Mis queridos amigos y hermanos,
“Buscando la salamanca
Hasta los montes llegué
Fui pidiendo para mí
Fortuna, fama y poder.
La noche envolvió mi sombra
Antes del amanecer.
La fama es la gloria eterna
Que alguna vez sucedió
El dinero puede ser
Tal vez una condición
La fortuna es el tesoro
Que resguarda el corazón.”—
Peteco Carabajal
Estas dos estrofas, sencillas pero profundas, condensan las tres ambiciones que han seducido al ser humano desde los albores de la historia: la fama, la fortuna y el poder.
¿Quién, bajo el sol, no ha sido tentado alguna vez por alguna de ellas?
La avaricia, dice la Escritura, "corroe el corazón" (Eclesiastés 5:9). Y cuando la búsqueda del alma se reduce a obtener solo una de estas tres cosas, la codicia, vestida de mezquindad, pronto exige las demás. El corazón humano es como un pozo sin fondo: jamás se llena.
El mundo, con su brillo seductor, moldea desde la infancia una mentalidad de conquista. Nos enseña que el éxito se mide por la abundancia material, los aplausos y la influencia. Así, el sistema convierte la ambición en virtud y el ego en motor de progreso. Y es que somos constantemente bombardeados por los medios de consumo; quienes con su estrategia mercantil, usan imágenes emblemáticas de figuras artísticas, empresariales o deportivas para despertar la codicia como atributo a producir cambios favorables a nuestro bienestar a través de la fama y la fortuna. Pero detrás de ese brillo hay un abismo: la idolatría del yo.
"El hombre es un abismo; lo miras y te mareas."— Friedrich Nietzsche
"Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" (Jeremías 17:9)
De ahí los caprichos, desvaríos, tropelías y desafueros al probar y embriagarnos con las dulces, pero efímeras mieles del poder.
¡No existe algo más falso que la fama! Porque es un espejismo que primero exalta y luego humilla. Promete inmortalidad, pero entrega soledad. Es una llama que brilla con intensidad... y se apaga con rapidez.
Desde la perspectiva de la psicología, la fama es un arma de doble filo para la mente. Despierta euforia y ansiedad a partes iguales y, con frecuencia, siembra las semillas de la depresión. Alimenta el ego con dulzura, pero ante el menor cuestionamiento, lo desmorona sin piedad. Según algunos estudios, solo un 2% de los que alcanzan notoriedad logran mantenerla de forma duradera; el resto se desvanece lentamente, en la bruma del olvido.
"La fama es peligrosa: su peso es ligero al principio, pero se hace cada vez más pesado el soportarlo."—Hesíodo.
Los antiguos emperadores romanos, conscientes del peligro de la vanagloria, tenían sirvientes cuya única función era recordarles al oído: "Recuerda que eres mortal." Hoy, en cambio, muchos anhelan que la multitud les diga lo contrario.
"La gloria del mundo es transitoria, pero la vanidad humana no tiene fin." —Arthur Schopenhauer
¡La fama es inseparable compañera de los halagos que engendran alas de humo! Estas alas, etéreas y vacilantes, existen solo en la mente febril de quien las posee, elevándolo a un reino quimérico donde lo imaginario se confunde con lo real.
"Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido." (Lucas 14:11)
Y, ¿qué podemos decir de la fortuna?
La riqueza carece de moral; es solo un medio. Pero cuando se convierte en un fin, corrompe el alma. El dinero promete seguridad, pero engendra temor; promete libertad, pero produce esclavitud.
"El dinero no trae la felicidad, pero su ausencia produce miseria."— Emil Cioran
Cioran, de manera magistral, capta la asimetría fundamental de nuestra relación con el dinero. El dinero puede actuar como un analgésico, no como un elixir de la felicidad. En palabras simples: el dinero puede quitar el dolor de la necesidad, pero no puede impartir el gozo de una vida con propósito.
"Porque la raiz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe." (1 Timoteo 6:10)
La sociedad moderna ha sustituido la fe por el crédito, el altar por la bolsa de valores y la esperanza por el consumo. En nombre del "progreso", hemos erigido templos al ego y altares de oro. Y, sin embargo, nunca la humanidad ha estado tan vacía.
"El alma del hombre se fatiga buscando placer, y solo encuentra más hambre." — Blaise Pascal
La Escritura hace una pregunta inquietante:
"Pues, ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" (Marcos 8:36)
Cuando la fama ya no basta y la fortuna se vuelve rutina, el hombre busca poder. El poder es la forma más refinada de idolatría: no ya a los bienes ni a la imagen, sino al control sobre los demás.
"Todo hombre que tiene poder se inclina a abusar de él."— Montesquieu.
Sin embargo, Jesús enfatiza:
"Mas el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor." (Mateo 20:26)
En el desierto, el tentador ofreció a Cristo las tres coronas del mundo: pan (fortuna), fama y dominio. Pero Jesús respondió con la espada de la Palabra:
"No solo de pan vivirá el hombre... No tentarás al Señor tu Dios... Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás." ( Mateo 4:4-10)
Jesús venció en el desierto lo que la humanidad entera ha perdido durante siglos: la batalla del corazón.
No es casualidad que el Hijo de Dios fuera tentado específicamente en estos tres aspectos. Satanás le ofreció abundancia de pan (bienes para satisfacer la carne), ensalzamiento a través de la fama (satisfacción personal), y poder absoluto (para enaltecer el ego). Tres condiciones esenciales que todo ser humano consciente desea obtener.
Pero, Él rechazó esta triple corona del mundo para mostrarnos el camino; que la verdadera vida no se gana conquistando, sino renunciando; no acumulando para sí, sino entregándose a los demás.
Hoy, los medios elevan a los hombres a la categoría de dioses. las redes sociales son templos del ego donde cada "me gusta" alimenta un altar invisible. Pero la vanagloria digital no es menos peligrosa que la antigua idolatría de Babilonia.
La Escritura va más lejos y nos da una advertencia:
"Porque todo lo que hay en el mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida— no proviene del Padre, sino del mundo." (1 Juan 2:16)
¿Acaso esto significa que debemos rechazar la fama, la fortuna y el poder?
Nada de esto implica despreciar la prosperidad. Dios desea nuestro bienestar, pero no a costa del alma.
Él nos dice:
"Amado, deseo que seas prosperado en todas las cosas y que tengas salud, así com prospera tu alma." (3 Juan 1:2)
La clave está en el orden de los deseos:
"Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás será añadido." (Mateo 6:33)
No debemos permitir que la ambición ni la avaricia interrumpan nuestro proceso de crecimiento espiritual. Del mismo modo, no se trata de adoptar una actitud conformista o mediocre, ya que Dios nos convoca siempre a la excelencia. Fuimos creados a Su imagen; por consiguiente, estamos llamados a esforzarnos por reflejar la perfección de Cristo en nuestra vida.
"No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento." (Romanos 12:2)
Son tantas las historias desafortunadas de hombres y mujeres a través de los tiempos, quienes en busca de fama, fortuna y poder, perdieron lo más relevante en la vida del ser humano: el amor fraterno, el calor familiar, la convivencia armónica entres seres homogéneos. La ambición corroyó sus corazones una vez probaron el dulce néctar que produce la abundancia de bienes. ¡Nunca era suficiente, jamás era aceptable la satisfacción! El poseer dinero no sosegaba la ansiedad; se necesitaba también la manifestación del poder.
La fama, la fortuna y el poder son sombras que se disuelven con el tiempo. Quien las persigue termina agotado, y quien la posee, vacío.
El sabio Salomón, tras haberlas probado todas, resumió su experiencia con una sola frase:
"¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!" (Eclesiastés 1:2)
La verdadera grandeza no está en poseer, sino en servir; no en dominar, sino en amar; no en buscar gloria, sino en reflejar la luz de Cristo.
Así como el corazón deja de buscar el trono y se postra ante el altar, el alma encuentra el único poder que no corrompe: el poder del amor divino.
¡Qué Dios los bendiga y los guarde!
Frank Zorrilla
1 comentario:
Este artículo al igual que los antes publicados por este autor, es muy significativo e ilustrador. Trae consigo consejos espirituales muy profundos, mostrándonos e incentivando nuestras mentes y corazones a obtener claridad acerca de una manera de vivir lejos de la avaricia. Nos motiva a reflexionar en lo que debemos hacer respecto a la fama, avaricia y dinero. Toda la enseñanza en el artículo está respaldada por versículos bíblicos. Eso nos ayuda a aprender cuáles son las expectaciones para vivir vivir libre de esas características dañinas y ofensivas ante Dios. Debemos aprender y practicar nuestra vida aferrados (as) a Dios, asegurándonos al máximo que la verdadera prosperidad viene de El.
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