Mis queridos amigos y hermanos,
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Las Ofrendas de Abel y Caín |
¿Qué relación existe entre el sacrificio de Jesús y lo que hoy sabemos sobre este fluido extraordinario?
Las primeras ofrendas registradas en la Biblia vinieron de los hijos de Adán y Eva. Abel ofreció lo mejor de su rebaño. Caín, los frutos de la tierra. Dios miró con agrado la ofrenda de Abel, no porque fuera mejor en apariencia, sino porque simbolizaba algo más profundo: un sacrificio de vida, como anticipo del gran proyecto de redención.
La oveja ofrecida por Abel representaba el pacto que Dios establecería a través del sacrificio de su Hijo. Desde ese momento, la sangre se convirtió en el símbolo por excelencia de reconciliación entre Dios y el hombre.
La sangre derramada en cada sacrificio u ofrenda, significaba: la vida que iba a ser entregada en un acto de total abnegación. Doloroso sacrificio llevado a cabo por amor.
¿Por qué la sangre es tan importante para Dios y para la vida?
Desde una perspectiva científica, la sangre es vida en movimiento. En cada gota de ese líquido de vida viajan células, nutrientes, oxígeno, hormonas, defensas inmunológicas, y residuos para ser eliminados. Los glóbulos rojos transportan oxígeno a cada rincón del cuerpo; los glóbulos blancos nos defienden; y las plaquetas cierran heridas, evitando que perdamos lo más valioso: nuestra vida.
En este fluido tan especial como es la sangre, se encuentra un poder misterioso donde el hombre interno o espiritual se pone en contacto con el hombre externo en el decurso del proceso de vida que ocurre con la inhalación o absorción de oxígeno, el que contribuye al verdadero aliento de vida. Es precisamente mediante la absorción de este oxígeno cuando ese líquido vital sufre una renovación para dar vida a través de la combustión.

La ciencia ha documentado un fenómeno raro llamado hematidrosis, o sudoración de sangre. Se trata de una condición médica en la que, bajo un estrés emocional extremo, los vasos sanguíneos que rodean las glándulas sudoríparas se rompen y la sangre se mezcla con el sudor. Esto puede explicar lo que ocurrió en Getsemaní, cuando Jesús, en profunda agonía, "sudaba como grandes gotas de sangre" (Lucas 22:44).
Este detalle no solo subraya el sufrimiento físico de Cristo, sino su lucha espiritual interna. Él pudo haberse apartado. Pudo haber dicho:"reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre.” Pero eligió seguir adelante, aun a costa de su propia vida, por amor a la humanidad.
En el juicio ante Pilato, el pueblo clamó:
"¡Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mateo 27:25)
Aunque no siempre seamos conscientes, todos hemos sido parte del dolor que causó su sacrificio. Somos tan responsables como aquellos que gritaron "¡Crucifícale!", porque nacimos bajo la influencia de un mundo caído, bajo un pacto de maldición.
Pero Jesús, al levantar la copa en la última cena, declaró:
"Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por ustedes es derramada." (Lucas 22:20)
Jesús, con su muerte en la cruz, estableció un pacto de redención, sanidad y restauración.
Así la humanidad quedó dividida entre dos pactos:
Uno que condena... y otro que salva.
Uno de muerte... y otro de vida eterna.

No fue solo una muerte física, fue una ofrenda consciente, personal y universal.
en la historia de la humanidad no ha habido redención sin sangre, ni batalla sin dolor. De igual manera, en el plano espiritual, la expiación de los pecados fue realizada por medio de la sangre derramada por Cristo.

¡Cada gota de su sangre representa el rescate de cada alma humana!
Hoy, la ciencia nos ayuda a ver con más claridad el milagro de la vida, el diseño del cuerpo humano, y la profundidad del sufrimiento físico que Jesús soportó. Pero es la fe la que nos permite ver que su sangre no solo fue biología, fue amor derramado.
¿y tú?
¿A cuál pacto perteneces hoy?
En esta temporada en la que el mundo cristiano recuerda la pasión de Cristo, te invito a reflexionar. No se trata solo de historia ni de religión. Es una invitación a recolectar con el Creador, con la vida, y con el propósito eterno que te fue dado desde antes de nacer.
“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” (1Juan 5:11-12).

¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!
Frank Zorrilla
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