Mis queridos amigos y hermanos,
¿Se han detenido a observar los actos de violencia que día tras día sufren muchas mujeres?
No se trata solo de noticias alarmantes, sino de una realidad trágica que, de forma insidiosa, se ha ido normalizando en muchos sectores de nuestra sociedad.
No se trata solo de noticias alarmantes, sino de una realidad trágica que, de forma insidiosa, se ha ido normalizando en muchos sectores de nuestra sociedad.
Lo más alarmante es que, muchas veces, estos abusos provienen de quienes juraron amor, ternura y cuidado.
La mujer es más que una figura decorativa en la estructura social; ella es el canal de vida. La biología y la espiritualidad coinciden en reconocer su papel esencial como portadora de la existencia. Desde la concepción, su cuerpo se convierte en un templo viviente donde lo invisible, una célula fusionada, toma forma humana. La matriz se transforma en el primer hogar del ser humano, protegiendo y nutriendo a ese nuevo ser que, sin ella, no fuera posible.
¿Acaso olvidamos que sin la mujer, la existencia misma se vería interrumpida?
No obstante, este milagro cotidiano es olvidado o minimizado, y al obviarlo, se convierte en una rebelión contra la misma fuente donde se origina la vida en forma tangible.
Nuestra sociedad, atrapada en esquemas patriarcales, sigue juzgando a la mujer desde su rol social, desde la forma en que "debe comportarse", y no desde su valor intrínseco como ser humano creado a imagen de Dios. Ese legado de la cultura patriarcal ha enseñado a los hombres a dominar y a las mujeres a ceder. No obstante, esta deformación de valores, cuando se arraiga desde la infancia, reproduce modelos destructivos:
- Niños que asocian la fuerza con autoridad.
- Niñas que confunden amor con sufrimiento.
Muchos estudios señalan que la violencia de género es un fenómeno estructural, producto de una cultura que aún enseña a los hombres a dominar y a las mujeres a ceder. Pero esta realidad también tiene un componente espiritual: la desvalorización de la mujer es una distorsión del diseño original de Dios.

Pero, ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Algunos se escudan en la Biblia para justificar actitudes autoritarias, pero olvidan leer el contexto completo. La frase:
"Mujeres, estad sujetas a vuestros maridos" (1 Pedro 3:1), ha sido mal interpretada por siglos. La palabra "sujeción" en la Biblia no implica servilismo, sino respeto mutuo dentro de una relación de amor y responsabilidad.
El versículo siguiente aclara la intención: "...considerando vuestra conducta casta y respetuosa" (1 Pedro 3:2). Y Pedro concluye exhortando al varón: "Vivid con ellas sabiamente, dando honor como a vaso más frágil, como coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo" (1 Pedro 3:7).

Indiscutiblemente, el rol de la mujer ha experimentado una transformación histórica en los últimos 70 años. La mujer ha dejado de ser una figura pasiva para convertirse en protagonista de los cambios sociales, culturales y económicos. Pero, paradójicamente, ese avance ha sido visto por algunos hombres como una amenaza.
En su razonamiento errático, y bajo la influencia que ha venido acarreando y sosteniendo desde su niñez, algunos hombres tienden a considerar a la mujer como un objeto que le pertenece, y que esta debe estar sumisa ante sus desplantes. A su modo de entender el enigma:
Es decir, una pieza que se acomode a sus intereses para favorecer o complacer. Es entonces, cuando los conflictos florecen y se impone la fuerza, de quien tiene la autoridad para someter a lo que se considera el sexo débil.
Criados bajo un modelo de superioridad masculina, muchos hombres sienten que su "autoridad" está en riesgo. No comprenden que no se trata de una lucha de poderes, sino de una evolución necesaria hacia una convivencia basada en el respeto, la complementariedad y la justicia.
En este contexto, el hombre que no ha sanado sus heridas internas tiende a ver a la mujer como objeto, no como una compañera. La violencia, entonces, se convierte en su respuesta ante el miedo de perder el control. Pero ese control nunca debió ser suyo, porque la verdadera relación entre seres humanos es de colaboración, no de dominación.

La violencia contra la mujer no se combate solo con leyes o campañas públicas. Es necesario, urgente, sanar desde la raíz: la familia. Allí es donde se forman los valores, donde se aprende a amar y a respetar. Como mencioné anteriormente, ¡El cambio profundo solo comienza en casa!
Eduquemos a nuestros hijos para que entiendan el valor de la mujer, no como un concepto romántico o simbólico, sino como una verdad biológica, espiritual y humana. Enseñémosles que el amor no se impone ni se exige, sino que se gana con paciencia, ternura y responsabilidad.

No se trata de idolatrar a la mujer, sino de honrarla como coheredera de la vida, como igual en dignidad y como instrumento elegido por Dios para perpetuar la existencia.

En esencia, debemos cultivar el respeto como la más noble de las virtudes, tejiéndolo en cada gesto, palabra y silencio que compartimos. Que nuestros hogares sean santuarios donde esta verdad florezca: el respeto mutuo como ley inquebrantable, cimiento de convivencia. Pero, sobre todas las cosas, honremos a ese ser extraordinario, obra maestra de la existencia: la MUJER. Portadora de vida, fortaleza y ternura; faro que ilumina con sabiduría los rincones más oscuros. Que nuestro reconocimiento hacia ella no sea un acto ocasional, sino un homenaje cotidiano, tan eterno como su propia luz.
¡Que Dios los bendiga rica y abundantemente!
Frank Zorrilla