Mis queridos amigos y hermanos,
Sin lugar a dudas, que la perdida de la memoria produce cambios transcendentales en la vida de una persona; cambios que pueden afectar, tanto la vida privada, como el desenvolvimiento en la sociedad. Esa facultad que poseemos de recordar eventos o incidencias de nuestro pasado. Es un don divino que nos da la capacidad de comparar y analizar situaciones sociales o vivencias del presente con hechos acaecidos en el pasado por medio del acto de discurrir en virtud de lo que se concibe, se induce, o se deduce de sentimientos emocionales de placer y/o dolor haciendo uso del raciocinio para formar, cambiar y/o transformar nuestro carácter, y quizás, hasta la forma de comportarnos ante acontecimientos externos repetitivos que nos afectan en nuestro diario vivir.
Aunque tener una buena capacidad de memoria es de utilidad, también es cierto, que esa facultad nos puede convertir en “esclavos del pasado”; atándonos a recuerdos que impiden un desarrollo espiritual, físico y social; por consiguiente, cuando sólo la empleamos para detenernos en el tiempo, nos puede arrastrar en el oscuro laberinto del desánimo, opacando la capacidad de emprender nuevos y venturosos caminos. “No debemos ser prisioneros de nuestro pasado, sino arquitectos de nuestro futuro”.
¿Cuántos anhelos y sueños han quedado rezagados y truncados por la inactividad de una experiencia del pasado? ¿Cuánto nos ha causado la mezquindad de carecer de iniciativas para forjar un porvenir? y ¿Cuánto el quebrantamiento de espíritu debido a condiciones traumáticas en nuestras psiquis? Al estado emocional al que hago referencia en este artículo es la "amargura" (sentimiento de pena, aflicción o disgusto).
Lastimosamente, existen personas que sólo viven en su pasado y se regocijan viciosamente en sus añoranzas como si al hacerlo, satisfarían una necesidad. Es como un sadismo mental que produce un éxtasis inconsciente pero alimentado conscientemente a través de la memoria celular.
Pasan los años, y la condición de vivir en amargura nos produce una parálisis mental que nos roba el dinamismo y no nos permite gozar del presente. No nos permite descubrir un mundo lleno de posibilidades para enterrar ese hombre/mujer del pasado, y ser un nuevo hombre o una nueva mujer del presente con visión para el futuro.
Lastimosamente, existen personas que sólo viven en su pasado y se regocijan viciosamente en sus añoranzas como si al hacerlo, satisfarían una necesidad. Es como un sadismo mental que produce un éxtasis inconsciente pero alimentado conscientemente a través de la memoria celular.
Pasan los años, y la condición de vivir en amargura nos produce una parálisis mental que nos roba el dinamismo y no nos permite gozar del presente. No nos permite descubrir un mundo lleno de posibilidades para enterrar ese hombre/mujer del pasado, y ser un nuevo hombre o una nueva mujer del presente con visión para el futuro.
Aferrarse al pasado y vivir en amargura es una condición de la mente subconsciente, la que nos hace flotar en aquello que no nos deja avanzar; pues a veces, es más fácil lamentarnos y encontrar justificación en hechos que se encuentran fuera de nuestras manos antes que asumir la responsabilidad de nuestro presente inmediato.
Es mucho más fácil, culpar a otros o tener la excusa para disfrazar la realidad del presente. Algunos de esos momentos que debemos dejar en el olvido del pasado pueden estar relacionados con nuestra antigua vida social o con la interrelación con las personas que formaron parte de nuestro ambiente. Entre ellas: separaciones de pareja, muerte de un ser amado, pérdida de un trabajo o de una posición, maltrato físico y/o psicológico, burla, saboteo, acoso, violación, abandono, trauma, etc.
Es mucho más fácil, culpar a otros o tener la excusa para disfrazar la realidad del presente. Algunos de esos momentos que debemos dejar en el olvido del pasado pueden estar relacionados con nuestra antigua vida social o con la interrelación con las personas que formaron parte de nuestro ambiente. Entre ellas: separaciones de pareja, muerte de un ser amado, pérdida de un trabajo o de una posición, maltrato físico y/o psicológico, burla, saboteo, acoso, violación, abandono, trauma, etc.
Debemos tomar la iniciativa y re-inventarnos nuevamente, abandonando con firmeza lo que nos ata a los recuerdos que dejaron quizás, cicatrices que creemos imborrables. Para esto, debemos negarnos a sentirnos satisfechos y proceder de una buena vez a romper esas cadenas invisibles que nos sujetan emocionalmente, y tomar la decisión de cambiar nuestra visión del mundo adoptando otra actitud frente a la vida y enfocándonos en nuestro presente. Porque como dijera Facundo Cabral: “Debemos cuidar el presente, porque en él viviremos el resto de nuestros días”.
Hagámonos estas preguntas:¿Vivir en amargura me ayuda a mejorar mi presente? ¿Puede esa condición o estado trabajar para mi beneficio y hacerme sentir feliz?
Si tu respuesta es: “No” a alguna de estas dos preguntas, entonces repítete a ti mismo: “Esta emoción / sentimiento no me ayuda, porque me estoy aferrando a un pensamiento inútil y negativo; por lo tanto, me voy a centrar en lo que es realmente importante para mi presente y mi futuro”.
La felicidad no es un destino, es la actitud con la que viajamos por la vida; por lo que los recuerdos del pasado no pueden ser barreras que nos impidan gozar del presente.
La felicidad no es un destino, es la actitud con la que viajamos por la vida; por lo que los recuerdos del pasado no pueden ser barreras que nos impidan gozar del presente.
Hagamos nuestra la reflexión de Facundo Cabral: “Dios te puso un ser humano a cargo, y eres tú mismo, a ti debes hacerte libre y feliz. Existen muchas cosas para gozar y nuestro paso por la Tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo.”
El apóstol Pablo nos da un sabio consejo, consejo que debemos seguir para no sólo ser feliz en esta Tierra, más para alcanzar la eternidad: “Olvidarse del pasado y extenderse a lo que está delante, prosiguiendo hacia la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. (Filipenses 3:13-14).
La amargura nos quema el cuerpo y el alma de la manera como el ácido se come la piel. Cuando una raíz de amargura toma nuestra vida, nos consume y corta las bendiciones de Dios. El mismo apóstol Pablo describe esta aflicción, como un estado de ansiedad que no deja que vivamos en paz con nosotros mismos ni con los demás. "Mira bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados". (Hebreos 12:15).
Notemos que el Apóstol considera este estado de ánimo, como: un estado de contaminación y como un estorbo para ir a Dios. Por lo tanto, tengamos presente que nuestra vida aquí es transitoria y nuestra ciudadanía está en los cielos. Debemos tomar la imagen de Cristo durante esta travesía, sentirnos gozosos en el Señor a pesar de las circunstancias, y así lograr terminar la carrera y reclamar la corona de justicia que el Dios justo nos dará en aquel día glorioso de la redención, recordando su palabras en los momentos difíciles: "¡No se turbe vuestros corazones, creed en Dios, creed también en mí!". (Juan 14:1).
La amargura nos quema el cuerpo y el alma de la manera como el ácido se come la piel. Cuando una raíz de amargura toma nuestra vida, nos consume y corta las bendiciones de Dios. El mismo apóstol Pablo describe esta aflicción, como un estado de ansiedad que no deja que vivamos en paz con nosotros mismos ni con los demás. "Mira bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados". (Hebreos 12:15).
Notemos que el Apóstol considera este estado de ánimo, como: un estado de contaminación y como un estorbo para ir a Dios. Por lo tanto, tengamos presente que nuestra vida aquí es transitoria y nuestra ciudadanía está en los cielos. Debemos tomar la imagen de Cristo durante esta travesía, sentirnos gozosos en el Señor a pesar de las circunstancias, y así lograr terminar la carrera y reclamar la corona de justicia que el Dios justo nos dará en aquel día glorioso de la redención, recordando su palabras en los momentos difíciles: "¡No se turbe vuestros corazones, creed en Dios, creed también en mí!". (Juan 14:1).
¡La gracia y bendiciones de Dios sean con ustedes!
Frank Zorrilla