"Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad." (Eclesiastés 1:2)
Mis queridos amigos y hermanos,
El sabio Salomón comienza afirmando en el libro de Eclesiastés que "todo es vanidad", y enfáticamente lo repite:
Yo miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu." (Eclesiastés 1:14).
Estas expresiones no provienen de un hombre cualquiera, sino de uno de los reyes más sabios, ricos y poderosos del Antiguo Testamento. La gran pregunta es: ¿Por qué Salomón, con toda su experiencia de vida, concluyó
que los esfuerzos humanos no tienen sentido en sí mismos?
Primeramente debemos buscar la morfología de la palabra "vanidad" y su esencia que proviene del latín vanitas, que a su vez proviene del adjetivo vanus (vano, vacío, hueco). Por lo tanto, describe la cualidad de ser vano, y puede manifestarse de dos maneras.
- Arrogancia y envanecimiento: la excesiva valoración de la propia imagen o habilidades.
- Transitoriedad y falta de valor: la fragilidad de las cosas terrenales
Salomón probó todo lo que el mundo puede ofrecer: poder, riqueza, placer, sabiduría. Y al final concluyó que todo es "vapor", un "aliento fugaz". Una naturaleza temporal e insustancial de las cosas terrenales. Entendió que, el poder no da significado, la riqueza no da plenitud, la sabiduría no garantiza paz. Todo es efímero; como un vapor que se disipa, cuando se busca fuera de Dios.
"Es que el poder, la riqueza, la fama, la sabiduría, los reconocimientos y los aplausos no pueden llenar el vacío existencial que solo Dios puede llenar."
¿Fue la vanidad lo que motivó al primer hombre y a la primera mujer a desobedecer a Dios?
No existe una respuesta simple, porque existen factores con diversos matices. Un pecado complejo con varias capas. No obstante, la vanidad (creer que podían ser igual al Creador) y la ambición de poder (creer que podían alcanzar un estatus divino) fueron componentes claves para la desobediencia.
La vanidad está intimamente ligada a la soberbia: Es la búsqueda de gloria y excelencia personal independientemente de Dios. Adán y Eva, al querer ser "como Dios" (Génesis 3:5), buscaban una gloria que no les correspondía.
El enemigo sabe que la gloria del hombre es frágil. En las Escrituras, podemos comprobar de que existe un paralelismo revelador entre la tentación de Adán en el Edén y la tentación de Jesús en el desierto: "Todo esto te daré si postrado me adorares." (Mateo 4:9). Satanás, al conocer la naturaleza humana, apela al deseo de poder, gloria y autosuficiencia. Pero la respuesta de Jesús revela la radical diferencia entre la naturaleza caída del hombre y la naturaleza perfecta de Dios.
Si Jesús hubiese tenido un ápice de vanidad, hubiera caído, pero él no buscaba su propia gloria, sino la del Padre. Su identidad y misión no dependían de un poder externo o del reconocimiento terrenal. Al no tener ego que alimentar, la oferta de poder era vacía.
Hoy, Satanás sigue usando el mismo argumento de poder que usó con Adán y con Jesús porque es su arma más efectiva contra la humanidad. La vanidad y la ambición de autoglorificación echan raíces en el corazón del hombre, pero debemos ser cautos:
- El primer Adán fue tentado y cayó por vanidad y desobediencia, introduciendo el pecado al mundo.
- El nuevo Adán (Jesús) fue tentado y venció por humildad y obediencia, inaugurando la redención.
¿Es la vanidad la exaltación del ego?
La vanidad, en su sentido más profundo y teológico es la exaltación del yo (el ego) que busca su propia gloria, reconocimiento y valor por encima de todo, incluso por encima de la verdad y de Dios:
- Busca su propia alabanza: Necesita que su valor, belleza, inteligencia o logros sean reconocidos y admirados por los demás y por sí misma.
- Se mira a sí misma como centro: El universo de las persona vanidosa gira en torno a su propia imagen. Todo se filtra a través de cómo la afecta o cómo la hace ver.
- Depende de fuentes externas para su valor: Su sentido de identidad y autoestima es frágil, porque depende de la admiración, que son temporales e inseguros.
La vanidad suele ser el síntoma visible de una soberbia oculta. La persona soberbia utiliza la vanidad —esa búsqueda de gloria y reconocimiento— para alimentar su creencia internalizada de superioridad. Es que en el fondo, la vanidad es una forma de idolatría. Es como poner al "yo" en el trono que solo le pertenece a Dios.
El filósofo Arthur Schopenhauer escribió:
"La vanidad es como un humo que, si bien puede elevarse hacia arriba, no tiene ningún peso propio."
La Biblia lo confirma desde otra perspectiva:
"Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes." (Santiago 4:6).
Es por eso que la antítesis de la vanidad no es baja autoestima, sino la humildad: Jesús es el máximo ejemplo de esto: siendo Dios, no se aferró a su gloria, sino que se humilló a sí mismo. Como lo expresa el apóstol Pablo:
"El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres." (Filipenses 2:6-8)
Entonces, ¿son la vanidad y la soberbia dos caras de la misma moneda, con roles complementarios?
Desafortunadamente, Sí, la vanidad y la soberbia conviven y son inseparables, formando una dinámica profundamente dañina donde una es a menudo la manifestación externa y la otra la raíz interna.
- La soberbia es el pecado original. Es la enfermedad del alma al creerte superior, autosuficiente de Dios y sus designios. Es en sí, el motor interno.
- La vanidad es el síntoma visible de la enfermedad de la soberbia. Es la forma en que la soberbia se manifiesta y busca alimentarse con la validación, con la auto-glorificación, con la dependencia de elogios, posesiones materiales, estatus social, apariencia física. Es la "gloria" hueca.
Si analizamos bien, ambas —la vanidad y la soberbia— se alimentan mutuamente en un ciclo destructivo:
Mientras la vanidad—ese sentimiento interno de falsa superioridad— necesita ser confirmado por el mundo exterior a través de aplausos, reconocimientos y admiración, su soberbia interna se fortalece ("tienen razón, soy maravilloso"; "soy único"). Si no consigue esos resultados, esa soberbia puede convertirse en ira, envidia o desprecio hacia los que no la reconocen.
¿Es la vanidad un sentimiento proveniente de nuestro nivel de conciencia o es una programación mental que adoptamos desde la infancia?
Es una realidad intrincada que puede tener ambas perspectivas, la vanidad es un sentimiento que emerge de nuestra conciencia o interacción con nuestra naturaleza biológica, pero ese sentimiento es enormemente configurado y amplificado por la "programación" mental que recibimos desde la infancia con la crianza que recibimos. Un niño que es amado de manera incondicional y se le valora por quien es, no solo por sus logros o su apariencia, desarrolla un autoestima sólida que no necesita constantemente la validación externa. Por el contrario, un niño que recibe el mensaje de que "solo es valioso si gana o se destaca" aprenderá a buscar su valor en factores externos y volubles, alimentando la vanidad.
No obstante, mientras poco podemos hacer contra nuestra naturaleza consciente, tenemos mucho margen para cambiar esa programación cultural y personal que alimenta la vanidad y elegir una base más sólida para nuestro valor personal.
¿Si todo es vanidad, para qué esforzarse en la vida?
Tenemos que admitir que el deseo de reconocimiento es un impulso profundamente humano y social, casi tan básico como la necesidad de alimentarse o de pertenecer. Al final, esa es la cultura social que el ser humano ha establecido.
La clave no está en negar ese impulso, sino en entender su origen, su propósito y cómo lo canalizamos. Aquí es donde la psicología y la filosofía nos ayudan a distinguir entre la búsqueda sana de reconocimiento y la vanidad destructiva.
El filósofo Friedrich Hegel consideraba que:
"La conciencia solo existe en cuanto es reconocida por otro."
Para Hegel, el ser humano no se construye en solitario, sino en relación, y por eso el reconocimiento es vital. Es decir, el esfuerzo que no es visto puede sentirse como si no hubiera ocurrido.
Efectivamente, todos anhelamos reconocimiento. Este impulso es la base de la cultura, la cooperación y la vida en comunidad. En la práctica, un mundo sin esta búsqueda sería un mundo de apatía y aislamiento total. El verdadero problema yace en cruzar una delgada línea roja: la que separa el reconocimiento sano de la vanidad. Esta surge cuando se busca ser valorado por el "Qué" (apariencias, logros) y no por el "Quién" somos en esencia.
Una cosa es reconocer por "Qué" haces las cosas, es decir, el valor para el otro, en lugar de "Quién" lo hizo en busca de fama, reconocimiento y vanagloria del ego.
Al final, el antídoto contra la vanidad no es la invisibilidad, sino la autenticidad: esforzarse por una obra genuina y encontrar la paz en que, aunque el reconocimiento externo puede ser variable e injusto, el valor interno de una vida bien vivida es innegable.
Al decir a sus discípulos:"Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas." (Mateo 11:29), Jesús les invitaba a comprender que el verdadero descanso del alma no se encuentra en la aprobación externa, sino en la mansedumbre y humildad del corazón.
La vanidad es humo, sombra y espejismo. Puede prometer gloria, pero al final deja vació. Solo la humildad nos conecta con las fuente de la verdadera plenitud. En un mundo que exalta la imagen, la competencia y el éxito vacío, Dios nos invita a lo contrario: a vivir con propósito eterno, a descansar en Su gracia, y a recordar que el "yo" nunca puede ocupar el trono que pertenece a Cristo.
¡Dios los bendiga y los guarde!
Frank Zorrilla
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