“Muchas veces, el ímpetu y el coraje disfrazan al miedo, ocultan su herida,
y el alma que grita ser fuerte y erguida tiembla en lo hondo, presa del oleaje.
Muchas veces la osadía es un traje, un disfraz que reviste al que duda, y el que se alza sin tacha ni ultraje esconde en su pecho la herida más muda.
Pedro, torrente de fuego y palabra, que desafió los mares inciertos, caminó sobre el agua con fe desarmada, pero al ver la tormenta, tembló en desconcierto.
Tres veces su voz se cubrió de tiniebla, tres veces su miedo le dio la espalda, pero el alba no olvida al que cae y se quiebra, porque el llanto del alma la fe lo rescata.
Y aquel que dudó, que negó en la incertidumbre, fue piedra y cimiento de nueva esperanza, pues la roca no es quien jamás se derrumba, sino aquel que se alza cuando todo se acaba.
Porque el verdadero valor no reside en la osadía de caminar sobre un mar embravecido, ni en el grito altivo de ´Tú eres el Cristo´, ni el gesto tenaz de empuñar la espada y quitar una oreja. Es la fe que renace cuando se pierde la esperanza, es confiar en la luz… aunque el alma tropiece en la oscuridad del momento.”
Frank Zorrilla
¡Cuántas veces hemos sido huéspedes de la incertidumbre y nos amedrentamos por las circunstancias!...
Este auto sabotaje que reside en nuestra forma de pensar, minimiza nuestro accionar dando lugar a paralizar nuestra valoración como seres productivos cayendo en la incapacidad mental. Son muchos los casos clínicos que reflejan como este maléfico síndrome del impostor afecta el desempeño de personas altamente capacitadas, llevándolas a dudar de sus logros y atribuir sus éxitos a la suerte o a factores externos en lugar de reconocer su esfuerzo y habilidades.
Esta constante autonegación no solo frena el crecimiento personal y profesional, sino que también puede generar ansiedad, estrés y depresión. La clave para enfrentar este fenómeno radica en reconocer su existencia, cambiar la narrativa interna y aprender a valorar nuestros logros con objetividad.
Es fundamental recordar que errar es parte del aprendizaje y que el crecimiento se construye sobre la base de la experiencia, no de la perfección. Romper con este ciclo de autosabotaje implica desarrollar una mentalidad de confianza, aceptar los elogios sin reservas y comprender que somos capaces de alcanzar nuestras metas por mérito propio.
Tomemos el ejemplo de un personaje bíblico muy controversial, debido a su agresividad y osadía. Ese personaje se trata de Simón Pedro, aquel discípulo impulsivo, de carácter fuerte y arrojado, pero con suficiente mérito para haber quedado rezagado como alguien que en tiempos de pruebas dejaba ver un interior frágil, lleno de miedo y de dudas. Sin embargo, a pesar de sus debilidades, Pedro es un claro ejemplo de cómo la inseguridad y la duda no definen nuestro destino. Su historia nos muestra que incluso aquellos que enfrentan momentos de fragilidad pueden transformarse en líderes firmes y decididos.
Pedro caminó sobre el agua, pero la duda lo hizo hundirse. Prometió lealtad inquebrantable a Jesús, pero el miedo lo llevó a negarlo tres veces. No obstante, tras cada caída, hubo una oportunidad de redención. Jesús no vio en él solo sus fracasos, sino su potencial. Y fue precisamente este hombre, alguna vez inseguro y temeroso, a quien Jesús encomendó la misión de fortalecer a sus hermanos y edificar su iglesia.
El Síndrome del Impostor puede hacernos sentir indignos, como si nuestras fallas nos invalidaran. Pero la historia de Pedro nos recuerda que no somos definidos por nuestros errores, sino por nuestra capacidad de aprender, levantarnos y seguir adelante. La clave está en reconocer nuestras debilidades sin permitir que nos paralicen, confiando en que nuestro crecimiento y propósito van más allá de nuestras dudas.
La historia de Simón Pedro es un reflejo de la lucha interna que muchos enfrentamos contra la duda y el autosabotaje. A pesar de su fuerte carácter y su pasión por seguir a Jesús, Pedro experimentó momentos de profunda inseguridad que lo hicieron tambalear en su propósito.
Uno de los episodios más emblemáticos de esta lucha es cuando Jesús camina sobre el agua y Pedro, ese hombre impulsivo y valiente, le pide que le ordene hacer lo mismo. Al recibir la invitación, Pedro camina unos pasos sobre las aguas, pero en cuanto fija su mirada en el viento y las olas, comienza a hundirse. Su fe, inicialmente firme, es debilitada por la incertidumbre. Jesús lo rescata, pero también le hace una pregunta: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mateo 14:31).
En ese versículo se revela una verdad importante: Pedro tenía la capacidad, pero la duda lo hizo fracasar momentáneamente. No fue la ausencia de talento o llamado lo que lo hizo hundirse, sino la falta de confianza en sí mismo y en el poder que lo sostenía. Así sucede con quienes padecen el Síndrome del Impostor. No es que carezcan de habilidades o méritos, sino que permiten que la incertidumbre los haga sentir indignos de sus logros.
Otro episodio crucial en su vida es su negación de Jesús. Pedro, quien había declarado con firmeza que jamás lo abandonaría, cede ante el miedo y niega conocer a su Maestro tres veces en una sola noche. En ese momento, pudo haberse quedado estancado en la culpa y la vergüenza, convenciéndose de que ya no era digno de su llamado. Sin embargo, la historia no termina ahí. Jesús, después de su resurrección, lo restaura con una pregunta que repite tres veces: “¿Me amas? (Juan 21:15-17). No le pregunta por su fracaso, sino por su amor y compromiso. Pedro, en lugar de rendirse ante su pasado, acepta la oportunidad de ser transformado y se convierte en una de las figuras más influyentes del cristianismo. En Pedro, sucumbió ese fatídico síndrome y se impuso una autentica transformación que lo convirtió en esa roca sólida que necesitaba la propagación del cristianismo alrededor del mundo a pesar de todas las adversidades y el cambio de los tiempos.
¿Por qué Jesús eligió a Pedro para ser roca de la iglesia, aun conociendo sus debilidades?...
Si bien todos enfrentamos momentos de duda, lo que define nuestro destino no es la ausencia de fallos, ni de miedos, sino nuestra respuesta ante ellos. Así como Pedro, podemos elegir levantarnos, abrazar nuestro propósito y avanzar con la certeza de que no somos IMPOSTORES, sino personas en constante crecimiento, llamadas a hacer una diferencia en el mundo.
El Síndrome del Impostor nos susurrará una y otra vez de que no somos suficientes, que nuestros logros son casualidad o que, en cualquier momento, seremos descubiertos como fraudes. Pero la historia de Pedro nos recuerda que nuestra identidad no está determinada por nuestros fracasos ni por nuestras dudas, sino por el propósito que nos ha sido dado y nuestra disposición a levantarnos una y otra vez.
Recordemos que Pedro no se convirtió en un líder perfecto de la noche a la mañana. Su proceso estuvo marcado por caídas, temores y momentos de debilidad, pero también por crecimiento, aprendizaje y restauración. Y es precisamente en esa transformación donde encontramos la clave para vencer la inseguridad: aceptar que el crecimiento es un camino continuo, en el que nuestras imperfecciones no nos invalidan, sino que nos hacen más humanos y nos preparan para desafíos mayores.
El Síndrome del Impostor nos hace creer que debemos esperar hasta ser completamente seguros, totalmente preparados o exitosos para atrevernos a avanzar. Pero Pedro nos enseña que lo que realmente importa no es nunca dudar, sino decidir seguir adelante a pesar de la duda. Su vida nos muestra que Dios no elige a los perfectos, sino que perfecciona a quienes están dispuestos a confiar en Él y a perseverar a pesar de sus miedos.
Así que, si alguna vez sientes que no eres suficiente o que no mereces estar donde estás, recuerda a Pedro. Recordemos que no se trata de nunca fallar, sino de nunca rendirnos. Porque en este camino de constante crecimiento, cada tropiezo es solo un peldaño más en la escalera de nuestra transformación.
¡Dios los bendiga rica y abundantemente!
Frank Zorrilla
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