Mis queridos amigos y hermanos,
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¿Es la herencia biológica y la división cultural las responsables de nuestras diferencias?
Si analizamos los orígenes de la humanidad,
encontraremos que desde la primera familia comenzaron los procesos de separación, exclusión, segregación y la lucha por la supremacía entre los hombres. Los antropólogos afirman que dichos procesos eran necesarios para la supervivencia y desarrollo de los grupos humanos. Así nacen las tribus, las culturas y la civilizaciones. Sin embargo, también nace el conflicto.
Cada grupo, al desarrollarse en conglomerados y ambientes distintos, generó su propia forma de vida, y por tanto, se vio obligado a adaptarse a su entorno. Así nacieron las culturas, creencias, mitos, lenguas y costumbres. Incluso los rasgos físicos cambiaron—pigmentación, fisonomía, estructura ósea— todo como resultado de complejos procesos bioquímicos necesarios para la conservación de la vida a través de una simbiosis entre el hombre y su ambiente. El primero, sometido al segundo para evitar su extinción o desaparición.
Cada grupo, al desarrollarse en conglomerados y ambientes distintos, generó su propia forma de vida, y por tanto, se vio obligado a adaptarse a su entorno. Así nacieron las culturas, creencias, mitos, lenguas y costumbres. Incluso los rasgos físicos cambiaron—pigmentación, fisonomía, estructura ósea— todo como resultado de complejos procesos bioquímicos necesarios para la conservación de la vida a través de una simbiosis entre el hombre y su ambiente. El primero, sometido al segundo para evitar su extinción o desaparición.
¡La raza, una mentira falaz que hemos oído a través de los años!
"El infierno es la gente."—Jean Paul Sartre

Las razas (Caucasiana, Mongólica, Malaya, Etiópica, y Americana) son una ficción útil pero falsa. El ADN humano es 99.5% idéntico. Es decir que, la diferencia entre los seres humanos es de solo 0.5%. Somos biológicamente homogéneos. Lo que nos separa es la mente, la psiquis, la emoción no redimida. La sociedad nos bombardea con mensajes de superioridad basados en la etnia o el estatus, alimentando el orgullo y siguiendo un patrón programado de prejuicios heredados. Por consiguiente, nuestras diferencias radican en nuestro ego. Así lo advertía Arthur Schopenhauer desde el nihilismo:
"El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales y para sí mismo."
Sin embargo, la Biblia enseña que todas las naciones tienen un mismo origen:
No obstante, los grupos asociados por la misma lengua y con condiciones geo-económicas favorables dominaron ciertas regiones obligando a otros a emigrar. La cultura del poder se impuso, y con ella, la exaltación del ego y el segregacionismo. Para el filósofo Friedrich Nietzsche:
"Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado."
Esta es la conclusión lógica de una humanidad que intenta vivir sin Dios. No obstante, Cristo ofrece una alternativa:
"Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia." (Juan 10:10)
Arthur Schopenhauer, desde su misantropía, lo resumió sin piedad:
"La vida de cada individuo, si se mira de cerca, es una tragedia; pero si se considera en conjunto, es una comedia."
¿Es la conducta del hombre producto de una repetición de patrones degenerativos?
Pues, si bien las estructuras sociales son intrínsecas o consustanciales al desarrollo humano desde sus inicios y funcionan como modelos para perpetuar costumbres, mitos y creencias, no debe olvidarse que su aglomeración grupal nace de lo individual, y que este, como ser emocional, carga con una predisposición ancestral a la agresión, el egocentrismo y la exclusión. Como dijo Emil Cioran:
"Cuanto más se reflexiona sobre la condición humana, más se siente que la vida no merece la pena ser vivida."
"El hombre es un animal que se ha acostumbrado al horror."—Emil Cioran

La historia humana parece condenada a repetir sus errores. Arrastramos en nuestra biología las tendencias defensivas, geocéntricas y violentas. Somos una réplica emocional del primer hombre, clonados no en carne, sino en reacción y orgullo que como fractales,
continuaremos manifestando de generación a generación. Vivimos en sociedades más conectadas tecnológicamente, pero más desconectadas espiritualmente porque seguimos arrastrando el segregacionismo y belicosidad de nuestros primeros ancestros. Friedrich Nietzsche, nihilista radical, lo expresó con crudeza:
"El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre—una cuerda sobre un abismo."
Ante estas dos corrientes filosóficas tan fatalistas podemos decir que, "nuestra civilización, al ser una clonación o copia idéntica del primer hombre, en nosotros ha prevalecido congénitamente, y con mínimas mutaciones, todos los procesos bioquímicos degenerativos que inciden en el hombre para manifestar su desprecio y egocentrismo hacia su o sus semejantes."

Aún con todo nuestro progreso— tecnológico, académico y cultural— no somos más que bárbaros con barniz. La sombra del hombre caído persiste en nuestra genética. Basta contemplar las atrocidades del pasado y cotejarlas con las nuestras: los mismos crímenes, las mismas tropelías, la misma xenofobia, ahora con métodos más elegantes. El genocidio, el holocausto, la limpieza étnica—solo han mutado de forma. Somos la misma barbarie, pero con mejor propaganda. Nuestros antepasados mataban con piedras; nosotros lo hacemos con algoritmos, leyes y silencios. Nada ha cambiado... excepto el método. ¡Ahora somos más sofisticados!
¿Es el genoma humano responsable de nuestra predisposición misántropa?
En esencia, el genoma humano no es directamente responsable de la misantropía, pero guarda una conexión con su modo de comprender la realidad —esa herencia cognitiva que se remonta al primer hombre. Este vínculo se revela en tres niveles: la experiencia emocional subjetiva, su sustento neuroquímico en las sinopsis, y su traducción final en conductas observables.
Nuestra genética, aunque evolucionada mínimamente, conserva la misma bioquímica que incita al miedo, la competencia y la desconfianza hacia el otro. Y esto no se limita a diferencias raciales, sino a todo lo que sea "distinto": idioma, nivel social, ideología, religión o género. Pareciese como si estuviéramos condenados a ser clones del primer hombre concupiscente. Pero el Evangelio ofrece una alternativa y nos invita a una renovación completa:
"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." (2 Corintios 5:17).

¿Por qué en lugar de tratarnos como semejantes, nos tratamos como si fuésemos extraños?...
En un mundo donde la exaltación del ego ha reemplazado al sentido de comunidad, surge el nihilismo: la idea de que nada tiene valor intrínseco, que no hay verdad universal ni moral objetiva. Bajo esta visión, "amar al prójimo como a uno mismo" parece una ingenuidad, una utopía. Vivimos para el éxito individual, el placer inmediato, la imagen, el estatus.
En un mundo donde la exaltación del ego ha reemplazado al sentido de comunidad, surge el nihilismo: la idea de que nada tiene valor intrínseco, que no hay verdad universal ni moral objetiva. Bajo esta visión, "amar al prójimo como a uno mismo" parece una ingenuidad, una utopía. Vivimos para el éxito individual, el placer inmediato, la imagen, el estatus.

Nos comportamos como "alienígenas de rasgos humanoides", pero sin reconocimiento del otro como hermano. Rechazamos nuestra esencia común por causas tan triviales como el color de piel o el nivel socioeconómico. En palabras simples, nos consideramos distintos, nunca iguales, afirmando las diferencias como ley, pero el polvo originario de donde procedemos desmiente, en silencio, toda jerarquía de la materia.
Por lo tanto, no es un exabrupto decir que, dadas las condiciones que he citado, las únicas dos formas de aceptarnos plenamente como iguales son:
- Ser físicamente idénticos, donde no exista ningún tipo de rasgo que pueda marcar o pueda distinguir entre uno y otro ser humano.
- Nacer de nuevo en espíritu.
La primera condición es una utopía imposible, por lo que debemos adoptar la segunda condición mediante una transformación interna que sólo es posible mediante la fe en Cristo.

"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios." (Juan 3:5).
Solo este nuevo nacimiento puede erradicar de raíz el racismo, la xenofobia y el egoísmo. Ni la educación, ni la política, ni el progreso económico pueden regeneraren corazón humano. Sólo Dios puede hacerlo.
No es el intelecto ni la riqueza, ni tampoco el color de la piel lo que nos distingue; es nuestra decisión de nacer de nuevo. La verdadera grandeza no se mide por lo que acumulamos, sino por nuestra capacidad de amar. Pero mientras Emil Cioran desde su óptica nihilista, considera al hombre como un error cósmico al expresar:
"El hombre, ese error de la naturaleza, ese parásito de la tierra, ese tumor del universo."
El mensaje bíblico, en contraste, asegura que el hombre no es un accidente, sino objeto del amor divino y del cuidado eterno. La soberbia humana es solo una ilusión:
"¿Qué es el hombre, para que tengas de él
memoria, Y el hijo del hombre, que lo visites?." (Salmo 8:4).
La conciencia humana se enfrenta a una encrucijada antológica: la misantropía que desprecia al prójimo, el nihilismo que le quita el sentido a la vida y niega el valor humano y la revelación cristiana que insta al renacimiento espiritual. Esta tríada configura los caminos esenciales del pensamiento en una bifurcación filosófica fundamental.
Las filosofías nihilistas se equivocan:
"El absurdo nace del enfrentamiento entre la búsqueda humana de sentido y el silencio del mundo."—Albert Camus
Porque el Evangelio no guarda silencio:
"Yo soy el camino, la verdad y la vida." (Juan 14:6)
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renacer en el corazón humano |
"El ser humano es tan malvado y egoísta, que es necesario hablarle de una recompensa en otra vida para que haga el bien en esta."
La luz de la esperanza que ofrece Cristo transciende este cálculo unitario. Su mensaje no solo promete una recompensa futura, sino que redime la naturaleza humana aquí y ahora, transformando el egoísmo en amor y la desesperación en propósito eterno.
Es cierto que, no somos mejores que nuestros ancestros, pero la diferencia está en la esperanza de redención y transformación por medio de Cristo.
No somos malos por defecto, pero sin Cristo persistimos en los mismos vicios: segregación, egoísmo, violencia.
No somos nihilistas sin salida, porque Dios ofrece sentido, propósito y una vida eterna digna de ser vivida.
Hoy puedes elegir: seguir el ciclo del primer hombre... o renacer en el segundo Adán, que es Cristo.
¡Que Dios los bendiga rica y abundantemente. Y que nos conceda la gracia de ver al otro no como un extraño, sino como un reflejo del mismo Dios que nos creó a todos!
Frank Zorrilla