Mis queridos amigos y hermanos,
¡Cuánta razón tenía el psicólogo Alfred Adler en la cita que inicia este artículo!… En honor a la verdad, esa virtud de coordinar congruentemente lo que se piensa, se dice y se actúa, siempre ha tenido un carácter subjetivo, pasando incluso al terreno del surrealismo. A esa relación lógica o armónica entre lo que pensamos, expresamos y actuamos se le conoce como: “Coherencia.”
En el entramado social, el concepto de coherencia es relacionado directamente con conceptos como congruencia, integridad, interacción. Por consiguiente, y partiendo desde ese fundamento podemos decir que, una persona coherente, es aquella que su actitud es consecuente con su postura mental, y los demás observan una congruencia entre su forma de pensar, sentir y actuar; aún creamos que esté equivocado o equivocada. Coherencia personal significa: mantener fielmente una imagen acorde con principios que, considera, lo representa como ente social responsable de sus actos y acciones. A groso modo, la hipocresía no forma parte de un individuo coherente.
El ser humano se caracteriza porque es dinámico en una sociedad cambiante con movimientos oscilatorios de situaciones y oportunidades. Por lo tanto, para que un ser humano sea coherente, se requiere que tenga un alto nivel de integración. Un sujeto integrado se caracteriza porque su parte luminosa y su parte oscura son incluidas y aceptadas. La mixtura enriquece y aporta sabiduría y comprensión tanto así mismo como a los demás. Al no integrar esas características negativas con las positivas, cometemos el error de usar dos caras en una misma moneda. La llamada: “doble moral” que tanto agobia a nuestra sociedad.
Los seres humanos somos seres falibles, imperfectos y si bien es cierto que debemos luchar por lograr la coherencia en lo que predicamos y actuamos, nunca llegaremos a alcanzar una coherencia total. Debemos contentarnos con un nivel de coherencia relativamente alta. Lo suficiente como para permitirnos vivir una vida individual y social satisfactoria. Como bien dijo Gandhi: “La felicidad consiste en poner de acuerdo tus pensamientos, tus palabras y tus hechos.” En ese sentido, y cómo relacionamos la integridad como un comportamiento coherente, honesto y recto, es muy difícil alcanzar la felicidad, y si acaso el ser humano la logra, es al final de su vida. Esto es, si a pesar de las limitaciones de su cuerpo, de sus enfermedades, de la muerte de sus seres queridos y de la inminencia de su propia muerte, la evaluación de su vida tiene un buen balance y muestra integridad en su comportamiento, en sus relaciones consigo mismo y con los demás; entonces podremos conjeturar que ha logrado un alto grado de coherencia entre lo que piensa, siente y hace.
“Hay gente que funciona como una escopeta de perdigones: piensa una cosa, siente otra y sus actos se dispersan sin dirección.” Walter Riso
Como es de esperarse, en las Sagradas Escrituras también encontramos muchos ejemplos de coherencia, pero también de personajes hipócritas o incoherentes con sus palabras y acciones. Entre estos ejemplos podemos mencionar la reprimenda que recibió el apóstol Pedro de parte del apóstol Pablo: “Pero cuando vi a Pedro y algunos que andaban con él que no andaban con rectitud en cuanto a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿Por qué obligas a los gentiles a vivir como judíos. Ese es un acto hipócrita.” (Gálatas 2:11-14).
Como pudimos apreciar en el versículo anterior, aunque Pedro era un precursor del evangelio mucho antes que el apóstol Pablo, y fue discípulo de Jesús; hasta ese momento no era coherente, y sus acciones eran hipócritas. Esto es una clara evidencia que aunque Pedro anduvo con el Maestro, recibió sus enseñanzas y vio cómo Jesús actuaba, no emuló o imitó su comportamiento; sino más bien, fingía un sentimiento contrario a lo que creía. Esto para disfrazar lo que todavía no asimilaba en las enseñanzas de Jesús.
Sin embargo, no existe mayor comportamiento de coherencia que aquel que redimió a la humanidad: Me refiero a Jesús de Nazareth, su integridad, congruencia e interacción fueron puestos a prueba, pero no se halló defecto en él. Un hombre que actuó acorde con lo que ya había sido escrito sobre él. “El fue tentado tal como somos tentados nosotros, con la única diferencia de que él nunca cometió pecado.” (Hebreos 4:15).
Recordemos que etimológicamente hablando, “coherencia” significa cohesión, lo cual denota acción y consecuencia (o efecto). Por lo tanto, la persona que actúa coherente posee una actitud consecuente y sus acciones tienen relación total o parcial con la postura que se ha asumido con anterioridad. Con esto, se puede entender que una persona coherente tiene unida su forma de pensar con la manera en que actúa o dirige su vida.
En resumen, independientemente del contexto en que se desenvuelva un individuo, ya sea en lo laboral, social o familiar su comportamiento debe ser coherente. De lo contrario, generará desconfianza en los demás y perderá credibilidad.
¡Dios los bendiga rica y abundantemente!
Frank Zorrilla
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