Dentro de las composiciones o cánticos de alabanza
escritas por el rey David, existe uno en particular cuyas primeras estrofas le dan a Dios una connotación bucólica que transciende la expresión común de un simple apacentador de ganado lanar.
escritas por el rey David, existe uno en particular cuyas primeras estrofas le dan a Dios una connotación bucólica que transciende la expresión común de un simple apacentador de ganado lanar.
“Jehová es mi pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma;
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. (Salmos 23:1-4)
El rey David, quien también era pastor cuando era joven, conocía el oficio y la responsabilidad de esa vieja tradición familiar, “el cuidado del rebaño”. La palabra: “cuidar”, implica poner interés y esmero en la ejecución de algo. Implica dedicación y devoción; el velar por el bienestar y la seguridad de aquello que está a nuestro encargo. Significa: proteger y asistir en los momentos de peligro y necesidad.
Esas características mencionadas son las que en efecto, describen a un “buen pastor”. Aquel que durante el día recorre largos caminos en busca de verdes y exquisitos pastos, y manantiales de aguas cristalinas; el que pacientemente se mantiene en vigilia en la penumbra de la noche cuando presiente el peligro de lobos hambrientos; el que es diestro, en el uso de la vara como instrumento de protección para defender a su rebaño y utiliza su cayado eficazmente para redargüir, guiar y corregir a las ovejas descarriadas que están a punto de sucumbir en el abismo.
Esas características mencionadas son las que en efecto, describen a un “buen pastor”. Aquel que durante el día recorre largos caminos en busca de verdes y exquisitos pastos, y manantiales de aguas cristalinas; el que pacientemente se mantiene en vigilia en la penumbra de la noche cuando presiente el peligro de lobos hambrientos; el que es diestro, en el uso de la vara como instrumento de protección para defender a su rebaño y utiliza su cayado eficazmente para redargüir, guiar y corregir a las ovejas descarriadas que están a punto de sucumbir en el abismo.
No es pura casualidad que Dios eligiese pastores para: enunciar su promesa de redención, liberar y guiar a su pueblo hacia tierras fértiles, allanar los caminos para la aceptación de la salvación y para anunciar las buenas nuevas del nacimiento del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La manifestación de lo invisible fue dado a conocer a los ojos de los humildes y el resplandor de la gloria de Dios energizó sus corazones con júbilo y alegría. Estos humildes hombres fueron escogidos para ser testigos del acontecimiento de mayor transcendencia después de la creación del universo. Acontecimiento que ha acogido diversos calificativos: “El verbo hecho carne”, “el cordero que quita el pecado”, “el buen pastor”, “el puente que une al hombre con el Creador”.
Jesús se identifica como el “buen pastor”. No cómo el que recibe salario para apacentar el rebaño sin importarle en lo absoluto la integridad del mismo; sino más bien, aquel que conoce por nombre a cada una de sus ovejas, y por consiguiente, da la vida por ellas. Aquel que posee todas las cualidades por excelencia para guiarnos día tras día ante las adversidades repentinas, y el continuo y fortuito cambiar de los tiempos.
En nuestro mundo actual, también existen pastores asalariados, pastores que en lugar de velar, duermen; que cuando ven el momento de necesidad, se vuelven invisibles como por arte de magia; aquellos que sólo ejecutan un trabajo mediocremente y son usados como instrumento de confusión; aquellos que entretienen a su rebaño con falsas ilusiones y buscando pastizales en un desierto donde sólo existe el espejismo de un Oasis producto de su propia imaginación.
Jesús está consciente de ese rebaño en manos de esos pastores inescrupulosos, y él promete traer esas ovejas para que sean parte de su redil, y él ser su Pastor. “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas que también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor”. (Juan 10:16).
El buen pastor está presto a entrar por la puerta en busca de sus ovejas, sólo tenemos que escuchar su llamado y seguir sus pasos para poder gozar de verdes y apetitosos pastos, disfrutar de aguas cristalinas y contar con su protección.
Seamos pues, parte del rebaño del buen pastor, y ver cumplida una de sus grandiosas promesas: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. (Apocalipsis 3:20).
¡Que Dios los bendiga rica y abundantemente!
Frank Zorrilla