sábado, 29 de abril de 2023

LA HABILIDAD DE MENTIR, UNA MACABRA VIRTUD SOCIAL

 Mis queridos amigos y hermanos,


  
“El hombre que miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él, y por tanto, pierde todo respeto por sí mismo y por los demás.” 

Fiodor Dostoievski

     La habilidad de mentir intencional y conscientemente siempre ha sido parte de la naturaleza humana desde que el hombre tiene raciocinio. Es un comportamiento conductual aprendido, que según estudios realizados en la Universidad de Toronto por el neuropsicólogo Kang Lee y un equipo internacional, puede comenzar desde edad tan temprana como la fase anal sádica y la fase fálica (3-5 años de edad) motivado por el desarrollo evolutivo del niño en los diversos ámbitos: lingüístico, cognitivo y social donde no se descarta el miedo insertado en la memoria celular ante lo que percibe puede acarrear castigo. No obstante, la falta de corrección temprana al advertir ese comportamiento podría ser parte de su personalidad en la adultez, recurriendo a utilizar la mentira como un ardid para diversos propósitos. A continuación, datos estadísticos proporcionados por el Dr. Kang Lee, resultado de su investigación.

    ⁃    A los dos años, el 30% de los niños mienten y 70% dicen la verdad.
    ⁃    A los tres años, el 50% mienten y 50% dicen la verdad.
    ⁃    A los 4 años, más del 80% mienten.
    ⁃    Después de 4 años, la mayoría de los niños mienten con una naturalidad tan impresionante, que aún los padres, tienen dificultad en diferenciar entre la verdad y la mentira.
   

    Si preguntamos a los expertos en el comportamiento humano las razones por la que incurrimos a mentir, encontraremos que la gente miente: para quedar bien, para excusarse, para obtener ciertos beneficios, para no perder ciertos derechos, para dar una mejor imagen de sí misma, para no ofender o hacer sufrir a otras personas con la verdad, porque no pueden decir que no, para postergar decisiones, para no sentirse rechazado, por miedo a castigo, para fines malignos y macabros contra otra persona, etc. etc. Es decir, mentimos por simples trastornos de la personalidad (baja autoestima, inseguridad, falta de confianza, temor a la crítica) hasta por sufrir una enfermedad mental. Me refiero a los mentirosos patológicos (sociópatas o psicópatas), aquellos que viven sumidos en un zafio antifaz de mentiras.
   

     La gran mayoría de las sociedades han hecho de la mentira una cultura. Suena un poco exagerado, pero incluso en culturas donde mentir es inaceptable; ya sea por creencias religiosas, por ética, honor o moralismo, siempre estaremos rodeados de mentirosos empedernidos que practican la moral en calzones. Yo, por ejemplo, crecí en el seno de una familia donde estaba prohibido mentir, pero cuando comencé a observar detenidamente, me percaté de que todos lo hacían: amistades, parientes, profesores e incluso mis padres. La prohibición parecía aplicarse como de una forma arbitraria e hipócrita, por lo que la misma mímesis de la moral era en sí una mentira. Por supuesto, con todos esos buenos ejemplos a mi alrededor y como era un niño que siempre estaba metido en algunas travesuras, pronto encontré irresistible el fino arte de mentir intencional y conscientemente.
  
     Y, ¿qué de las llamadas: "mentiras blancas" o piadosas?...

El color de la mentira no importa, ya que aún la "mentira blanca o piadosa", está basada en falsa expectativa, y alejada de la realidad. Además, es como una iniciación a utilizar la mentira como un recurso para obtener algún beneficio o justificar una acción, aunque no haga daño a alguien.

     En honor a la verdad, el valor y virtud de la verdad siempre se ha visto empañada por facinerosos que han hecho de la mentira su modus operandi para confundir, engañar, extorsionar e inclusive para chantajear. La mentira siempre ha sido un despreciable arte donde muchos incurrimos como actores de reparto. No es la verdad lo que cuenta, sino, más bien, qué tanto sabes mentir y fingir. Cómo bien describe David Livingstone, profesor de la Universidad de Nueva Inglaterra, el ser humano miente de forma espontánea al igual que respira o suda. Es el único animal capaz de engañarse a sí mismo. La maleabilidad del cerebro permite reeestructurarse de modo que mentir, es la única forma de expresión. Incluso, algunos expertos en el comportamiento humano consideran que, el comportamiento o habilidad de mentir es una habilidad esencial para la convivencia del ser humano en la sociedad.  

     Si acudimos al Génesis, encontramos que Dios aborrece la mentira y así lo manifiesta en su mandamiento: ¡NO MENTIRÁS!Sin embargo, el “padre de la mentira”, Satanás, la utiliza como herramienta desde el principio. Fue precisamente debido a un vil acto de mentira por la que el hombre perdió la comunión con su Creador, su santidad, el paraíso y la vida eterna. Al igual que, fue en ese comportamiento deliberado, donde Satanás, también puso a Dios a prueba. “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis del fruto, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Génesis 3:4-5)…
   
  ¿Cuál fue la advertencia que Dios le dio al hombre sobre comer del fruto del bien y del mal?… 

“Pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis.” (Génesis 3:3)… 

     Como podemos apreciar, la advertencia fue dada, por lo tanto, si Dios no hubiese cumplido su palabra cuando Adán desobedeció, Satanás lo habría acusado de mentiroso. Una estrategia fallida, un gran chasco para el enemigo de las naciones, para el “padre de la mentira”.
    
      En las Sagradas Escrituras encontramos innumerables relatos y episodios donde la mentira es usada como artificio para diversos fines. Tenemos el ejemplo de Jacob, quien mintió miserablemente a su padre para obtener el beneficio de la progenitura. El ejemplo de Pedro, quien negó reiteradamente ser discípulo de Jesús por miedo a ser azotado y/o crucificado, Ananías, quien por avaricia al dinero mintió a los apóstoles, entre muchos otros personajes bíblicos. Sin lugar a dudas, no somos distintos, seguimos arrastrando el mismo comportamiento como si fuese una mutación de una artimaña aprendida. Poseemos el ADN del hombre de pecado, del hombre caído, y al recurrir al acto intencional-consciente de mentir, nos hace, no sólo cómplices e imitadores del “padre de la mentira”, nos ofrecemos voluntariamente a ser hijos adoptivos del Maligno. Así se refirió Jesús a aquellos que optan por emular ciertos comportamientos nocivos contrarios a los Mandamientos de Dios. “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” (Juan 8:44).
  
   ¿Cuáles son los efectos nefastos de mentir?… 

     Una vez se descubre la mentira, la persona pierde credibilidad, y sobre todo, respeto. Además, las secuelas, tanto a nivel personal como social pueden ser devastadoras. Es que la vida del mentiroso es una falsa. Una vida formada en cimientos movedizos que se desmorona cuando se expone a la luz de la verdad. Por lo tanto, aquel que forja su destino basado en mentiras no soporta escrutinio, y se verá en la necesidad de ser esclavo de un mundo ficticio. Por esa razón, Jesús exhortó a no ser esclavo de la mentira, sino ser libres a través de la verdad. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:32).
    
      En resumen, la tentación de mentir por diversas circunstancias, siempre será una opción, pero debemos recordar que el valor de la verdad debe prevalecer. Ninguna sociedad subsistirá si se pierde la confianza de los miembros que la componen. Es el valor de la verdad, el pilar básico donde descansa la conciencia moral; donde todos nos necesitamos para vivir en verdad. El mandato de Dios: ¡NO MENTIRÁS! fue creado para que el hombre tenga una mejor convivencia con sus semejantes, para que exista armonía, comprensión y sobretodo, paz.

     Sigamos el consejo del apóstol Pedro cuando dice: "el que quiere amar la vida y ver días buenos, debe refrenar su lengua de hablar el mal, y sus labios de decir mentiras." (1Pedro 3:10). Una prudente exhortación que deberíamos adoptar como código de conducta moral para tener paz interior y vivir en comunión con los demás.

¡Dios los bendiga y los guarde!

Frank Zorrilla