viernes, 26 de julio de 2024

CUANDO MUERE EL EGO, NACE EL ESPÍRITU: "Muere Hoy...y Empieza a Vivir de Verdad"

mis queridos amigos y hermanos,


    


Como dijera un proverbio:

“La muerte no es la mayor pérdida en la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos para ser mejores.”


     A lo largo de la historia, diversas culturas, mitologías y religiones han intentado explicar la naturaleza de la muerte física. No obstante, más allá de las creencias individuales, el hecho es que la muerte representa el final de la vida... al menos como la conocemos. La cruda realidad es que somos totalmente impotentes e incapaces de prevenir o suspender este proceso natural e irreversible. Todos, sin excepción,  morimos fisicamente o dejamos de existir en este plano tridimensional donde reside nuestra conciencia. 
    
     Sin embargo, este artículo no pretende centrarse en la muerte biológica. Más bien, en esa otra muerte que deberíamos procurar diariamente para vivir en plenitud. Aunque es cierto que el ser humano vive preocupado por la sombra de la muerte y el inevitable proceso de envejecimiento —que ninguna dieta, cuidado paliativo, ni rutina de ejercicios puede evitar por completo—, ya que no podemos detener el tiempo, y el envejecimiento celular es una realidad absoluta. Pero existe una muerte mucho más relevante para nuestra transformación interior: morir a la carne.   

     Como dijo Rabindranath Tagore

     “Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin.”

   

     Tristemente, muchas personas viven aferradas al temor de morir, sin darse cuenta de que ya han comenzado a morir por dentro. Postergan su plenitud, envueltos en banalidades y preocupaciones, por un atardecer que languidece en las sombras del crepúsculo, sin advertir la esperanza que trae la aurora de un nuevo día y la oportunidad de renacer espiritualmente con cada nuevo amanecer. Como canta la melódica estrofa de Pierre Billón y Jacques Revaux.

 

De tanto correr por la vida sin freno,

       Me olvidé que la vida se vive un momento. 

De tanto querer ser en todo el primero,

 Me olvidé de vivir los detalles pequeños." 


  

      Vivimos agobiados por la rutina y los afanes del día a día. Nos angustia la muerte física —que es inevitable—, pero ignoramos que los pequeños detalles son los que le dan verdadero sentido a la vida y hacen la diferencia: agradecer cada amanecer, amar sin condiciones, ofrecer una sonrisa sin razón, dar sin esperar nada a cambio. Son esos momentos sublimes los que nos roban una sonrisa, esos minutos y segundos de pasión los que alimentan el alma y nos transforman en seres de luz para iluminar la vida de otros.
   
     Pero,  en lugar de transformarnos, seguimos aferrados a viejos hábitos, a heridas no sanadas, a patrones de conducta que empañan nuestro crecimiento espiritual.  Nos movemos por la vida agitadamente cargados de vivencia añejas llenas de agravios y desatinos de los años, sin abandonar con ahínco esos hábitos que empañan nuestras vidas. 

  

     Como hijos de desobediencia, somos seres empecinados en seguir directrices arraigadas como autómatas guiados por algoritmos obtusos y caducos que solo aportan miseria a nuestra existencia. Nos resistimos a morir a nuestro “yo”. Persistimos en estilos de vida que  nos anclan obstinada y míseramente a parámetros que marcaron nuestros corazones con la experiencia de vida que en lugar de acercarnos a la plenitud, nos atan a una existencia estéril.  ¡Qué paradoja tan grande!
Sabemos que no somos eternos, y sin embargo, postergamos la decisión de renacer. 

     Como si no supiéramos que el tiempo es corto y la oportunidad de cambiar es ahora.

  

     La Palabra Inspirada nos presenta una visión distinta de la muerte. Apóstoles como Pablo, Santiago y Pedro nos hablan de una muerte espiritual necesaria: “morir a la carne.”…

     El apóstol Pablo lo dice claramente:


      “Porque si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán.” (Romanos 8:13).


     ¿Qué significa hacer “morir diariamente” las obras de la carne?…

    

     El Apóstol lo explica en su carta a los Gálatas:

 La inmoralidad sexual, el libertinaje, la idolatría y la hechicería, el odio, la discordia, los celos, los arrebatos de ira, las rivalidades, los sectarismos y la envidia, las borracheras, las orgías, entre otros, son desatinos o manifestaciones de la carne, y nos insta a abandonar esas pasiones y morir a ellas todos los días; advirtiéndonos además, que si no morimos o dejamos de practicar tales cosas, no heredaremos el Reino de Dios. En cambio, nos exhorta a emular y adoptar los frutos del Espíritu como: Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio, porque no existe ley que condene a quienes actúen bajo esas bondades. 

    

     Para nuestra naturaleza caída, dejar las pasiones de la carne o lo que le agrada a la carne no es fácil. Se necesita más que buena voluntad: se necesita convicción, perseverancia y una conciencia elevada. Jesús mismo lo advirtió:

     “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41).


     ¿Acaso el apóstol Pablo aun siendo un hombre dedicado y ascético, no enfrentaba esta lucha con los deseos y pasiones de la carne?…

    

     ¡Desde luego que sí! El apóstol Pablo nos deja claro que no era exento a las debilidades de la carne y por eso aconsejaba que debemos morir diariamente a esas pasiones que nos alejan del Creador y nos conducen a la muerte eterna. 

     “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.” (Romanos 7:19).     

     El apóstol, al ver esa ley en sus miembros, que se rebela contra la ley de su mente, y que lo lleva cautivo a la ley del pecado, con un clamor profundo exclama:

<¡Miserable de mí!… ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?> (Romanos 7:24)… 

     La respuesta llega a su mente cuando con júbilo exclama:

     “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro reconociendo que con la mente sirve a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” (Romanos 
7:24-25).

     Pablo comprendió que solo muriendo a sí mismo cada día podía experimentar la vida verdadera. Por eso escribió:
     
     "Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero." (1 Corintios 15:31)

     ¡Cuándo aprendamos a morir cada día a nuestras pasiones, egoísmos y resentimientos, renacerá  en nosotros un nuevo ser, hecho a la imagen de Cristo. Y entonces, comenzaremos a ver la vida con una mirada distinta, disfrutando y valorando esos detalles pequeños que antes pasaban desapercibidos! 

   

     No temamos a las arrugas que florecen sobre nuestra piel como un jardín, ni al paso del tiempo, ni el futuro incierto. Aprendamos a morir cada día a lo que no edifica, para vivir con autenticidad, plenitud y propósito.


¡La gracia y el favor del Altísimo sean con ustedes!


Frank Zorrilla


lunes, 22 de julio de 2024

CUANDO LA FAMILIA EDUCA, LA SOCIEDAD NO CASTIGA. "¿Correazo o Diálogo? La Delgada Línea de la Corrección.

Mis queridos hermanos y amigos,


     Como expresó sabiamente Pitágoras:

“Educad al niño y no será necesario castigar al hombre."

      ¡Cuántos tropiezos y situaciones embarazosas nos evitaríamos si, como padres, siguiéramos este sabio consejo milenario! Pero, lamentablemente, hemos delegado la educación de nuestros hijos a un sistema social moderno, profundamente influenciado por una sociedad pluralista muchas veces carente de principios y plagada de ineptitudes e inmoralidades. Confiamos lo más valioso que posee el ser humano— la formación del intelecto y del carácter— a manos extrañas, mientras nuestros hijos atraviesan etapas críticas de desarrollo físico, emocional y espiritual. 
   
     Debemos recordar que la base o fundamento de los deberes morales está en el conocimiento de las relaciones que nos vinculan con la naturaleza, y por ende, con la sociedad como manifestación particular de ella. La sociedad es esa "reunión espontánea y natural de individuos con el objeto de satisfacer las necesidades físicas, morales e intelectuales de la vida", como bien se ha descrito en distintas tradiciones filosóficas. 

     Dentro de esa estructura social, la familia es la primera y más fundamental organización.  Es en ella donde el individuo inicia su desarrollo conductual, ideológico y espiritual. Por esta razón, es imprescindible que los valores morales y espirituales se impartan desde la más temprana edad en el seno familiar, como bien lo expresa el sabio Salomón:

“Instruye al niño en su carrera; y aun cuando fuere viejo no se apartará de ella.” (Proverbios 22:6).

       Nuestros niños están educándose y creciendo en un sistema que, lejos de fomentar la libertad responsable, promueve el libertinaje ideológico. Es un entorno basado en una lógica de compensación estimulo y recompensa, que ha sustituido el binomio  "deberes y derechos" por una visión utilitaria de la conducta. Un sistema de méritos individuales, en lugar de cooperación mutua. En un sistema de divisionismos, en lugar de inclusión, que proclama igualdad sin fomentar respeto, y que reemplaza el sentido de pertenencia por la fragmentación social.

     Esta transformación, en gran parte, se debe a una nueva corriente psicológica conductual que exalta la permisividad y minimiza la autoridad. En lugar de una relación basada en la guía y el respeto mutuo, se fomenta una conexión "de amigos” entre padres e hijos, donde:

  •      El castigo físico está proscrito por temor a secuelas psicológicas. 
  •       Se evita corregir para no generar conflicto.
  •     Se complace al niño más allá de lo que necesita.
  •     Se le deja actuar sin límites para no "estropear su niñez."
  •     Una relación donde no debe existir normas para evitar en el niño, inseguridad y dificultad de autocontrol.
      

     Pero, ¿acaso se equivocaba Salomón cuando dijo?

“La vara y la corrección dan sabiduría, pero el niño consentido avergonzará a su madre.” (Proverbios 29:15). 

     Las estadísticas actuales son alarmantes: adolescentes con trastornos de identidad, depresión, ansiedad, disforia de género; jóvenes que carecen de empatía, que son soberbios y manipuladores, intolerantes y desprovistos de formación espiritual o sentido moral. Mucho de esto puede rastrearse hasta los primeros años de vida, en las llamadas fases fálica ( 2 a 5 años) y de latencia (6 a 12 años), momentos o etapas claves en la formación del carácter. 

     "La necedad está ligada al corazón del niño; la vara de la disciplina lo alejará de él." (Proverbios 22:15).

     ¿Es el castigo corporal necesario durante la formación del niño?
 

     En nuestra nueva sociedad pluralista, el castigo físico o corporal para corregir la conducta inadecuada de un niño se ha convertido en un tema sumamente polémico. Algunos  defienden la antigua norma de un correazo en las piernas o una nalgada terapéutica como un recurso útil si se aplica con prudencia y en el momento oportuno. Otros lo rechazan por completo, alegando que deja secuelas emocionales y promueve futuros comportamientos violentos e incluso potenciales abusadores.  
   
     Sin embargo la Biblia es clara:

“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; más el que lo ama, desde temprano lo corrige." (Proverbios 13:24). 

     Recordemos que educar es mucho más que proveer bienes materiales. Educar es formar conciencias. En palabras llanas: los padres moldean el futuro de la sociedad, ya sea lanzando ciudadanos conscientes o simplemente escorias sociales. La crianza en sí consiste en un proceso a través del cual el niño recibe información del ambiente que lo rodea y dependiendo de esa formación, establecerá una identidad funcional o disfuncional cuando sea adulto.

     "No refuses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma de la tumba." (Proverbios 23:13-14)


     Existe una delgada línea entre la disciplina y la violencia a la hora de intentar detener una conducta inapropiada. La corrección jamás debe ser producto del enojo o la frustración, sino una medida educativa orientada a una meta clara. El apóstol Pablo lo expresó así:

“Y ustedes padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor.” (Efesios 6:4).

     Corregir un comportamiento con violencia, motivado por emociones fuertes como la ira o enojo, es desvirtuar la enseñanza. Se pierde el valor de la disciplina que está encaminada a un objetivo de manera sistemática. En cambio, una corrección oportuna, sin carga emocional negativa, puede ayudar al niño a comprender límites, desarrollar autocontrol y formar carácter.

“Castiga a tu hijo mientras hay esperanza; pero no apresure tu alma para destruirlo. El de grande ira llevará la pena; y si usas violencia añadirás nuevos males. (Proverbios 19:18-19).

Objetos usados para enseñar disciplina

     Dios es el creador de la familia, y en su Palabra encontramos principios eternos para la crianza de los hijos. El profeta Isaías lo resume con claridad:

“Así dice Jehová, tu Redentor, el Santo de Israel: <Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña lo que te conviene, que te guía por el camino en que debes andar." (Isaías 48:17). 

     Por eso el punto clave en la crianza de los niños es formar hijos con moral, no simplemente con autoestima. Enseñarles que los valores no dependen del sentir momentáneo, sino de verdades permanentes. Guiémonos por la sabiduría de Dios, y formaremos hombres y mujeres de bien, ciudadanos que honren a su familia, a su nación y a su Creador. 


¡Dios los bendiga rica y abundantemente!

Frank Zorrilla