jueves, 8 de mayo de 2014

LA VISA CELESTIAL: EL SELLO QUE ABRE LAS PUERTAS DE LA ETERNIDAD.


Documento para migración legal
Mis queridos amigos y hermanos,


        Todos los seres humanos tenemos noción o conocimiento del fenómeno de la migración. Se trata de un proceso natural e intuitivo, intrínseco de todo ser vivo. De hecho, si analizamos el desarrollo del ser humano a lo largo de los siglos y recurrimos a la antropología como base científica, descubriremos que el hombre ha sido nómada por naturaleza. Trasladándose a diversas regiones del globo en busca de condiciones óptimas para su supervivencia y desarrollo, con el fin de lograr una vida más amena y confortable.

     Con el surgimiento de las sociedades civilizadas, la emigración entre regiones autónomas empezó a requerir  permisos de tránsito o aprobaciones del monarca, a fin de evitar injerencias o actividades que pudieran poner en riesgo la seguridad del territorio o del reinado.

     Si buscamos en los anales de la historia, encontramos que dicho permiso era una carta sellada con el emblema real, la cual autorizaba al portador el ingreso o tránsito por determinado territorio. En la actualidad, esa carta ha sido sustituida por un documento legal —el Pasaporte que nos identifica como viajeros entre los países, y el sello real equivale hoy a la visa.

Permiso con sello estampado
     Una de las primeras referencias a este tipo de procedimiento la encontramos en la Biblia, en el relato de Nehemías (alrededor del 450 a.C):

 “Y dije al rey: Si le agrada al rey, que se me den cartas para los gobernadores de las provincias más allá del río, para que me dejen pasar hasta que llegue a Judá.” (Nehemías 2:7).

      ¿Y cuál era el propósito de Nehemías al solicitar ese salvoconducto?-

     “Y respondí al rey: Si a su Majestad le parece bien, y si tu siervo ha hallado gracia delante de ti, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, para que yo la reedifique.” (Nehemías 2:5). 

     Como podemos observar, el deseo y la misión de Nehemías era reconstruir. Hoy, quizás nuestro deseo de emigrar a otras regiones o países tenga una causa diferente. Puede deberse a situaciones de fuerza mayor, amenazas a nuestra integridad o a la búsqueda de mejores oportunidades. Pero, en la mayoría de los casos, los motivos siguen siendo los mismos mencionados al inicio: buscar condiciones óptimas para sobrevivir y prosperar. 


Visado o permiso migratorio
     Cuando decidimos emprender esa migración por vías legales, actuamos como Nehemías:  solicitamos ese “sello o visado”, esperando cumplir con los requisitos del protocolo consular para ingresar lícitamente a otro país y hacer realidad nuestros sueños y aspiraciones. Es el sello para conquistar sueños”, aunque a veces descubrimos que, si bien alcanzamos metas materiales, nuestras necesidades espirituales continúan insatisfechas. Esto nos recuerda que aún nos queda por preparar el viaje más importante: el que nos lleva a un destino metafísico después de la muerte. 

¿Estamos listos para la inminente migración celestial? 

Migración celestial
     Así como migramos en la Tierra, un día migraremos espiritualmente, cuando el alma se separe del cuerpo. La Biblia nos habla de dos destinos:

  “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al fuego eterno.” (Apocalipsis 20:15)

     Y también: 

      “Antes, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha subido en corazón de hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman.” (1Corintios 2:9

     “Y limpiará Dios toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor: porque las primeras cosas son pasadas.” (Apocalipsis 21:4).

     En contraste con los sistemas humanos, que son falibles y hasta corruptos, el sistema de Dios es perfecto e inviolable. Y lo mejor de todo: no discrimina. Todos, sin distinción de raza, condición social o nivel educativo, calificamos para esta visa hacia la eternidad”, sin necesidad de poseer bienes materiales, pertenecer a una Institución cívica, religiosa o gubernamental, ni tampoco por títulos académicos de una Universidad de prestigio. No es necesario pagar una cuota, se obtiene únicamente por la gracia de Dios:

 “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se glorié.” (Efésios 2:8-9).

Los Diez Mandamientos en tablas de piedra
     Como en el caso de Nehemías, el salvoconducto a la eternidad no tiene un precio material, pero sí un costo espiritual. Requiere la aprobación de Dios, la cual depende de nuestra relación con Él. Nehemías era un siervo fiel que halló gracia delante del rey, y ese favor le dio acceso y privilegios. 

     De igual forma, si anhelamos entrar en ese lugar prometido —la Jerusalén celestial, ciudad donde existen muchas moradas con calles de oro y mar de cristal— debemos cumplir un requisito esencial y escuchar la voz del  Señor decir:

“Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” (Mateo 25:23).

Entrando a la eternidad
     Te preguntarás: 
 ¿Cuál es el requisito que debemos satisfacer  para obtener ese VISADO hacia la eternidad? 
 

     El apóstol Pablo nos lo revela:
Seguid LA PAZ CON TODOS, y la SANTIDAD sin la cual nadie verá al Señor.” (Hebreos 12:14)

      ¿Y cómo alcanzar esa santidad?- 

     Debemos recordar que la “santidad” no es algo sentimental. Es acción, es decisión, es amar a Dios y  cumplir sus mandamientos. Así lo expresó Jesús:

     “Si me amas, guardad mis mandamientos."  (Juan 14:15). 

     ¿Y cuáles son esos Mandamientos de Jesús? 

     Los Diez Mandamientos  entregados a Moisés en
 tablas de piedra, y que con el nuevo pacto, prometió escribirlos en nuestros corazones.

    "Este es el pacto que haré con Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo.” (Jeremías 31:33)

      Acontecimiento que el apóstol Pablo hace mención alrededor de 710 años después cuando dice: “Y es manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. (2Corintios 3:3).

4to Mandamiento

     Los primeros cuatro mandamientos definen nuestra relación con Dios, y los últimos seis, nuestra relación biunívoca con el prójimo. Estos mandamientos son eternos, inmutables, y existirán para siempre como testimonio de la perfecta  relación entre Dios y el ser humano.

     La perfección de los Diez mandamientos  es indudable, porque proceden directamente del dedo de Dios.

     Por ende, ¿qué mortal, osaría abolir, menospreciar o considerar irrelevante siquiera uno de estos mandamientos?

 Todos, sin excepción, son perfectos; pero existe uno en particular que es especial, porque nos provee el permiso —o sello— que necesitamos para reconocer al Creador; aquel  que posee la autoridad suprema.

Sello de autenticidad: Nombre, Título, Jurisdicción
¿Cómo identificar ese mandamiento?- 

He aquí una pista...


     Todo sello auténtico contiene tres elementos: 

  1. Nombre del que autoriza
  2. Título del emisor
  3. Jurisdicción o dominio 

        Al estudiar los Diez Mandamientosdescubrimos uno en particular que contiene estos tres elementos esenciales. Es el único que establece a Jehová Dios como merecedor de nuestra honra, adoración y reverencia... Tan especial es este mandamiento, que el Creador mismo enfatizó con una orden imperecedera, como si implicara que iba a ser olvidado:  

 "ACUÉRDATE del día de reposo para santificarlo..." (Éxodo 20:8)

      Ese mandamiento es el que el enemigo quiere que anulemos, porque en él, podemos reconocer: Al Creador, su nombre y su dominio. No solo es una invitación al descanso físico, sino un reconocimiento a Dios como el origen de la vida y del tiempo, algo esencial para una relación fiel y reverente con Él. Además, sirve de marco para identificar a un pueblo obediente. Por tanto, obedecer ese mandamiento no es sólo una ceremonia, es una prueba de lealtad. 

     Observar el cuarto mandamiento no es una condición aislada ni mágica para obtener la "visa celestial", pero es una señal de fidelidad al Dios Creador. Es una expresión de santidad práctica, de obediencia voluntaria y de adoración auténtica. En el contexto de Apocalipsis, donde el conflicto gira en torno a la adoración, este mandamiento puede representar la decisión final entre recibir el "sello de Dios" o la "marca de la bestia." 

     En un mundo donde muchas voces compiten por tu lealtad, observar el sábado bíblico es una declaración pública de fidelidad a Dios. Tal como Nehemías recibió su visado por ser fiel al rey, nosotros recibiremos el sello de Dios al vivir conforme a Su voluntad.  

     El Apocalipsis presenta un pueblo final que guarda los mandamientos de Dios y tiene la fe de Jesús (Apocalipsis 14:12).    

   ¿Formarás parte de ese pueblo?...

  
    ¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!

                       Frank Zorrilla