Mis queridos amigos y hermanos,
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Las Ofrendas de Abel y Caín |
Las Sagradas Escrituras nos cuentan de aquel episodio cuando Dios miró con agrado la ofrenda de Abel, como representación del gran proyecto que ya había planeado para la salvación de la humanidad. La oveja ofrecida por Abel, simbolizaba un pacto de restauración, y en ella se contemplaba la imagen de aquel que vendría a restaurar los lazos entre Dios y el hombre por toda la eternidad. Simbolizaba, el gran sacrificio del hijo de Dios para salvarnos de la muerte eterna.


“Sangre” es sinónimo de vida; es la que instancia, nos sostiene y preserva. En ella se destaca la creación de Dios, porque su fluido le da vigor y energía a todos los órganos del cuerpo y hace posible la existencia del ser humano. Por lo tanto, en cada gota de ese líquido de vida, existen células en suspensión (hematíes, leucocitos y plaquetas), cuya función es distribuir oxigeno, nutrientes a las células del organismo; pero también, recoger los productos de desechos para mantenernos saludables.
En este fluido tan especial como es la sangre, se encuentra un “poder misterioso” donde el hombre interno o espiritual se pone en contacto con el hombre externo en el decurso del proceso de vida que ocurre con la inhalación o absorción de oxígeno, el que contribuye al verdadero aliento de vida. Es precisamente mediante la absorción de este oxígeno cuando ese líquido vital sufre una renovación para dar vida a través de la combustión.

En cada gota de sangre derramada por Cristo, existe la representación de momentos de angustia, sufrimiento, dolor y quebrantamiento; representación de vidas que se escapaban hacia las profundidades de las tinieblas. Sin embargo, con su sacrificio en la cruz, también surgió la esperanza, la pureza y el amor incondicional por la raza humana. ¡Porque por su sangre somos limpios de toda maldad, por su sangre somos purificados y vestidos de santidad, y finalmente por su sangre alcanzaremos la vida eterna!

Las palabras caen temblorosamente de los pálidos labios de Jesús con amargo clamor: “Padre mío, sino puede este vaso pasar de mi sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.” (Mateo 26:42)... Tres veces repitió esta oración. Tres veces rehuyó su humanidad al último y culminante sacrificio, pero ahora surge delante del Redentor del mundo la historia de la familia humana. Ve que los transgresores de la ley divina tendrían que perecer. Ve la importancia del hombre. Ve el poder del pecado. Ve los lamentos de un mundo condenado a muerte. Ve su misión, su calvario, el abandono de sus discípulos, y la apesadumbrada humanidad dominada por el poder satánico.
La agonía y el sufrimiento ante tanta carga se hacen imposibles, gotas de sangre comienzan a brotar de su rostro y de su cuerpo. Con la libertad de poder enjugar el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su iniquidad. Pudo haber dicho: “Reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre”. Más su decisión queda hecha. Decide salvar al hombre, sea cual fuere el costo, y acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los millones que perezcan puedan obtener vida eterna.
El Salvador tomó nuestras cargas y sufrió momentos de desesperación y angustia por el entrañable amor que sentía por la humanidad.
El Salvador tomó nuestras cargas y sufrió momentos de desesperación y angustia por el entrañable amor que sentía por la humanidad.
Aunque estemos conscientes o no, somos tan culpables como aquellos que injustamente hicieron brotar la sangre de Cristo a través de los latigazos, de las torturas y finalmente por su crucifixión en el monte del Calvario.
Nacimos bajo la influencia de una maldición. Un pacto que nos condena por generaciones enteras. “Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”.(Mateo 27:25).
Pero Jesús, con su muerte en cruz, representa la promesa o pacto de Dios para con la humanidad. El perdón de los pecados y el restablecimiento de la comunión que existía antes de la desobediencia del hombre. "Jesús tomó la copa y dijo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes." (Lucas 22:20).
Por lo tanto, somos parte de dos pactos; Uno de muerte y perdición, y el otro de salvación y vida eterna a través de Jesús.
“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” (1Juan 5:11-12).
Nacimos bajo la influencia de una maldición. Un pacto que nos condena por generaciones enteras. “Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”.(Mateo 27:25).
Pero Jesús, con su muerte en cruz, representa la promesa o pacto de Dios para con la humanidad. El perdón de los pecados y el restablecimiento de la comunión que existía antes de la desobediencia del hombre. "Jesús tomó la copa y dijo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes." (Lucas 22:20).
Por lo tanto, somos parte de dos pactos; Uno de muerte y perdición, y el otro de salvación y vida eterna a través de Jesús.
“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” (1Juan 5:11-12).
En esta fecha, cuando el mundo cristiano conmemora el Vía Crucis del Redentor del mundo, les invito a que reconozcamos el sacrificio de Jesús para con nosotros.
Les invito a que reflexionemos sobre el significado de lo que ocurrió en el Gólgota hacen más de 2,000 años.
Les invito a que reflexionemos sobre el significado de lo que ocurrió en el Gólgota hacen más de 2,000 años.
¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!
Frank Zorrilla
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