viernes, 7 de enero de 2022

EL USO DE LA ESTÉTICA PARA INSPIRAR CONFIANZA

Mis queridos amigos y hermanos,


“La confianza del inocente es la herramienta más útil del mentiroso” (Stephen King).


     El ser humano como un ente social, se ve en la obligación de contar con un elemento psicológico primordial para el propio desarrollo personal, así como también en su vida social. Este elemento se llama: “confianza”. La creencia, esperanza y fe persistente que alguien tiene, referente a otra persona, entidad o grupo considerando como idóneo para actuar de forma apropiada en una situación o circunstancia determinada. Y es que este valor social, entre otros valores, influyen significativamente, tanto a nivel personal como interrelacional para tener una vida satisfactoria sostenida por compromisos sólidos y duraderos. 


      En términos generales, la confianza es el fundamento de toda relación humana. Nadie puede caminar junto al otro sin tener la certeza de que puede confiar en él. A groso modo, “¡sin confianza es imposible avanzar y crecer!”

     Te has puesto a pensar que es precisamente el exceso de confianza lo que origina los mayores chascos y fracasos tanto a nivel individual como colectivo. La confianza en un líder, en un político, en un colega o asociado, en un amigo… Son tantas las historias expuestas a diario a través de diversos medios sociales sobre engaños, traiciones, estafas…Toda una gama de respuestas conductuales negativas producto del abuso de confianza, precisamente de personas que conforman el entorno íntimo de las víctimas; que al enterarnos, nos abruma y compunge hasta el punto de sentir suspicacia y escepticismo al querer interactuar con otros seres homogéneos. Pero, …

    

     
     ¿Qué aspectos o atributos tomas en cuenta a la hora de confiar en alguien? ¿Eres de los que juzgan al pasajero por su equipaje?¿Acaso eres de aquellos que han crecido con una programación mental con cierta inclinación a la veneración de Culto a la Imagen? 
 
     Lastimosamente, el sistema cognitivo humano, debido a sus limitaciones, no tiene conocimiento consciente de muchos procesos y contenidos mentales que, pese a ello, siguen operativos y tienen incidencia psicológica mediante operaciones automáticas. Aunque nos resulte inverosímil, es durante la infancia cuando comienzan a utilizar programación visual para que nuestro cerebro reaccione siguiendo instrucciones tóxicas como si fueran algoritmos subjetivos para que exista cierta tendencia o inclinación a valorar lo estético proporcionalmente con las bondades morales. Me refiero al aspecto exterior de la persona o atributos físicos en correlación con los sentimientos nobles o innobles; especialmente en el momento de depositar nuestra confianza

     Esa programación mental a la que hago referencia en el párrafo anterior, estimula el inconsciente cognitivo adjudicando de manera incoherente, atributos benévolos y generosos a todo aquello que, según la estética (rama de la filosofía que estudia la esencia de lo bello, la percepción de la belleza del arte), guarda armonía y perfección con la belleza. De ahí que lo hermoso, lo sublime, lo gracioso, lo bueno, como si fuese un algoritmo en nuestro cerebro emocional es correlacionado con ciertos elementos de la naturaleza y una proporción áurea. A esta proporción en filosofía se le conoce como: “divina proporción, número áureo o razón áurea.” Lo opuesto a esa correlación es sinónimo de antiestético, desagradable, deforme y malo. 
      

     Desde luego que la campaña subliminal que se ha montado por siglos tiene origen milenario, pero el desarrollo del arte se utilizó como plataforma para plasmar en esculturas y pinturas esa armonía coexistente con la naturaleza en proporción matemática del número Phi o proporción 1.618. Así lo plasmaron en sus obras tanto Leonardo da Vinci, como Luca Pacioli, entre otros artistas; quienes usaron esa proporción para expresar la perfección del cuerpo humano. De ahí se desprende que un rostro bello es aproximadamente, una proporcionalidad de 1.618 considerando la distancia que existe entre la frente y la barbilla en relación con la distancia que existe entre las orejas, entre otras medidas del rostro.  
  

     No es extraño que el culto a la imagen del hombre como sucedía en la Antigua Grecia, se ha mantenido a través de los siglos, y ha escalado en todos los estratos de la sociedad organizada, incluyendo los cultos de adoración o las iglesias. Crecemos viendo imágenes de un Cristo blanco con un rostro perfecto y hermoso; al igual que todos los apóstoles. Mientras, Lucifer o Satanás es perfilado con cuernos, con un rostro que no guarda perfección a lo estético; orejas largas, nariz asimétrica, pómulos desorbitado, piel oscura, etc. Descripciones que no guardan relación en lo absoluto con las que proveen los Profetas en las Sagradas Escrituras… 
    
     El profeta Isaias describe al Hijo de Dios, diametralmente opuesto a la representación que estamos acostumbrados a ver: “Creció delante de Dios como un retoño, como raíz en tierra seca. No había en él hermosura; lo vimos, pero no tenía atractivo alguno para que lo deseáramos” (Isaias 53:2). Según la descripción que ofrece el Profeta, no existía en Jesús belleza alguna, ni tampoco atractivo físico que pudiera llamar la atención como sucedía con algunos personajes de la época. 
    
     No obstante, el mismo error descriptivo también aplica a la figura de Lucifer"Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura" (Ezequiel 28:12). Fíjense que el profeta lo describe repleto de “hermosura”. Es decir, que resulta proporcionado y bello a los sentidos.

    ¿Acaso esos errores en descripción obedecen a una artimaña o a una manipulación mediática para confundir a los incautos?  

    

     Sin lugar a dudas, somos condicionados inconscientemente para que rostros con rasgos simétricos nos inspiren confianza, aceptándolos como sinónimo de bueno y noble. Pero, ¡cuán equivocados estamos! … Al dejarnos manipular, confundimos la nobleza de espíritu con la belleza estética. Depositamos nuestra confianza en personas siguiendo un patrón de estereotipos erróneos. Invitándolos a ser parte de nuestras vidas; haciéndolos participes de nuestra familia, y sobretodo, abriendo nuestros corazones.
  
     “No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16.7). Esa fue la respuesta que recibió el profeta Samuel cuando al ver a Eliab (hijo de Isaí), creyó que al este tener dones físicos agradables a la vista, Dios lo había escogido para reemplazar al rey Saul. 

    

     ¿Reconoces algunos de estos nombres: Jeffrey Dahmer, Beverley Allitt, Charles Manson, John Wayne Gacy, Andrés Mendoza, Juana Barraza?… 


     Todos los mencionados fueron crueles asesinos en serie, quienes al principio mostraban una actitud amable y amigable. Como todos los asesinos en serie, su modus operandi era la manipulación y la persuasión; mostrándose ante las personas como débiles y complacientes. Algunos incluso participan en la comunidad fingiendo ser bondadosos y afables. De ahí que oímos: “era un tipo muy amable que siempre saludaba”. Al final, eran: ¡Lobos rapaces con piel de corderos!

     Como bien dice el Proverbio: “Engañoso es el encanto y pasajera la belleza.” Bajo ninguna circunstancia podemos condicionarnos a aceptar un rostro subjetivamente bello o bien parecido asociándolo con atributos morales y nobles. No debemos juzgar por las apariencias, sino más bien por la conducta. Como dice el viejo refrán popular: “Caras vemos, más corazones, no sabemos”¡Jamás debemos depositar nuestra confianza en alguien por la primera impresión, porque al hacerlo cometemos un error garrafal!  El tiempo y la interacción son elementos fundamentales para juzgar el carácter. Como bien señaló Jesús“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16).    


¡Dios los bendiga, rica y abundantemente!


Frank Zorrilla