Mis queridos amigos y hermanos,

Estamos conscientes de que esta deplorable palabra es sinónimo de: “Dolor, congoja y aflicción”; ya que como bien conocemos, la esclavitud es un estado social que está definido por ley como: “La forma involuntaria de servidumbre absoluta”. En palabras simples, la esclavitud se caracteriza en que los servicios o trabajos obtenidos mediante su aplicación se consiguen a través de la fuerza, y el estatus de esa persona sometida a ella, carece de derechos fundamentales que son propios de cualquier ser humano que nace en esta Tierra. Esos derechos fundamentales, son un conjunto de normas y principios inalienables que según el marco teórico jurisprudencial universal, son privilegios que no pueden ser negados a una persona, ni tampoco, la persona puede renunciar a ellos.

En tiempos pasados, el esclavo era una mercancía que el dueño o amo podía vender o utilizar como trueque. Lamentablemente, esa penosa actividad se llevaba a cabo bajo el amparo de las leyes establecidas en ese entonces. Pero, ¿Desde cuándo existe realmente la esclavitud?- Esa detestable actividad data desde épocas remotas; aunque su aceptación como tal, probablemente se produjo por la necesidad laborar asociada con el poder adquisitivo y la conquista. Es decir, la subyugación de los pueblos conquistados bajo el poder del conquistador, denigrando a sus ciudadanos como servidumbre.

En la Biblia no sólo encontramos la palabra: “ESCLAVO” para describir las acciones del hombre con sus semejantes; también fue utilizada por los apóstoles y profetas en sentido análogo a la sinonimia que caracteriza el ser: “esclavo de algo”. Los apóstoles utilizaron esa palabra para describir los efectos involuntarios producto del sometimiento a una pasión, a un vicio, a un carácter, a una actitud, etc. Estados emocionales que nos controlan y que no somos capaces de independizarnos o liberarnos de ellos.

Una vez somos atrapados en esa condición servil, nos despojamos paulatinamente de todos esos valores que añorábamos poseer o sustentar. Somos esclavos de todo aquello que nos controla y somete, de todo aquello que se impone a nuestra voluntad y quebranta nuestros principios y valores. En efecto, los deleites de la carne, se transforman en vicios, y cómo si se tratase de una ingeniosa estratagema, nos atrapan controlando nuestros razonamientos con acciones compulsivas que pueden llegar a ser indeseables. Acciones caracterizadas por una obsesión incontrolable en la continua y vehemente búsqueda de satisfacer los deseos insertados en la memoria celular. Y al hacer esto, le hacemos honor al viejo proverbio: “El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”.

El apóstol Pedro nos hace una seria advertencia del peligro que corremos cuando nos dejamos persuadir por aquellos que han dejado el camino recto y se han extraviado: “Les prometen libertad, y son ellos mismos ESCLAVOS de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho ESCLAVO del que lo venció.” (2 Pedro 2:19). También, el apóstol nos dice de las consecuencias funestas que obtendremos como resultado: “Más ustedes que han escapado de la contaminación del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, si se enredan en las mismas cosas del pasado, vienen a ser peores que como eras al principio.” (2 Pedro 2:20).
El apóstol Pablo también hace mención de la esclavitud cuando nos pregunta: “¿No sabéis que si se someten a alguien como ESCLAVOS para obedecerle, sois ESCLAVOS de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16). Más ante este panorama tan desolador, el apóstol nos da una esperanza: “Pero gracias a Dios, que aunque erais ESCLAVOS del pecado, o desobediencia a las leyes de Dios, cuyos frutos es la muerte; habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que se entregó; y ya libertados del pecado, sois hechos siervos de la justicia.” (Romanos 6:17).

El apóstol Pablo consternado ante tal inquietante dilema, continúa diciendo: “Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva como ESCLAVO a la ley del pecado que está en mis miembros.” (Romanos 7:23). Esta expresión del apóstol es cómo un grito de desesperación ante un gravoso problema que no puede controlar, por lo que procede a quejarse y a preguntarse entristecidamente: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Más, él encuentra respuesta a su plegaria diciendo: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro, pues ninguna condenación existe para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:1).
Entonces, ante este grave enigma, decidamos no ser “esclavos” y apoyémonos de la palabra del apóstol: “Ya no hay judío ni griego; no hay ESCLAVO ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos nosotros somos uno en Cristo Jesús. Y si somos de Cristo, ciertamente somos herederos de la promesa de la vida eterna.” (Gálatas 3:28).
Y tú, ¿Quieres ser ESCLAVO o Quieres ser LIBRE?
¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!
Frank Zorrilla
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