama y poder.
La noche envolvió mi sombra
Antes del amanecer.
La fama es la gloria eterna
Que alguna vez sucedió
El dinero puede ser
Tal vez una condición
La fortuna es el tesoro
Que resguarda el corazón.”
Peteco Carabajal
Esas dos estrofas de la canción escrita e interpretada por Peteco Carabajal, hacen referencia a las tres condiciones que la gran mayoría de los seres humanos conscientes anhelan en mayor o menor grado. Me refiero a la fortuna, la fama y el poder.
¿Qué ser humano debajo del sol, y a través de los tiempos, no ha sido tentado por poseer cualesquiera de esas tres condiciones o estatus dentro de una sociedad?…
La avaricia corroe el buen juicio, y cuando la aspiración sólo contemple obtener una de ellas, la mezquindad vestida de codicia anhelarán la obtención de las otras; porque el corazón del hombre es un pozo sin fondo, jamás se llena.
El mundo social, de una forma seductora y atrayente, sirve de marco en la formación del hombre desde sus primeros años de la adolescencia para que éste, subconscientemente, adopte una mentalidad ambiciosa para poseer cosas. Una sociedad que aunque nos parezca irónico, tiene su esbozo precisamente en el seno de la familia. De ahí que la programación que recibimos desde muy pequeños es que la fortuna, la fama y el poder son sinónimos de una “vida exitosa”. No obstante, no podemos obviar que también somos constantemente bombardeados por los medios de consumo; quienes con su estrategia mercantil, usan imágenes emblemáticas de figuras artísticas, empresariales y/o deportivas para despertar la codicia como atributo a producir cambios favorables a nuestro bienestar a través de la fama y la fortuna…Desde luego que, una vez se obtienen esas dos condiciones sociales, ese gran monstruo que todos poseemos llamado: “ego”, se estimula, elevándonos a una estratosfera social donde la manipulación es utilizada como herramienta para controlar a otros a nuestro antojo. De ahí los caprichos, desvaríos, tropelías y desafueros al probar y embriagarnos con las dulces, pero efímeras mieles del poder.
En la psicología social se estudia el comportamiento que subyace a la preocupación por el dinero y el éxito. Pero, ¿de dónde proviene este comportamiento?… La sociedad ve cómo valores funcionales: la competitividad y la ambición, porque según estiman los expertos en sociología, estas prácticas inciden en la innovación y en un cambio positivo al desarrollo del hombre como ente social. Por consiguiente, lo contrario a una actitud competitiva es visto como la ineptitud o inhabilidad producto del hombre mediocre. Un hombre rezagado en un conformismo irracional que se resigna a un funesto estatus quo.
Nada en la vida es eterno, todo es transitorio. La fama en un momento dado, puede tanto exaltarnos o enaltecernos, como también, humillarnos y quizás arruinar toda una trayectoria de éxitos y logros. Es una espirar tanto ascendiente, como descendiente. ¡En honor a la verdad, no existe algo más falso que la fama! Es una burbuja donde el ego es el protagonista. A mayor fama, mayor ego, por lo que una vez la obtienes la soledad puede ser su sombra. Se pierde la privacidad, el encierro o la limitación de movimientos se convierte en rutina y todo cuanto haces o dices es puesto sobre el tapete. No obstante, desde el punto de vista psicológico, la fama puede afectar el autoestima, además de catalizar la depresión, ansiedad y trastornos bipolares o síndrome excesivo compulsivo caracterizado por fuertes subidas de ánimo seguidas de caídas en picada cuando la valoración se pone en entredichos.
Según un estudio, solo un 2% de la gente que alcanza la popularidad, es famosa de forma duradera.
¡La fama es compañera fiel de los halagos que engendran alas someras! Estas alas, son entes incorpóreos en la mente alucinante del que la posee, elevándolos a una dimensión quimérica. De ahí que los antiguos emperadores romanos tenían subalternos para hacerles recordar que, aunque se creían dioses, todavía eran seres mortales. No obstante, una vez se pone en entredicho el prestigio y la reputación, paradójicamente, la fama toma otra perspectiva, y toda esa burbuja creada de la personalidad, se desmorona y se hace migajas como un castillo de naipes. Como bien dijo el poeta griego Hesíodo: “La fama es peligrosa: su peso es ligero al principio, pero se hace cada vez más pesado el soportarlo y difícil de descargar”.
Son tantas las historias desafortunadas de hombres y mujeres a través de los tiempos, quienes en busca de fortuna, fama y poder, perdieron lo más relevante en la vida del ser humano; el amor fraterno, el calor familiar, la convivencia armónica entre seres homogéneos. La ambición corroyó sus corazones una vez probaron el dulce néctar que produce la abundancia de bienes. ¡Nunca era suficiente, jamás es aceptable la satisfacción! El poseer dinero no sosegaba la ansiedad, se necesitaba también, la manifestación del poder. “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.” (1 Timoteo 6:10).
No es casualidad que el Hijo de Dios fuera tentado específicamente en estos tres aspectos. Satanás le ofreció abundancia de pan (bienes para satisfacer su carne), ensalzamiento a través de la fama (satisfacción personal), y poder absoluto (para enaltecer su ego). Tres condiciones esenciales que todo ser humano consciente desea obtener. Pero,
¿cuáles fueron las respuestas de Jesús ante los ofrecimientos capciosos de Satanás?…
Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que esas piedras se conviertan en pan. Él respondió con una cita de Moisés cuando el pueblo de Israel andaba en el desierto: “Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”,,, Jesús hacia mención de Deuteronomio 8:3. Dejándole saber a Satanás que aun en la desesperanza de bienes materiales para satisfacer la carne, Dios suple provisiones al menesteroso, así como provee alimento a otros seres vivos.
Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el lugar más alto del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra.”… En esta tentación, Satanás se refería a las palabras inspiradas que había escrito el rey David en el Salmo 91 versículos 11 y 12 respectivamente. Satanás de manera astuta eligió esos versículos sin mencionar en lo absoluto los versículos anteriores, donde menciona poner a Dios como la esperanza y habitación primeramente ante todo lo demás. Pero Jesús, estando consciente de que Satanás conocía lo que ya había sido escrito, respondió con otra cita de Deuteronomio 6:3 donde el pueblo de Israel tentó a Dios en Masah: “No tentaréis a Jehová vuestro Dios”. El pináculo del templo significaba: la cúspide o fama dentro de la sociedad santa de ese entonces. En otras palabras, Satanás se refería al culto a la imagen del hombre. Es decir: Los elogios, la alabanza y la gloria del hombre pueden brindarte fama sin temor a que nadie se interponga en tu camino porque eres lo máximo, lo más sublime que tiene una sociedad. No obstante, la respuesta de Jesús dejó claro que: Somos una creación homogénea, donde la adoración a la imagen del hombre es una afrenta al Creador, y sólo a él debemos enaltecer.
"Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si puesto de rodillas me adorares" (Mateo 4:8). Entonces Jesús respondió a Satanás con otra cita de Deuteronomio 6:13, donde Moisés le hace recordar al pueblo de Israel que conociendo la Omnipotencia de Dios, sólo a él debemos temer, adorar y servir… Es decir, que cuando el hombre impone su poder para controlar a sus semejantes a su antojo, la egolatría, la arrogancia, el orgullo y el culto a su imagen florecen hasta el punto de comenzar a sufrir de un síndrome que en la psicología popular se denomina: “Complejo de dios”.
Es importante destacar que este artículo no trata en lo absoluto; reprobar o detestar la prosperidad, porque es el deseo de Dios que seamos prósperos. “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”. (3 Juan 1:2). El asunto estriba en no permitir que la obsesión y la avaricia impida nuestro crecimiento espiritual. Tampoco se trata en ser conformistas o mediocres, porque Dios siempre llama a la excelencia. Somos su creación, por consiguiente, debemos esforzarnos a la perfección de Cristo. “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo…” (Efesios 4:13).
Qué la búsqueda incesante de la fortuna, la fama y el poder no deterioren tu felicidad, y robe tu gozo espiritual; porque al final, y como bien dijo el sabio Salomón después de ostentar riquezas, fama y poder: “Todo es vanidad y aflicción de espíritu.” (Eclesiastés 1:2).
¡Qué Dios los bendiga y los guarde!
Frank Zorrilla