Mis queridos amigos y hermanos,
“Si no preguntas, la respuesta siempre será: ¡No!… Si no das un paso hacia adelante, siempre estarás en el mismo lugar.”
Como seres que convivimos en sociedad, y al no poseer la
capacidad de omnisciencia, nos veremos en la necesidad de hacer preguntas para satisfacer nuestras interrogantes o disminuir nuestra ignorancia. Desde nuestros primeros años de desarrollo eco-social empezamos a descubrir cosas, y llegamos a una faceta esencial del desarrollo interpersonal donde las preguntas son inevitables para nuestro proceso de aprendizaje. Así entendemos el ambiente que nos rodea, al igual que, comprender circunstancias que nos podrían afectar, tanto positiva como negativamente.
Hay quienes preguntan porque no cuentan con todas las piezas para comprender un evento o establecer una relación concordante a una situación determinada; otros sin embargo, preguntan, quizás para presumir una famélica sabiduría procesada en su lógica de pensamiento... No obstante, la acción de preguntar, nos ayuda a mejorar la comunicación, tanto a nivel intrafamiliar, como dentro de una organización o equipo, creando un ambiente de reflexión para intercambiar ideas y buscar soluciones sostenibles además de: innovar, crear y generar confianza y afinidad entre individuos y grupos.
Cuando no preguntamos, abrimos las puertas de la imaginación, de la conjetura y de la suposición, y una vez entramos por esas puertas, nos situamos en el gran salón de la inseguridad y la desconfianza. Por lo tanto, y como bien señala la cita: “Si no preguntamos, la respuesta siempre será: ¡No!
Ahora bien, como seres condicionados, siempre estaremos en la expectativa de esas respuestas que nos satisfacen; especialmente en interrogantes que producen incertidumbre o están sujetas a nuestro bienestar. Esto es así, porque fuimos creados siguiendo un diseño muy especial: Esto es, para disfrutar la vida a plenitud, para estar en gozo y sentirnos en regocijo constantemente. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.” (Génesis 1:31). Por consiguiente, no es casual que nuestro sistema endocrino, ese gran laboratorio químico, produce 4 proteínas o aminoácidos que suelen ser definidas como el “cuarteto de la felicidad”, me estoy refiriendo a: la endorfina, serotonina, dopamina y la oxitocina.
Todas estas proteínas, aminoácidos u hormonas mencionadas en el párrafo anterior, son liberadas para ejecutar funciones especificas cada vez que recibimos una estimulación externa positiva. Las endorfinas como si fuera un cóctel de drogas inocuas, son liberadas en la regiones cerebrales del hipotálamo y la hipófisis. Regiones donde se generan las emociones placenteras y de bienestar. La serotonina, actúa en el cerebro regulando la ansiedad, mejorando el humor y la sensación de felicidad. La dopamina, estimula nuestras funciones sociales y nuestra actividad cardiaca. La oxitocina, estimula los sentimientos y modula nuestro comportamiento social y conducta. ¡Cuánto nos gustaría estar estimulados positivamente todo el tiempo y así estar alegres y en regocijo constante!...
Desafortunadamente, vivimos agobiados por situaciones adversas, y el gozo y la felicidad siempre se verán limitados a espacios reducidos en nuestras vidas. Desde luego que cuando estamos en esas incomodas circunstancias de agobio, tristeza y estrés, ya sea por recibir respuestas desalentadoras o negativas, encontrarnos en situaciones donde nuestra integridad física se ve comprometida, entre otras cosas, nuestra condición psíquica y biológica es alterada de manera drástica.
“Entonces el Señor Dios dijo: He aquí, el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal;(..).” Génesis 3:22.
Ese conocimiento del bien y el mal que habla el libro de Génesis, también traería al hombre situaciones adversas; situaciones donde enfrentaría: frustración, dolor y angustia. El primer hombre y la primera mujer experimentarían felicidad y recibirían buenos regalos del Creador durante sus vidas, pero sus días estarían marcados por conflictos, dudas y miedos. De hecho, según el relato bíblico, la primera emoción que tuvo el hombre cuando se independizó del Creador, fue la emoción del “miedo” acompañada con la reacción de “escape.”
“Y él respondió: Te oí en el huerto, y tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí.” (Génesis 3:10).
No obstante, nuestro Diseñador no dejó nada al azar; como el hombre iba a ser un ser independiente al desobedecer, creó en su ser un mecanismo de supervivencia para mantenerle en alerta. Son los químicos biológicos u hormonas del estrés (cortisol, glucagón, adrenalina, prolactina, entre otras) liberadas desde los sistemas: límbico y neuroendocrino, las encargadas de reaccionar ante lo que no es placentero. Me refiero a la reacción defensiva de “agresión o escape” propiciada por la amígdala. Esa reacción, típicamente se realiza con poca o ninguna consciencia y voluntad. Es el lado primitivo de supervivencia ante lo inesperado.
Cuando usamos la mente analítica, las respuestas opuestas a las que esperamos, traen desánimo, y tienden a comportarse como fractales caóticos que se propagan degradando nuestro estado anímico y elevando los niveles de estrés, creando cortisol y dando paso a emociones negativas que a su vez generan reacciones inconscientes y hasta violentas. Ese tipo de reacción corresponde a una reacción involuntaria siguiendo un patrón de conducta aprendido o programación mental predecible: ¡No me gusta!, ¡no me agrada!...
“¡Guarda tu espada!- le ordenó Jesús- El que mata a espada, a espada perecerá.” (Mateo 26:52).
La reacción de Pedro al ver cómo se ultrajaba y atropellaba a su Maestro y Mesías, fue una reacción de frustración, de coraje y de valor. En su soberbia, Pedro no pensó en las nefastas consecuencias de su acción rebelde. Podría haberle costado la vida a todos en ese instante. No obstante, Jesús de manera tajante, apaciguó la furia de su discípulo con una enseñanza: Ante el caos y el desorden, la paz debe reinar. Como bien lo había expresado el gran guerrero David en uno de sus Salmos: “Domina tu enojo, reprime tu ira; no te exasperes, no sea que obres mal…” (Salmo 37:8).
¿Estamos listos para recibir respuestas o reacciones opuestas a lo que deseamos, aún provenientes del Creador?…
En honor a la verdad, el carácter irracional del ser humano tiende a buscar solo las repuestas que satisfacen su ego, oponiéndose tajantemente a aquellas respuestas que escapan su lógica de pensamiento; aún esas respuestas procedan del Eterno.
En la Biblia, encontramos varios ejemplos donde Dios se niega a dar una respuesta positiva al deseo de sus fieles, pero existe un episodio en particular en el Nuevo Testamento con el apóstol Pablo que nos enseña mansedumbre y resiliencia. Este Apóstol, padecía de una condición hasta ahora desconocida, que quizás era dolorosa, continua o recurrente la que le producía desconformidad o desavenencia. Ante este flagelo, él le pidió vehementemente a Dios por su sanidad. No obstante, y al tratarse de la figura más relevante de la expansión del cristianismo entre los gentiles, creeríamos que Dios complacería su petición, pero no fue así; Pablo no recibió un ¡Sí!… Sin embargo, la respuesta de Dios no fue un estorbo para que Pablo terminara su misión.
“Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que quite de mí ese aguijón de mi carne. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” (2 Corintios 12:8-9).
La respuesta negativa de Dios a la petición de Pablo no desalentó su espíritu; muy al contrario, transformó su visión, aceptando su condición. “Por lo tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12:9)
En resumidas cuentas, somos el resultado genético de mentes retrógradas, y el síndrome de Caín todavía circula en nuestro ADN pecaminoso. Solo aquel que puede desarrollar la capacidad para controlar las emociones, puede asimilar los procesos negativos que afectarán y lastimarán su ego.
¿Es posible controlar las emociones?...
Estudios científicos han demostrado que, la neuroplasticidad, o adaptabilidad del cerebro en función de nuevas experiencias hace posible que podamos aceptar nuevos procesos; aunque estos sean negativos o contrarios a lo que deseamos. En otras palabras, el modelo antiguo de enfrentar nuestra realidad de “causa y efecto” puede ser cambiado para dejar de ser seres circunstanciales. Es decir, no permitir que los estímulos gobiernen nuestras acciones por las circunstancias.
El apóstol Pablo es el vivo ejemplo de esa neuroplasticidad cerebral a la que se refiere la ciencia. "Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte." (2 Corintios 12:10) y aunque consideremos que quizás no podamos alcanzar esa capacidad neuroplástica, meditemos por un instante en las palabras del apóstol. “Para todas las cosas, tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder.” (Filipenses 4:13)
¡Dios los bendiga rica y abundantemente!
Frank Zorrilla
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