Mis queridos amigos y hermanos,
Estoy seguro que han oído hablar del gran genio del Renacimiento, Leonardo da Vinci. pintor del famoso fresco La Última Cena, donde representa la última reunión que tuvo Jesús con sus doce discípulos antes de su crucifixión.
Según cuenta la historia, Da Vinci buscó entre la gente de su época modelos que posaran para él y así representar a los discípulos en su obra. Un día, mientras asistía a misa en la Catedral de Milán, vio a un joven en el coro parroquial cuyo semblante, según su criterio e imaginación, reflejaba la imagen de Jesús. Sin dudarlo, lo invitó a posar para su pintura, y el joven aceptó complacido. Durante tres días, Da Vinci trabajó en el rostro de Jesús en su obra maestra.
Una vez terminado este personaje, el pintor comenzó a buscar modelos para representar a los discípulos. En apenas once meses, logró pintar los rostros de once de ellos, pero aún le faltaba Judas Iscariote. Da Vinci no encontraba a la persona cuya apariencia reflejara lo que imaginaba para este personaje. Recorrió sin descanso las calles de Milán, observando a los transeúntes en plazas, parques e incluso en las iglesias, pero sin éxito.
Ante este inconveniente, Da Vinci dejó la pintura sin terminar durante tres años y medio. Sin embargo, un día, mientras caminaba por un barrio marginal de Milán, encontró el rostro que buscaba. Tenía una mirada sombría, tétrica y perdida, un rostro abatido y marcado por la dureza de los años, reflejando la desesperanza y la amargura. Da Vinci se acercó y, tras hablar con él, lo convenció para posar como modelo.
Cuando el hombre se sentó en el estudio y el pintor comenzó a trabajar, algo inesperado sucedió. El hombre rompió en llanto y sollozó desconsoladamente. Preocupado, al ver esta escena tan perturbadora, Da Vinci detuvo su trabajo y le preguntó:
-¿Qué le sucede?, ¿hice algo indebido que le haya causado esa reacción?… El joven miró a Da Vinci y respondió: -Maestro, ¿usted no me reconoce?
… Lo siento, pero no!- dijo Da Vinci- No recuerdo su rostro… ¿Nos hemos conocido antes?
El hombre, bajando la cabeza contestó: ¡Sí!… Hace tres años y medio posé para esta misma pintura para el rostro de Jesús.”
Cada día enfrentamos el desafío de reflejar una u otra imagen. Solo cuando vibramos en la frecuencia más alta, logramos manifestar nuestra mejor versión: la imagen de Jesús. Aun en medio de los cambios fortuitos que acontecen en nuestra sociedad y en el tumultuoso cambiar de los tiempos, si vibramos en la frecuencia de Cristo, no nos dejaremos arrastrar por el caos, sino que evolucionamos hacia la perfección, a la imagen y semejanza del Eterno.
Siempre tendremos la opción de elegir nuestra mejor versión, sin importar las circunstancias; ya sean que estas estén a nuestro favor o en contra. Cuando una imagen crece en nosotros, simultáneamente la otra disminuye. Por ello, debemos alimentar la imagen de Jesús en nuestra conciencia y vivir comprometidos con actos de amor al prójimo según el propósito de Dios.
El ser humano fue puesto en esta Tierra para vivir con alegría, no con tristeza, apatía o envidia. Fuimos creados para expresar a través de nuestros rostros, entusiasmo, gozo y beneplácito, para celebrar la vida. Sin embargo, parece que hemos olvidado cómo hacerlo, y cuando alguien nos recuerda esa alegría con su entusiasmo, con su fuerza y con su luz, nos sentimos intimidados.
Nos cuesta creer en nuestra propia grandeza, pero la realidad es que fuimos creados para la perfección. No obstante, somos también clones del hombre caído y concupiscente a través de la desobediencia. En nuestro ser cohabitan Jesús y Judas Iscariote: dos versiones diametralmente opuestas.
Vivimos en un mundo dominado por “fractales de energías caóticas” que nos empujan a ser como Judas Iscariote, a través de valores distorsionados promovidos por una sociedad que exalta el odio, la competencia, el culto a la imagen, la promoción del excentricismo y la división entre razas y culturas. Al igual que la valoración externa del ser en lugar del valor espiritual como seres homogéneos. Así lo expresaba el apóstol Pablo en su carta a los Romanos:
Ese “ego emocional” -como lo define la psicología- se forma a partir de nuestras experiencias, fortalezas, miedos, percepciones, actitudes. Mientras más exacerbamos o alimentamos ese“ego emocional”, más profunda se vuelve la división entre nosotros y más fuerte se hace nuestra individualidad.
Si elegimos el camino de Judas Iscariote, tarde o temprano tendremos que enfrentar las consecuencias de nuestras decisiones. Nos lamentaremos por no haber tenido firmeza de carácter, por haber traicionado nuestros principios y la confianza de los demás, por haberle dado prioridad a lo efímero en lugar de las que enriquecen el alma, y sobre todo, por no haber seguido el ejemplo de nuestro Líder y Maestro.
Pero si en algún momento cometimos errores y tomamos el camino equivocado, aún hay esperanza.
¿Estamos listos para empezar a celebrar y reflejar en nuestra vida la imagen de Jesús?…
¡Qué Dios los bendiga y los guarde!
Frank Zorrilla
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