
Mis queridos amigos y hermanos,
En palabras del sabio Lao Tsé:
“El agradecimiento es la memoria del corazón.”
Esta frase encierra una verdad profunda: la gratitud auténtica trasciende la cortesía momentánea para convertirse en un recuerdo perdurable, tallado en lo más íntimo de nuestro ser. Mientras que la ingratitud nos empobrece y aísla, el agradecimiento enriquece el alma y teje hilos invisibles de conexión con los demás. Hoy, preguntémonos: ¿Qué tesoros guarda la memoria de nuestro corazón? Permitamos que esos recuerdos de bondad resurjan y se traduzcan en un gesto, una palabra o un pensamiento de genuino agradecimiento. Porque recordar con el corazón es la forma más bella de mantener viva la luz que otros han encendido en nosotros.
Como seres sociables que interactuamos y vivimos en comunidad, tenemos la necesidad ética y moral de expresar o dar muestra de “gratitud” o "agradecimiento" por los beneficios o favores recibidos de nuestros semejantes. El propósito detrás de ese agradecimiento es, por lo general, fomentar en otros la buena voluntad e incentivar la afabilidad en las relaciones interpersonales, contribuyendo así al sostenimiento de la hermandad entre los seres creados.
Aunque no todos comparten esta visión, pues algunos consideran que la gratitud no es más que "una acción egoísta o estrategia sutil utilizada por muchos para seguir recibiendo favores", la verdad es que sin gratitud, la sociedad se resquebraja.

Desde el marco teórico individualista, si nos vemos como parte del universo, debemos reconocer con gratitud cada experiencia y cada instante que nuestro consciente finito nos permite percibir.
El universo nos reconoce como seres únicos e irreemplazables, pues somos sus copartícipes en la obra de la creación. ¡Pertenecemos al mismo polvo estelar que dio origen al cosmos! ...Todos somos uno: una misma esencia, un mismo ser. Formamos parte de la energía universal que constituye el Todo; de allí venimos y allí regresaremos.

Sin embargo, la agitada agenda de la vida moderna nos mantiene en un sueño permanente de ingratitud, olvidando tanto al prójimo como al dador de la vida. Como bien señala Doménico Cieri Estrada:
" Dar gracias a Dios por lo que se tiene, es cuando comienza el arte de vivir.”
Muchos de nosotros vivimos en mega-cárceles espirituales: somos reclusos de circunstancias, de necesidades, de carencias reales o imaginadas. Lo terrible es que estas prisiones parecen tener condena perpetua. Pero la verdadera tragedia no son los muros, sino descubrir que la llave la tenemos en la mano y aun así nos resistimos a abrir la puerta y respirar, al fin, el aire de la libertad.
Esas necesidades constantes nos ciegan, no nos permiten reconocer lo que ya poseemos y por lo cual deberíamos estar agradecidos. Solo fijamos nuestros ojos en lo que deseamos, en lo que nos falta. Queremos todo, pero nuestro egoísmo no nos deja disfrutar plenamente lo que tenemos, porque al final siempre queremos algo mejor, algo más.
El conformismo existencial no forma parte de nuestra agenda. Queremos más, pero damos poco o nada. Olvidamos que para recibir, al igual que para dar, es necesario abrir las manos.
Como advirtió Séneca:
"No es feliz el que mucho tiene, sino el que sabe disfrutar lo poco que tiene."
El apóstol Pablo, desde la cárcel y en medio de privaciones, enseñó una verdad liberadora:
"Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad." (Filipenses 4:12).
Sin embargo, Pablo, de manera firme, pero contundente, termina su mensaje poderosamente:
"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece." (Filipenses 4:13)
La gratitud no depende de lo que poseemos, sino de nuestra disposición interior. El secreto está en aprender a vivir agradecidos en cualquier circunstancia.
El mundo, sin embargo, muchas veces ensalza la dureza del corazón y desprecia la gratitud. Algunos pensadores lo dejaron ver con crudeza:
"La ingratitud es el hijo del orgullo."— Thomas Fuller.
"La ingratitud es lo más repugnante de los vicios, porque ataca la base misma de la conciencia."—Friedrich Nietzsche.
Estos pensamientos reflejan lo que la Biblia ya nos advierte: que la ingratitud nace del egoísmo y del orgullo humano.
La Palabra nos recuerda en 1 Tesalonicenses 5:18:
"Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús."
Mientras el mundo elige la queja y la insatisfacción, el creyente está llamado a vivir en gratitud, no como una emoción pasajera, sino como un estilo de vida que honra al Creador.
El agradecimiento no debería estar sujeto a una fecha o evento especial. Estamos en deuda con aquellos que sembraron, construyeron, descubrieron y hasta dieron sus vidas para que hoy disfrutemos un mundo mejor.
Como escribió Publio Virgilio Marón:
“Mientras el río corra, los montes hagan sombra y en el cielo hayan estrellas, debe durar la memoria del beneficio recibido en la mente del hombre agradecido.”
Y como enfatizó el apóstol Pablo:
“Dando gracias siempre de todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.” (Efesios 5:20).
¿Por qué esperar un día específico para mostrarle a Dios nuestra gratitud?
El creyente sabe que dar gracias debe ser un hábito desde que abrimos los ojos:
· Por un nuevo día que nos brinda oportunidades de crecimiento.
· Por otro día de vida para ser luz en el mundo.
· Por lo material y necesario: alimento, ropa, trabajo.
· Por nuestra familia, tanto inmediata como extendida, y por los amigos que nos acompañan en el camino.
Así nuestro agradecimiento debe imitar la devoción del rey David, quien cantaba con todo su ser:
“BENDICE, alma mía a Jehová; y bendigan TODAS mis entrañas su Santo Nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona TODAS tus iniquidades, el que sana TODAS tus dolencias; el que rescata del hoyo tu Vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el Águila.” (Salmo 103:1-5)
Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona TODAS tus iniquidades, el que sana TODAS tus dolencias; el que rescata del hoyo tu Vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el Águila.” (Salmo 103:1-5)
El agradecimiento es más que una emoción: es un puente hacia la eternidad. Nos conecta con los demás, nos reconcilia con nuestro pasado y nos abre al amor de Dios.

En un mundo donde el egoísmo la ingratitud parecen dominar, el agradecimiento se convierte en un acto de resistencia y de luz. Como afirmó Dietrich Bonhoeffer:
"Es solo con gratitud que la vida se enriquece."
Así que, antes de pedir algo más, respira profundamente y reconoce lo que ya tienes. Porque el agradecimiento no solo cambia nuestra mirada, transforma nuestra vida y nos libera de las cárceles espirituales que nosotros mismos construimos.
¡Dios los bendiga rica y abundantemente!
Frank Zorrilla