sábado, 11 de junio de 2022

"DE LA POESÍA A LA OBJETIFICACIÓN: La Degradación Imprudente de la Mujer en un Escenario Sin Censura."

Mis queridos amigos y hermanos,


     El Cantar de los Cantares nos regala una de las representaciones más sublimes del amor y la admiración hacia la mujer. En sus versos, el sabio Salomón eleva a su amada con una metáfora tras otra, celebrando su belleza integral:

     "¡Cuán bella eres, amor mío!

 ¡Cuán encantadora en tus delicias!

Tu talle se asemeja al talle de la palmera, y tus pechos a sus racimos. 

Me dije: “Me treparé a la palmera; de sus racimos me adueñaré. 

¡Sean tus pechos como racimos de uvas, tu aliento cuan fragancia de manzanas, y como el buen vino tu boca! "

(Cantar de los Cantares 7:7-9).


     Estas estrofas no son una mera enumeración de atributos físicos, sino una exaltación poética que fusiona lo sensual con lo espiritual, reconociendo en la mujer un ser digno de admiración y respeto


     Como señala el teólogo Timothy Keller, "El Cantar de los Cantares muestra que el amor erótico, en el contexto del pacto matrimonial, es algo bueno y hermoso creado por Dios."  

  

     Es que, entre otras cosas, podemos notar que, esta obra establece un paradigma en el que la fascinación amorosa se expresa con cortesía, exquisitez y profunda reverencia.

      En su lírica refinada, Salomón exalta las virtudes de la mujer en forma de poesía. Alaba su belleza en un lenguaje altamente simbólico, haciendo hincapié en sus atributos físicos, aquellos que deleitan los ojos y despiertan el deseo de un encuentro íntimo donde se manifiesta el amor. Indiscutiblemente, El Cantar de los Cantares es considerado uno de los libros de amor más bellos de la literatura universal. Incluso, algunos eclesiásticos lo interpretan como una representación figurada del amor puro de Jesús por su novia, la iglesia.  

    

     La tradición de honrar a la mujer a través del arte nos un caso aislado. Grandes poetas y cantautores han seguido ese camino, resaltando su valor sentimental, pasional y espiritual. Pablo Neruda, Mario Benedetti, Jaime Sabines, Gustavo Adolfo Bécquer, en sus Rimas, convirtieron a la mujer en musa, en un ser complejo y digno de devoción.

      Cantautores románticos de la talla de José Luis Perales, Julio Iglesias, Juan Luis Guerra, Joan Manuel Serrat, Ricardo Montaner, entre muchos otros, al musicalizar a poetas como Antonio Machado y Manuel Alejandro, han prolongado este legado de dignificación artística que entiende la belleza femenina no como un recurso, sino como una inspiración
  
     Sin embargo, el panorama cultural contemporáneo presenta, una ruptura drástica con esa visión. 

¿Arte o erotismo a nivel grotesco?
     En las últimas décadas, ciertos sectores de la música urbana han reducido sistemáticamente la imagen de la mujer a la de un mero "objeto sexual", utilizando letras explícitas, lascivas  abiertamente irrespetuosas. 

     Este fenómeno no es solo una percepción moralista: es un hecho documentado. Más que arte, pareciera que ciertos exponentes urbanos usan su música para desahogar una mentalidad misógina y sexista. 

  

     La psicóloga social Jean Kilbourne, pionera en el estudio de la imagen femenina en la publicidad, afirma:

     "La publicidad y la cultura popular no causan directamente la violencia contra las mujeres, pero crea un clima en el que la violencia se ve como aceptable y, de hecho, como sexy."

     Esta observación se aplica perfectamente a muchas letras urbanas, donde la lujuria despersonalizada y la sumisión femenina se presentan como atractivos o deseables.

     La filósofa Rae Langton va más allá:

     "La pornografía y ciertos contenidos mediáticos no solo erotizan la sumisión de la mujer, sino que instruyen a los hombres sobre lo que es deseable y adoctrinan a las mujeres sobre lo que deben ser."

     Estas palabras revelan la profundidad del problema: las letras no solo reflejan una mentalidad, sino que la modelan activamente, contribuyendo a una cultura de codificación normalizada.

Mujeres en diversos escenarios 
     Creo que la mayoría es consciente de que el género urbano — también conocido como "arte callejero musical"— se desenvuelve en una delgada línea entre la expresión estética, lo político y lo social.  

     Algunos de sus exponentes han optado por un lenguaje vulgar que denigra a la mujer, incita a la violencia y promueve la rebeldía contra los valores establecidos. No obstante, el derecho a la libre expresión les ha permitido difundir estos mensajes con total impunidad, respaldados por la industria musical y, por qué no decirlo, con la permisiva complicidad de las autoridades. 

  

     Ante la osadía de estos interpretes de la música urbana, que reducen a la mujer a un mero objeto sexual, surgen preguntas incómodas, pero inevitables:

      ¿Dónde está la voz firme de los movimientos feministas frente a esta forma de objetificación?


   ¿Acaso la degradación de la mujer como “objeto sexual” no forma parte de su agenda?  O ¿solo les interesa la lucha por la igualdad de género? 


     Si bien su agenda se ha centrado con fuerza en la igualdad de género y la violencia física, la batalla contra la degradación simbólica en la cultura pop a veces parece menos prioritaria. No porque no exista conciencia del problema, sino porque combatir los micromachismos y los patrones culturales enraizados es una batalla más compleja y menos tangible.

     Pero, más preocupante y desconcertante aún es observar cómo muchas jóvenes corean con euforia canciones que las reducen a estereotipos. 

     ¿Por qué tantas jóvenes adolescentes siguen a estos artistas urbanos y correan sus canciones con algarabía e euforia, en lugar de alzar la voz contra estos atropellos?

      Según los expertos en comportamiento social, la sexualidad ente los jóvenes está experimentando una transformación alarmante. Factores como la proliferación de la pornografía, el acceso temprano a contenido sexual explícito, el consumo de estupefacientes y la erosión de ciertos valores tradicionales están modificando la percepción de la mujer, reduciéndola en muchos casos a un objeto de placer. 


     Esta distorsión lleva a muchas adolescentes a interpretar erróneamente las letras denigrantes de algunas canciones como un simple componente de un movimiento cultural moderno cargado de simbolismo sexual. 


     Por otra parte, la teoría de la autopercepción en la psicología social sugiere que a menudo interiorizamos los roles que la cultura nos asigna. En ese sentido, la investigadora L. Monique Ward halló en sus estudios algo sorprendente:


     "Un mayor consumo de medios de entretenimiento está vinculado a actitudes más tradicionales y sexualizadas sobre los roles de género entre los adolescentes."


     En otras palabras, muchas jóvenes no protestan porque han normalizado que su valor está ligado a su sexualidad y al deseo masculino.


     Y es que muchas veces, la sumisión cultural se disfraza de libertad.  


     A lo largo de la historia, la mujer ha sido pilar fundamental de la sociedad: agricultura, sanadora, educadora y dadora de la vida. Reducirla a un objeto en una canción no es solo un acto de misoginia, sino una forma de pobreza cultural y espiritual.


     Como sociedad, el desafío es claro. No basta con condenar: es necesario educar y elevar. Fomentar una alfabetización mediática crítica que enseñe a los jóvenes a cuestionar los mensajes que consumen. 


     Es necesario elevar y fortalecer la autoestima femenina desde la infancia y promover representaciones de la mujer en el arte que, como hacía Salomón, celebren su esencia integral. 


     El camino no es censurar, sino dignificar. Como bien expresa el periodista Santiago Rojas:


     "El verdadero amor no nace de la posesión, sino del reconocimiento de la alteridad; de ver al otro no como una extensión de mis deseos, sino como un ser único y autónomo digno de admiración."


     Recuperar esa mirada es la tarea más urgente. Solo así el arte podrá volver a reflejar la belleza de la verdad y no la banalidad del deseo.


     No obstante, es de esperar que la dinámica cultural de los movimientos artísticos siga manifestándose con mayor apogeo a medida que avancen las nuevas generaciones, especialmente si estas presentan carencias en su formación moral y espiritual.


     Pero, como bien señaló Elaine Morgan:


     "Hacen falta dos para bailar, y hacen falta dos para convertir a una mujer en objeto sexual."


     Frente a esta realidad, solo mediante iniciativas que fomenten la educación, el respeto, el fortalecimiento de la autoestima femenina y los valores espirituales se podrá frenar el constante ultraje a la dignidad de un ser tan especial como lo es la mujer.


  ¡Dios los bendiga y los guarde!  


Frank Zorrilla  

     


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