sábado, 20 de abril de 2019

EL VALOR HUMANO QUE HEMOS OLVIDADO

Mis queridos amigos y hermanos,

     Dentro de los valores humanos que podemos percibir, y que son dignos de admirar, existe uno en particular que su práctica nos ayudará a convivir armoniosamente con otros seres, que aunque quizás hablen el mismo idioma y pertenezcan a la misma región, cultura o país, tienen una visión y una lógica de razonamiento distinta. Me refiero a "la tolerancia"; ese respeto hacia las opiniones y prácticas de los demás. 
 
     Se puede decir que, la tolerancia, es el grado de variación permisible de un estándar. Por lo tanto, debe existir esa actitud para con las ideas, los sentimientos, las aficiones y las flaquezas ajenas. Practicar la tolerancia constituye una de las pruebas más contundente de superioridad espiritual, bondad y de cultura. Como bien dijera Constancio Vigil: “Como quien cultiva flores, por deleite, por delicado buen gusto, hay que cultivar la tolerancia.” 

     ¿Quién no se sintió conmovido con la tragedia que enlutó a muchas familiares de las víctimas que cayeron abatidas en un Club de Orlando, Florida en el 2016?... Las gráficas imágenes transmitidas en los medios de difusión de masas, daban señales de dolor, angustia y desconsuelo. Tétricas imágenes usufructo de una "intolerancia desmedida y grotesca."

Si observamos cuidadosamente el comportamiento de ciertas personas, descubriremos que, en efecto, cuanto más egoístas, petulantes y toscas de alma, mayores son sus intolerancias para con los demás. Mayores sus incomprensiones y falta de respeto hacia las ideas e inclinaciones ajenas. ¡Es tanto así, que si trazáramos un círculo de tolerancia para incluir sólo a las personas que piensan de acuerdo a nuestro criterio, nos quedaríamos solos!

     Podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la mayoría de los conflictos sociales que registra la historia de la humanidad han sido debido al flagelo de la intolerancia.” Intolerancia hacia las ideas, menosprecio e irrespeto a la individualidad y a la igualdad de derechos; por obligar a otras personas a aceptar como norma, ciertas ideologías y filosofías impuestas dictatorialmente por un grupo o sistema.


     Ahora bien, ¿Cómo se puede medir el nivel de aceptación o de tolerancia?  ¿Qué se puede admitir como tolerable o válido en una sociedad civilizada? ¿Quién o quiénes marcan las normas o las pautas de lo aceptable o intolerable?  
 
     Las respuestas a esas preguntas no son tan simples. En efecto, para encontrar respuestas que favorezcan por igual a todos los grupos sociales que existen en el planeta, tendríamos que armonizar con un pluralismo democrático donde pueda existir un cooperativismo colectivo. Dejando atrás, la visión negativa del liberalismo y dando lugar a una sociedad de intereses organizados para un bien común y tomando como marco los derechos fundamentales individuales.

     Encontrar el balance en este punto neurálgico, es un verdadero rompe cabezas, ya que debemos recordar que, la justicia del hombre es una justicia ineficiente y corrupta. Una justicia carente de igualdad y sólo aplicable a ciertos extractos de un sistema de valores preconcebido por lo que se estima correcto. Por lo tanto, la equidad para limitar o delinear la tolerancia, no es blanco y negro; sino más bien, una zona gris donde la imparcialidad tiene incógnitas sustantivas dentro del marco de lo teórico. De ahí estriban las filosofías idealistas y las concepciones dialécticas.

     A pesar de esas zonas grises, y como nadie es perfecto, la importancia de dar cabida a la tolerancia como herramienta o mecanismo regulador social, nos beneficia grandemente por la apertura que ésta nos brinda para convivir con otros seres humanos, con personas de diferentes culturas o con diferentes creencias en un mismo espacio territorial. Nos da la oportunidad de poner en práctica la iniciativa de vivir en armonía en un mismo país y aceptar la diversidad que existe entre personas que profesan diferentes religiones, que apoyan otras tendencias políticas, que poseen una condición sexual diferente, etc. Por lo tanto, podemos aplicar esa condición de aceptación, no sólo con aquellas personas con la que simpatizamos, ni limitarnos a un país o territorio en particular, sino más bien, extenderla a escala general sin exclusión, porque con este tipo de iniciativa, promulgamos la “homogeneidad” que debe existir como seres creados por el Creador del universo.

Por lo que podemos observar, la tolerancia, es sinónimo de respeto.  Respeto que nos da la capacidad de aceptar diferentes opiniones en torno a un mismo tema. Ese respeto que nos permite reconocer y considerar las diferentes etnias, estratos sociales, grupos culturales y religiosos, entre otras cosas.  

     ¡No debemos confundirnos!... Ser tolerantes, no significa rebajar los altos estándares morales para que los demás se sientan a gusto, o permitir ciertas modalidades que vayan en detrimento de nuestros principios para evitar conflictos. Más bien, consiste en mantener los altos estándares morales, espirituales y éticos, y así motivar a los demás a desarrollar un carácter aceptable sin rechazarlos cuando estos fallen. Entendiendo que el fracaso es parte del desarrollo de las personas y es inevitable en el crecimiento del individuo como tal.

     Todos soñamos con un mundo mejor. Un mundo donde exista una fraternidad auténtica; pero debemos recordar que, nuestro mundo, llámese: “género humano” o “sociedad humana”, ese ambiente donde nos desarrollamos de manera individual, está plagado de errores, consecuencia de nuestras decisiones como seres imperfectos. 
 
     Nadie recorre las mismas sendas de la vida. Por lo tanto, los puntos de vistas, prácticas y creencias serán también diferentes; ya no de cultura a cultura, o de país a país, sino de persona a persona. Entonces, “Tolerancia a nivel individual”, es la cualidad que posee un individuo a pesar de las faltas de su carácter, a aceptar las fallas en los demás. 
 
     ¿Te molestan las ideas de los demás? ¿Te estorban las peculiaridades y características de los demás?... 

¡TEN CUIDADO! El gran Maestro de Galilea, Jesús de Nazaret dijo:
 “No juzgues para que no seas Juzgado; más con la vara que midas te medirán.” (Mateo 7:1-2). Y cuando sintamos que estamos siendo intolerantes, debemos recordar que tendemos a ser muy tolerantes con nuestros errores y muy críticos con los de los demás. Y Jesús nos advierte: " Y¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?."(Mateo 7:3).

 Sigamos el vivo ejemplo de Cristo, y pongamos en práctica lo dicho por el apóstol Pablo: “No reine pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus apetitos; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia." (Romanos 6:12-13).

     En resumen, tolerancia es permitir puntos de vista, aceptando al individuo, no sus fallas, entendiendo que existen diferentes grados de madurez y diferentes rutas para lograrla. Y como dijo Benito Juárez: El respeto al derecho ajeno es la paz.”

¡Dios los bendiga rica y abundantemente!


Frank Zorrilla



domingo, 14 de abril de 2019

EL PODER DE LA SANGRE


Mis queridos amigos y hermanos,

Las Ofrendas de Abel y Caín 
     Según los registros bíblicos, las primeras ofrendas ofrecidas a Dios provinieron de los descendientes del primer hombre y mujer creados. Una ofrenda, es un tributo, es una muestra de gratitud y amor. Es también, una forma de cumplir con una obligación, con una expiación, reverencia y consagración; y por último, representa la comunicación del hombre con Dios.
     Las Sagradas Escrituras nos cuentan de aquel episodio cuando Dios miró con agrado la ofrenda de Abel, como representación del gran proyecto que ya había planeado para la salvación de la humanidad. La oveja ofrecida por Abel, simbolizaba un pacto de restauración, y en ella se contemplaba la imagen de aquel que vendría a restaurar los lazos entre Dios y el hombre por toda la eternidad. Simbolizaba, el gran sacrificio del hijo de Dios para salvarnos de la muerte eterna.
     Este evento, marcó el inicio para los subsiguientes rituales y ceremonias como representación del gran día del sacrificio. El profeta Isaías visualiza ese plan con las siguientes palabras: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” (Isaías 53:4-7).
     La sangre derramada en cada sacrificio u ofrenda, significaba: la vida que iba a ser entregada en un acto de total abnegación. Doloroso sacrificio llevado a cabo por amor. 

“Sangre” es sinónimo de vida; es la que instancia, nos sostiene y preserva. En ella se destaca la creación de Dios, porque su fluido le da vigor y energía a todos los órganos del cuerpo y hace posible la existencia del ser humano. Por lo tanto, en cada gota de ese líquido de vida, existen células en suspensión (hematíes, leucocitos y plaquetas), cuya función es distribuir oxigeno, nutrientes a las células del organismo; pero también, recoger los productos de desechos para mantenernos saludables. 

     En este fluido tan especial como es la sangre, se encuentra un “poder misterioso donde el hombre interno o espiritual se pone en contacto con el hombre externo en el decurso del proceso de vida que ocurre con la inhalación o absorción de oxígeno, el que contribuye al verdadero aliento de vida. Es precisamente mediante la absorción de este oxígeno cuando ese líquido vital sufre una renovación para dar vida a través de la combustión.
     En el progreso de la civilización humana, no han existido batallas sin derramamiento de sangre, al igual que no existía consumación de pecados en el mundo espiritual, sino a través de la sangre derramada por Cristo como expiación de nuestras intransigencias y desobediencias llevadas como yugo de generación a generación. Jesús, peleó y ganó la gran batalla y nos libertó de la condena de la muerte eterna. ¡Cada gota de sangre derramada por Cristo, contiene en su interior a cada ser humano!

      En cada gota de sangre derramada por Cristo, existe la representación de momentos de angustia, sufrimiento, dolor y quebrantamiento; representación de vidas que se escapaban hacia las profundidades de las tinieblas. Sin embargo, con su sacrificio en la cruz, también surgió la esperanza, la pureza y el amor incondicional por la raza humana. ¡Porque por su sangre somos limpios de toda maldad, por su sangre somos purificados y vestidos de santidad, y finalmente por su sangre alcanzaremos la vida eterna!

     Si pudiéramos imaginar las escenas de aquella noche, cuando el Salvador se encaminó lentamente hacia el huerto de Getsemaní en compañía de sus discípulos: Pudiéramos ver la luna de Pascua, ancha y llena, resplandeciendo desde un cielo sin nubes. El frío rocío de la noche cae sobre su cuerpo postrado. Había llegado el momento pavoroso, el momento que había de decidir el destino del mundo...
 Las palabras caen temblorosamente de los pálidos labios de Jesús con amargo clamor: “Padre mío, sino puede este vaso pasar de mi sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.” (Mateo 26:42)... Tres veces repitió esta oración. Tres veces rehuyó su humanidad al último y culminante sacrificio, pero ahora surge delante del Redentor del mundo la historia de la familia humana. Ve que los transgresores de la ley divina tendrían que perecer. Ve la importancia del hombre. Ve el poder del pecado. Ve los lamentos de un mundo condenado a muerte. Ve su misión, su calvario, el abandono de sus discípulos, y la apesadumbrada humanidad dominada por el poder satánico.
     La agonía y el sufrimiento ante tanta carga se hacen imposibles, gotas de sangre comienzan a brotar de su rostro y de su cuerpo. Con la libertad de poder enjugar el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su iniquidad. Pudo haber dicho: Reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre. Más su decisión queda hecha. Decide salvar al hombre, sea cual fuere el costo, y acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los millones que perezcan puedan obtener vida eterna. 

El Salvador tomó nuestras cargas y sufrió momentos de desesperación y angustia por el entrañable amor que sentía por la humanidad.
     Aunque estemos conscientes o no, somos tan culpables como aquellos que injustamente hicieron brotar la sangre de Cristo a través de los latigazos, de las torturas y finalmente por su crucifixión en el monte del Calvario. 

     Nacimos bajo la influencia de una maldición. Un pacto que nos condena por generaciones enteras. “Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”.(Mateo 27:25).

     Pero Jesús, con su muerte en cruz, representa la promesa o pacto de Dios para con la humanidad. El perdón de los pecados y el restablecimiento de la comunión que existía antes de la desobediencia del hombre. "Jesús tomó la copa y dijo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes." (Lucas 22:20)

     Por lo tanto, somos parte de dos pactos; Uno de muerte y perdición, y el otro de salvación y vida eterna a través de Jesús.

“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” (1Juan 5:11-12).
     En esta fecha, cuando el mundo cristiano conmemora el Vía Crucis del Redentor del mundo, les invito a que reconozcamos el sacrificio de Jesús para con nosotros. 
Les invito a que reflexionemos sobre el significado de lo que ocurrió en el Gólgota hacen más de 2,000 años.

¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!

Frank Zorrilla