miércoles, 19 de febrero de 2025

LA DUALIDAD DE LA INCOMPETENCIA: SÍNDROME DE PROCUSTO Y EFECTO DUNNING-KRUGER EN LA VIDA COTIDIANA

Mis queridos hermanos y amigos,

     Estoy seguro que en tu ambiente social o en el laborar, conoces o has conocido personas que se consideran únicos. Son el tipo de individuos que tienen ciertas atribuciones para con los demás, y en lugar de ser sinceros, sus acciones vociferan: “¡Quiero que te vaya bien, pero no mejor que a mí!”Quizás, inadvertida e inconscientemente un gran número de nosotros, nos comportamos de esa manera.

     Es un tipo de comportamiento donde: la envidia, la codicia, la egolatría, el excentricismo, la mediocridad y los celos, forman una amalgama de sentimientos, los cuales son proclives a crear un ambiente tóxico y dañino; especialmente en el campo laboral en donde podríamos vernos tentados por la competencia o la capacidad de otros colegas. Aunque también podemos notar este tipo de comportamiento en otras actividades sociales. A este tipo de conducta se le conoce en la psicología cómo: “Síndrome de Procusto” (Nombre que proviene de la mitología griega).

     Cuenta la mitología que, Procusto tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la cama, procedía a aserrar las partes del cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si, por el contrario, era de menor longitud que la cama, lo descoyuntaba a martillazos hasta estirarlo (de aquí viene su nombre). Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos, una exageradamente larga y otra exageradamente corta, o bien una de longitud ajustable.

     Procusto continuó con su reinado de terror hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien invirtió el juego, retando a Procusto a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama. Cuando el posadero se hubo tumbado, Teseo lo amordazó y ató a la cama y, allí, lo torturó para “ajustarlo” como él hacía a los viajeros, cortándole a hachazos los pies y, finalmente, la cabeza. Matar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje desde Trecén hasta Atenas.

      La conducta de Procusto se define cómo: La incapacidad inconsciente que tiene una persona para reconocer como válidas, las ideas de otros. O en forma consciente, el miedo a ser superado profesionalmente por un compañero de labor o un subordinado, o la envidia hacia ese subordinado. 

     Aquí algunas características conscientes de los que sufren de este síndrome:

  •      Tienen miedo de conocer a personas que les va bien, que tengan más conocimientos, capacidades o iniciativas que ellos. Si lo encuentran, les invade una sensación de desconfianza y malestar.
  •      Enfocan sus energías en limitar las capacidades, creatividad e iniciativa de otros para que no queden en evidencia sus propias carencias.
  •     Son capaces de modificar su posicionamiento inicial si, con ello, deslegitiman al otro.
  •    Suelen buscar la complicidad de otros para, entre todos, acabar con aquel que se destaque más que ellos.

     ¿Conoces a alguien así en tu lugar de trabajo, en tu familia o en tu ambiente social? ...
    
     Lastimosamente, la situación laboral se complica cuando la persona que ejerce alguna posición de relevancia, además de sufrir del “Síndrome de Procusto inconsciente o consciente”, también padece del “Síndrome de Dunning-Kruger”fenómeno que se ha descrito como la relación entre ignorancia y exceso de confianza. Este síndrome se caracteriza por el hecho de que las personas con un bajo nivel intelectual o cultural tienden a sobreestimar sus conocimientos y a considerarse más inteligentes de lo que realmente son. 

     El Efecto Dunning-Kruger es un sesgo cognitivo según el cual los individuos con poca habilidad o conocimientos experimentan una ilusión de superioridad, creyéndose más competentes que personas con mayor preparación. Como resultado, sobrevaloran sus propias capacidades y evalúan erróneamente su nivel de habilidad por encima de la realidad.
 

     Este sesgo se atribuye a una incompetencia metacognitiva, que impide al individuo reconocer su propia ineptitud. Paradójicamente, mientras las personas con baja habilidad sobreestiman sus capacidades, los individuos realmente competentes tienden a subestimar las suyas. Esto se debe a que asumen erróneamente que los demás poseen un nivel de conocimiento similar al suyo. 

     Como consecuencia, muchas personas altamente capacitadas pueden dudar de su propia competencia y sentirse inadecuadas para ocupar ciertos roles o liderazgos. Este fenómeno es conocido como el Síndrome del Impostor.

     Reflexionemos sobre esto que dijo Martin Luther King: Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda., y ahí reside el problema de personas incompetentes y al mismo tiempo afectados por el "Síndrome de Procusto"

     Las  Sagradas Escrituras no están al margen de las conductas humanas; en sus páginas encontramos numerosas historias que ilustran la incompetencia de líderes narcisistas y de la manifestación de los síndromes mencionados. Estas narraciones no son meras fábulas ni mitos, sino relatos de vivencias de personajes históricos….

     Todas estas tendencias, comportamientos, trastornos o síndromes tienen un denominador común: "la imagen que adoptamos al obedecer al ángel caído"Somos el resultado de la desobediencia y, en consecuencia, seguimos patrones de conducta marcados por la degradación y el caos, en lugar de la integración y el orden. 

     Ejemplos concretos de personajes bíblicos que fueron víctimas del Síndrome de Procusto  o del Síndrome de Dunning-Kruger,  y que a su vez los aplicaron a otros:

  •  José, amado por su padre más que al resto de sus hermanos, fue vendido por ellos movidos por la envidia. Su túnica de colores resaltó demasiado…, o al menos eso creyeron quienes, dominados por el Síndrome de Procusto, lo ultrajaron.
  • David, el humilde pastor de ovejas, sufrió las injusticias del rey Saúl, quien, consumido por los celos y atrapado en el Síndrome de Procusto, intentó matarlo en varias ocasiones,  por temor a ser desplazado como rey.
  • Pablo, quien antes había sido perseguidor de la iglesia, ahora emergía como un líder en ascenso. Sin embargo,  ninguno de los apóstoles quiso reconocerlo, entrenarlo ni respaldarlo; en su lugar, lo aislaron. Solo Bernabé,  seguro de sí mismo, vio en Saulo a un gran líder en formación. Lo tomó bajo su tutela y lo capacitó.


     Pero, ¿acaso crees que las asambleas religiosas de hoy escapan de este tipo de comportamiento?... 

Definitivamente, ¡No!...

     Lamentablemente, también existen líderes religiosos con "Síndrome de Procusto"  asociados con una oligarquía elitista y caracterizados por una mentalidad cerrada. Estos líderes consideran que su capacidad para dirigir a la feligresía nunca debe ser cuestionada, pues se creen elegidos. 

     Sin embargo, a diferencia de esta actitud, el apóstol Pablo nunca afirmó que era capaz de lograr por sí mismo todo lo que Dios le había encomendado. En cambio, aprendió a mirar más allá de sus propias limitaciones y a confiar en la suficiencia de Cristo. Si adoptamos la misma actitud que Pablo, podremos descubrir las bendiciones ocultas en nuestras experiencias y ser más tolerantes con las ideas de los demás. 

      Cuando nos damos cuenta de que una situación es más grande de lo que podemos manejar, debemos apresurarnos a abrir la Biblia y orar en busca de orientación y fortaleza. No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios.” (2 Corintios 3:5).


   
Todos como hermanos
 
En conclusión, tanto el “Síndrome de Procusto” como el
“Efecto Dunning-Kruger” son comportamientos de la conducta humana. Lo importante, desde su comprensión global, es tener la valentía de analizar si nosotros mismos incurrimos en algunos de estos comportamientos. Además, este conocimiento puede servirnos para evaluar las conductas de los demás, ya sean cercanos o lejanos, con el fin de criticar constructivamente, corregir si son dañinos o, simplemente, comprenderlas y tender un manto de “empatía” hacia ellos. Como bien dijo el sabio: "El que carece de entendimiento menosprecia a su prójimo; más el hombre prudente calla." (Proverbios 11:12)

     Cada uno sabrá si padece del síndrome de Procusto, ya sea de manera consciente o inconsciente,  o se identifica como un incompetente, un impostor, o ninguna de estas condiciones mencionadas. Sin embargo, si alguna de esas estas características está presente en nuestro carácter, lo importante es emular el carácter de Cristo, reconocer las carencias propias que debemos solucionar y apostar por la formación continua para cultivar la humildad y mejorar nuestro conocimiento. Como dijo Sócrates: “Existe un mal, la ignorancia; existe un bien, el conocimiento, pero sólo es útil el conocimiento que nos ayuda a ser mejores.” 


¡Dios los bendiga y los guarde!


Frank Zorrilla

lunes, 17 de febrero de 2025

CUANDO LA DUDA NOS HUNDE: APRENDAMOS DE PEDRO PARA VENCER EL SÍNDROME DEL IMPOSTOR

Mis queridos amigos y hermanos,

  
   
Muchas veces, el ímpetu y el coraje disfrazan al miedo, ocultan su herida, 

y el alma que grita ser fuerte y erguida tiembla en lo hondo, presa del oleaje.


Muchas veces la osadía es un traje, un disfraz que reviste al que duda, y el que se alza sin tacha ni ultraje esconde en su pecho la herida más muda. 


Pedro, torrente de fuego y palabra, que desafió los mares inciertos, caminó sobre el agua con fe desarmada, pero al ver la tormenta, tembló en desconcierto.


Tres veces su voz se cubrió de tiniebla, tres veces su miedo le dio la espalda, pero el alba no olvida al que cae y se quiebra, porque el llanto del alma la fe lo rescata.


Y aquel que dudó, que negó en la incertidumbre, fue piedra y cimiento de nueva esperanza, pues la roca no es quien jamás se derrumba, sino aquel que se alza cuando todo se acaba.

 

Porque el verdadero valor no reside en la osadía de caminar sobre un mar embravecido, ni en el grito altivo de ´Tú eres el Cristo´,  ni el gesto tenaz de empuñar la espada y quitar una oreja. Es la fe que renace cuando se pierde la esperanza, es confiar en la luz… aunque el alma tropiece en la oscuridad del momento.”


Frank Zorrilla


   ¡Cuántas veces hemos sido huéspedes de la incertidumbre y nos amedrentamos por las circunstancias!...


     Lastimosamente, el famoso: “Síndrome del Impostor” obrando en nuestro subconsciente nos recuerda una y otra vez, los fracasos del pasado, nuestras debilidades y sobretodo, la inserción de la duda para mermar nuestra capacidad en creer en nosotros mismos. 

 

     Este auto sabotaje que reside en nuestra forma de pensar, minimiza nuestro accionar dando lugar a paralizar nuestra valoración como seres productivos cayendo en la incapacidad mental. Son muchos los casos clínicos que reflejan como este maléfico síndrome del impostor afecta el desempeño de personas altamente capacitadas, llevándolas a dudar de sus logros y atribuir sus éxitos a la suerte o a factores externos en lugar de reconocer su esfuerzo y habilidades. 

    

     Esta constante autonegación no solo frena el crecimiento personal y profesional, sino que también puede generar ansiedad, estrés y depresión. La clave para enfrentar este fenómeno radica en reconocer su existencia, cambiar la narrativa interna y aprender a valorar nuestros logros con objetividad. 

 

     Es fundamental recordar que errar es parte del aprendizaje y que el crecimiento se construye sobre la base de la experiencia, no de la perfección. Romper con este ciclo de autosabotaje implica desarrollar una mentalidad de confianza, aceptar los elogios sin reservas y comprender que somos capaces de alcanzar nuestras metas por mérito propio. 

  

     Tomemos el ejemplo de un personaje bíblico muy controversial, debido a su agresividad y osadía. Ese personaje se trata de Simón Pedro, aquel discípulo impulsivo, de carácter fuerte y arrojado, pero con suficiente mérito para haber quedado rezagado como alguien que en tiempos de pruebas dejaba ver un interior frágil, lleno de miedo y de dudas. Sin embargo, a pesar de sus debilidades, Pedro es un claro ejemplo de cómo la inseguridad y la duda no definen nuestro destino. Su historia nos muestra que incluso aquellos que enfrentan momentos de fragilidad pueden transformarse en líderes firmes y decididos. 

  

     Pedro caminó sobre el agua, pero la duda lo hizo hundirse. Prometió lealtad inquebrantable a Jesús, pero el miedo lo llevó a negarlo tres veces. No obstante, tras cada caída, hubo una oportunidad de redención. Jesús no vio en él solo sus fracasos, sino su potencial. Y fue precisamente este hombre, alguna vez inseguro y  temeroso, a quien Jesús encomendó la misión de fortalecer a sus hermanos y edificar su iglesia. 

     El Síndrome del Impostor puede hacernos sentir indignos, como si nuestras fallas nos invalidaran. Pero la historia de Pedro nos recuerda que no somos definidos por nuestros errores, sino por nuestra capacidad de aprender, levantarnos y seguir adelante. La clave está en reconocer nuestras debilidades sin permitir que nos paralicen, confiando en que nuestro crecimiento y propósito van más allá de nuestras dudas. 

  

     La historia de Simón Pedro es un reflejo de la lucha interna que muchos enfrentamos contra la duda y el autosabotaje. A pesar de su fuerte carácter y su pasión por seguir a Jesús, Pedro experimentó momentos de profunda inseguridad que lo hicieron tambalear en su propósito. 


     Uno de los episodios más emblemáticos de esta lucha es cuando Jesús camina sobre el agua y Pedro, ese hombre impulsivo y valiente, le pide que le ordene hacer lo mismo. Al recibir la invitación, Pedro camina unos pasos sobre las aguas, pero en cuanto fija su mirada en el viento y las olas, comienza a hundirse. Su fe, inicialmente firme, es debilitada por la incertidumbre. Jesús lo rescata, pero también le hace una pregunta: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mateo 14:31).

    

     En ese versículo se revela una verdad importante: Pedro tenía la capacidad, pero la duda lo hizo fracasar momentáneamente. No fue la ausencia de talento o llamado lo que lo hizo hundirse, sino la falta de confianza en sí mismo y en el poder que lo sostenía. Así sucede con quienes padecen el Síndrome del Impostor. No es que carezcan de habilidades o méritos, sino que permiten que la incertidumbre los haga sentir indignos de sus logros.

  

     Otro episodio crucial en su vida es su negación de Jesús. Pedro, quien había declarado con firmeza que jamás lo abandonaría, cede ante el miedo y niega conocer a su Maestro tres veces en una sola noche. En ese momento, pudo haberse quedado estancado en la culpa y la vergüenza, convenciéndose de que ya no era digno de su llamado. Sin embargo, la historia no termina ahí. Jesús, después de su resurrección, lo restaura con una pregunta que repite tres veces: “¿Me amas? (Juan 21:15-17). No le pregunta por su fracaso, sino por su amor y compromiso. Pedro, en lugar de rendirse ante su pasado, acepta la oportunidad de ser transformado y se convierte en una de las figuras más influyentes del cristianismo. En Pedro, sucumbió ese fatídico síndrome y se impuso una autentica transformación que lo convirtió en esa roca sólida que necesitaba la propagación del cristianismo alrededor del mundo a pesar de todas las adversidades y el cambio de los tiempos.  

    

      ¿Por qué Jesús eligió a Pedro para ser roca de la iglesia, aun conociendo sus debilidades?...

     Porque Jesús sabía que Pedro iba a tener un arrepentimiento genuino, además de que su poder, se perfecciona en la debilidad para transformarla a un liderazgo con propósito. (2 Corintios 12:9)

      Este proceso de caída y restauración nos enseña que el “Síndrome del Impostor” no se vence con una sola victoria, sino con la perseverancia en la fe y en la propia identidad. Pedro tuvo que aprender a verse con los ojos de su Maestro, en lugar de definirse por sus errores. Su vida es un testimonio de que el crecimiento no es lineal, pero cada obstáculo puede ser un peldaño hacia una versión más fuerte y auténtica de nosotros mismos.


     Si bien todos enfrentamos momentos de duda, lo que define nuestro destino no es la ausencia de fallos, ni de miedos, sino nuestra respuesta ante ellos. Así como Pedro, podemos elegir levantarnos, abrazar nuestro propósito y avanzar con la certeza de que no somos IMPOSTORES, sino personas en constante crecimiento, llamadas a hacer una diferencia en el mundo.  

  

     El Síndrome del Impostor nos susurrará una y otra vez de que no somos suficientes, que nuestros logros son casualidad o que, en cualquier momento, seremos descubiertos como fraudes. Pero la historia de Pedro nos recuerda que nuestra identidad no está determinada por nuestros fracasos ni por nuestras dudas, sino por el propósito que nos ha sido dado y nuestra disposición a levantarnos una y otra vez. 


     Recordemos que Pedro no se convirtió en un líder perfecto de la noche a la mañana. Su proceso estuvo marcado por caídas, temores y momentos de debilidad, pero también por crecimiento, aprendizaje y restauración. Y es precisamente en esa transformación donde encontramos la clave para vencer la inseguridad: aceptar que el crecimiento es un camino continuo, en el que nuestras imperfecciones no nos invalidan, sino que nos hacen más humanos y nos preparan para desafíos mayores. 

    

     El Síndrome del Impostor nos hace creer que debemos esperar hasta ser completamente seguros, totalmente preparados o exitosos para atrevernos a avanzar. Pero Pedro nos enseña que lo que realmente importa no es nunca dudar, sino decidir seguir adelante a pesar de la duda. Su vida nos muestra que Dios no elige a los perfectos, sino que perfecciona a quienes están dispuestos a confiar en Él y a perseverar a pesar de sus miedos. 


     Así que, si alguna vez sientes que no eres suficiente o que no mereces estar donde estás, recuerda a Pedro. Recordemos que no se trata de nunca fallar, sino de nunca rendirnos. Porque en este camino de constante crecimiento, cada tropiezo es solo un peldaño más en la escalera de nuestra transformación. 


     


¡Dios los bendiga rica y abundantemente!



Frank Zorrilla