Mis queridos hermanos y amigos,
“Dos poderes habitan en el alma
del hombre caído: uno se eleva y transciende hacia los cielos, armoniza con lo sublime y confía en lo invisible.
El otro se alinea e inclina hacia la discordia, se aferra a la experiencia cognitiva, que alimenta su ego y regula su supervivencia.
Entre ambos, el hombre se debate, siendo a la vez templo y ruina,
luz y sombra de su propia conciencia.
¡Ni tal ÁNGEL ni tal DEMONIO! todos, sin excepción,
bailamos de los dos lados." — Frank Zorrilla
Todo ser humano alberga dentro de sí dos fuerzas antagónicas: una que impulsa hacia la compasión, la bondad y la armonía, y otra que arrastra hacia la crueldad, el egoísmo y la destrucción. Estas facetas — opuestas pero inseparables— coexisten en un mismo espacio físico y espiritual, vibrando en frecuencias distintas y energías antagónicas. Una busca la cohesión; la otra, la degradación.
La pregunta esencial, entonces, es inevitable:
¿Cuál
de estos dos fuerzas: Ángel o demonio, prevalecerá en el corazón del hombre?
Ante las
encrucijadas de la vida en sociedad, el hombre se debate entre la razón y el impulso, entre la conciencia que evalúa y la emoción que reacciona. El psicoanálisis ha llamado a esta carga moral"el estigma de Caín”: esa huella de rebelión, orgullo y violencia que persigue al ser humano a lo largo de su historia. La tendencia hacia la degradación se manifiesta en el ser humano a través de dos facetas: el instinto natural de conservación y los impulsos egoicos. Así, el individuo díscolo, dominado por el orgullo, la soberbia y la cólera libra una batalla constante por proteger su territorio, su reputación y su ego.
Frente a esta fuerza, su alza el espíritu —humilde y paciente— que intenta elevarse por encima de la tempestad, anhelando una paz interior que trasciende el conflicto.
Los expertos en psicología social coinciden en que nuestra primera reacción suele ser el instinto natural de conservación y
supervivencia, una respuesta moldeada tanto por experiencias pasadas como por la compleja interacción simbiótica de nuestras emociones. La Biblia identifica este impulso primario con los“deseos de la carne,” que nos arrastran hacia lo efímero y lo material, en contraste con la llamada del espíritu a trascender y elevarse.
Y así, mientras la carne busca dominar y poseer, el espíritu nos invita a soltar, a confiar y a elevarnos hacia aquello que perdura más allá de la tormenta.
"Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí." (Gálatas 5:17)
Es el hombre quien decide qué voz seguir, porque en resumidas cuentas, cada
día enfrenta sus propios demonios y ha conocido sus ángeles
particulares, sin ser enteramente bueno ni completamente malo…
Como bien dijo William Shakespeare:
“El
infierno está vacío y todos los demonios residen aquí, entre nosotros, los mortales.”
No hay metáfora más precisa. El infierno no es un lugar distante: se manifiesta en la mente humana, en cada pensamiento que degenera, en cada deseo que se impone a la conciencia.
Hoy, muchos demonios han aprendido a ocultar sus cuernos, y los ángeles ya no tienen alas. Vivimos rodeados de monstruos con rostros amigables y corazones corrompidos, y de ángeles cubiertos de cicatrices que siguen irradiando luz.
Todo comenzó precisamente en aquel funesto génesis en que el orgullo hizo un trueque macabro transformando ángeles en demonios. Desde entonces, una amalgama simbiótica con inherencia o naturaleza híbrida se ha apoderado del hombre. La humanidad se convirtió en el campo de batalla de lo divino y lo profano. Esta dualidad le otorga al hombre la facultad de crear y embellecer la vida a través del amor, pero también la de destruir y cometer actos que envilecen su existencia. Ambas fuerzas están a merced de su elección. Solo la hermandad entre los hombres puede hacer emerger los ángeles que llevamos dentro.
Mahatma Gandhi advertía:
“Los éxitos del diablo son más grandes cuando aparece con el nombre de Dios en sus labios."
¿Crees que los que profesan fe están exentos de esta lucha entre ángeles y demonios?
Ni siquiera los hombres de fe están exentos de este conflicto. El apóstol Pablo a pesar de su consagración, tuvo sus luchas internas; la batalla entre sus ángeles y demonios. Cada lado queriendo imponer su voluntad para definir su destino y su vida:
“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago… Y si hago lo que NO quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros… ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?.” (Romanos 7:19-24).
Este lamento no es una derrota, sino de lucidez. Pablo comprendió que la verdadera batalla del creyente no está fuera, sino dentro: en el pensamiento, en la intención, en el instante en que el alma decide a quién servir. Quizás hoy te encuentres en la inquietante disyuntiva de pensar:
"Ya es demasiado tarde. Los demonios que habitan en mí han esclavizado a mis ángeles. ¡Cómo
pesan las cadenas del pasado y del presente!... Saber que son ellas las que definen quién soy..."
No
te dejes persuadir o engañar por tales pensamientos, porque la mentira más grande del
demonio es hacerte creer que estás tan roto que ni Dios puede repararte.
“Ante todo, cuida tus pensamientos porque ellos controlan tu vida.” (Proverbios 4:23)
El pensamiento es el primer campo de batalla. Lo que allí se siembra germina en palabras, actos y destino. Gandhi lo expresó con precisión casi profética:
"Cuida tus pensamientos porque se volverán actos. Cuida tus actos porque se harán costumbre. Cuida tus costumbres porque formarán tu carácter. Cuida tu carácter porque formará tu destino y tu destino será tu vida.”—Mahatma Gandhi
La transformación del hombre comienza en su mente. Nadie está demasiado roto como para que Dios no pueda reconstruirlo. Esa es la mentira más refinada del demonio: hacernos creer que somos irremediables. Cuando pienses que es imposible sustituir al demonio por el ángel que habita en ti, recuerda las palabras de Anatole France:
“Nunca escuchemos la versión de la historia del diablo, porque solo Dios escribió el libro.”
El alma humana, dividida entre luz y sombra, halla su equilibrio cuando reconoce su fragilidad y se entrega a lo que trasciende. El poder de decidir entre el ángel o el demonio que habita en uno mismo es, en última instancia, el mayor privilegio y la mayor responsabilidad del hombre.
El apóstol Pablo nos da la clave:
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero,
todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de
buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” (Filipenses 4:8).
Que cada pensamiento se eleve como una oración, que cada acto redima una sombra. Solo así el ángel en nosotros podrá vencer al demonio que intenta poseer nuestra conciencia.
¡Qué Dios te bendiga y te guarde, haga resplandecer su
rostro sobre ti, ilumine tu mente, fortalezca tu espíritu, traiga paz y despierte el ángel que habita en tu
conciencia!
Frank Zorrilla
2 comentarios:
Exelente articulo, todo lo que dices es cierto, hablo por mi ao decir que a diario luchamos con esas dos naturalezas y me he sentido que estoy tan podrido que me siento indigno para acercarme a Dios.
Querido hermano y amigo,
Gracias por tu comentario!...Muchas veces nos sentiremos que no existen esperanzas y que no somos merecedores de la gracia de Dios, pero es parte de la estrategia que usan las fuerzas del mal para mantenernos sometidos y encadenados bajo sus dominios. Una vez decidimos romper esas cadenas, siguiendo el llamado de Cristo, no tenemos que servir a dos señores, sino sólo a aquel que nos libertó.
Como expresó el Apóstol Pablo: "Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna". (Romanos 6:22).
¡Con fe, todo es posible!
Publicar un comentario