Mis queridos amigos y hermanos,
“Casi todos nuestros errores son más perdonables que los métodos que discurrimos para ocultarlos.” François de La Rochefoucauld
Supongamos que Dios decida darnos 24 horas de impunidad para que hagamos todo lo que se nos plazca, sin tener ninguna repercusión o represalia. Imaginemos que dentro de esa suposición, no solo Dios no nos condenará, sino que la justicia del hombre también se adhiera a esa decisión divina, y perdone cualquier acto que nos llegue a nuestra mente. ¿Qué haríamos?…
Además de nuestra propia lista de cosas que nos gustaría hacer, al extender esa misma suposición a diversas personas de nuestro entorno social para que hagan uso de ese libre albedrío sin limitaciones estando exentos de ambas justicias, las respuestas que obtendríamos nos dejarían estupefactos. Al final, y además de sorprendernos por lo que seríamos capaz de hacer, se revelara ante nuestros ojos, nuestra verdadera personalidad y la de los demás.
En lenguaje diáfano: Somos lo que podríamos hacer si pudiéramos; porque existe la intención. En palabras llanas: ¡Todo lo que podrías hacer si pudieras, ese eres tú! Por consiguiente, y desde un punto de vista analítico conceptual, lo que no hacemos no necesariamente nos define. No lo hacemos porque quizás no queremos quedar al descubierto y sufrir las consecuencias.
Es tanta la depravación producto de nuestra naturaleza caída, que si pudiéramos ver en una pantalla gigante las fantasías de toda índole que cruzan por nuestra mente en un período de gracia de 24 horas, nos moriríamos de vergüenza. No importa que nos consideremos ascetas, prudentes, austeros o por el contrario, viciosos, insensatos o desenfrenados. Todos, sin excepción tenemos la semilla de la desobediencia. “Aquel que esté libre de pecado, tire la primera piedra.” dijo Jesús. Sincrónicamente, pertenecemos al pacto adámico que gobierna la vida del hombre en su estado caído. “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12).
“Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios.” (Romanos 3:10). Pareciese como si el apóstol, al expresarse tan tajante, podría ser muy severo y exagerado, pero el mismo Hijo de Dios ya lo había expresado cuando dijo: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran.” (Mateo 15:8). Por consiguiente, podemos entender que no somos auténticos. Vivimos en un estado sistémico de hipocresía donde todos fingimos y llevamos una máscara; y al fingir, reflejamos que estamos bien; por consiguiente al vernos bien, no necesitamos ayuda, pero muy dentro de nuestro ser, ¡estamos rotos!
Ante estas flaquezas que nos opacan y devalúan como seres perfectos; “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23) la nefasta preferencia por el arte de fingir, moldea y enfatiza nuestro carácter. Por consiguiente, el problema no radica en nuestra naturaleza débil como descendientes de Adán, sino más bien por elegir encubrir, disimular y suavizar lo que pensamos y lo que hacemos.
En el huerto del Edén, cuando la serpiente tentó a la primera mujer y la convenció con palabras dulces para desobedecer, ella no le comentó a Dios el diálogo con la serpiente, tampoco lo hizo Adán. Una de las primeras señales de que verdaderamente estamos en una grave situación es que, no se la revelamos a nadie. Nos decimos: “¡Yo puedo manejar o controlar esto!”; y ya en ese estado de autosugestión, mantenemos en secreto el dialogo con la serpiente. Actitud que hasta cierto punto, nos da un control subjetivo e irreal creyendo que tenemos la opción de soltar a la serpiente, porque fuimos nosotros quienes la atrapamos. Decimos: ¡El cigarrillo lo dejo cuando quiero!. ¡Yo no soy alcohólico, mañana podría no haber vino en la mesa y no hay problema!, ¡Yo no soy adicto a la pornografía, solo que a veces necesito deleitarme un tanto!, etc, etc. ¡TODO ES UNA GRAN MENTIRA!…Seguiremos actuando normalmente porque así lo exige la sociedad.
Bien lo expresó el novelista y filósofo Umberto Eco: “Disimular es extender un velo compuesto de tinieblas honestas, del cual no se forma lo falso sino que se da un cierto descanso a lo verdadero.”
La cruda realidad es que por causa de nuestra naturaleza caída, somos muy aptos a resonar a bajas frecuencias en el espectro energético. En palabras simples, somos fáciles de caer en las garras de la lascivia, de la lujuria, del erotismo, de la impudicia. Por consiguiente, una vez vibramos a esas frecuencias, el dejar de resonar a ellas nos resulta excepcionalmente difícil, por lo que preferimos mantener todo en secreto. De esa manera, la opción de ceder a la serpiente sin que nos descubran es más placentera. Ya en esas circunstancias, ¿qué crees que hacemos?.. Lo natural es, elegir una vida superficial; una vida maquillada para el consumo público y dejamos de ser auténticos e íntegros, porque la integridad significa ser la misma persona en público como en privado.
Ahora bien, ¿es posible vivir atrapados viciosamente en el arte de fingir sin una sola oportunidad de ser auténticos e íntegros?… La respuesta es: ¡SIEMPRE TENDREMOS LA OPORTUNIDAD DE ELEGIR SER AUTÉNTICOS E ÍNTEGROS!
Como decía Albert Camus: “La integridad no tiene necesidad de reglas.” Esto es así porque, el actual de una persona íntegra va más allá de los premios y castigos, cielo o infierno. Aquel que es íntegro no está sujeto a circunstancias o condiciones. Su nivel de conciencia le dicta actuar correctamente adherido a principios morales y éticos para con sus semejantes.
Las Santas Escrituras nos narra de un hombre que, aún siendo descendiente directo del primer hombre que sucumbió en la desobediencia, eligió vivir en integridad y apegado a la obediencia. Vio Dios que Enoc era un hombre íntegro y caminó con él por 300 años hasta que se lo llevó.
Convivieron dos hombres en el mismo período de tiempo; uno con la mancha de la desobediencia por no ser transparente y revelar a Dios sus intenciones y el otro, encontrado justo por vivir un estilo de vida acorde con principios divinos. Transcurrieron 243 largos años viendo Adán a Enoc acompañado de Dios y quizás oyendo sus amenas pláticas. Tal vez con el remordimiento de verse desplazado por su conducta desobediente.
Aunque parezca que no existe esperanzas por nuestra naturaleza caída, todo estriba en la elección del estilo de vida que queremos seguir; no importando nuestro pasado corrompido, inmoral y obsceno. Enoc también era descendiente del pacto adámico, y al igual que nosotros, era tentado por la serpiente de la concupiscencia. No obstante, eligió cómo baluarte un estilo de vida auténtico acorde con principios íntegros delante de la justicia de Dios y la justicia de los hombres. Elijamos correctamente y sigamos el consejo del apóstol: “Todo le es lícito al hombre bajo el libre albedrío, pero no todo conviene; todo le es lícito, pero no todo edifica.” (1 Corintios 10:23)
¡Dios los bendiga y los guarde rica y abundantemente!
Frank Zorrilla
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