martes, 19 de noviembre de 2013

"EL ROSTRO DETRÁS DE LA APARIENCIA: ¿Quiénes Somos Realmente?


Mis queridos amigos y hermanos,


El dilema de Ser o solo "Parecer"

    ¿Cuántas veces nos ha asaltado el terrible dilema que inmortalizó William Shakespeare: “Ser o no ser”? ...
     Como seres humanos, nos encontramos atrapados en la incertidumbre de nuestras propias facultades cognitivas, sin tener claridad absoluta sobre quiénes somos en realidad.
     ¿Somos lo que aparentamos ser, o simplemente lo que proyectamos hacia los demás?
     ¿Nuestras acciones reflejan genuinamente nuestro verdadero carácter, o hemos aprendido a sostener una máscara social?

     ¿Es nuestra personalidad construida sobre virtudes verdaderamente cristianas— esas que se elevan como ofrenda viva ante Dios— o sobre el brillo engañoso de la cultura, la moda y la aprobación externa?      

     Cuando William Shakespeare escribió en Hamlet la frase: "Ser o no ser, esa es la cuestión", no hablaba únicamente de la vida y la muerte, sino de la esencia misma de la existencia. Hamlet se pregunta si vale la pena vivir soportando el dolor o rebelarse contra él, aunque esto implique un riesgo mayor.
     Este dilema puede trasladarse a nuestra vida espiritual: ¿Vivimos siendo lo que realmente somos delante de Dios, o solo parecemos ser algo frente a los hombres?
    •       Ser significa vivir con autenticidad, con coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos, reflejando en nuestro carácter la verdad de Cristo.

    •       Parecer es ocultarnos tras una máscara, imitando virtudes ajenas, aparentando éxito o espiritualidad, pero sin sustancia real en el corazón. 

     La Biblia nos da una respuesta clara:
     "Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón." (1 Samuel 16:7)
     Así, mientras el mundo aplaude las apariencias, Dios nos llama a la autenticidad. 
     Muchas veces actuamos no por convicción, sino por inercia, siguiendo lo que dicta la sociedad. Así adoptamos un modus vivendi que promueve la opulencia, la ingratitud y la hipocresía como normas aceptadas de convivencia. Vivimos en lo que parece un "mundo al revés", donde la deshonestidad se premia y la traición se normaliza.
¿Quiénes somos realmente?...
     No es raro, entonces, que depositemos nuestra confianza ciega en líderes, filósofos o ideologías que parecen infalibles, olvidando que todos son falibles e imperfectos.
     Es muy fácil dejarse persuadir por las apariencias y abandonar la propia esencia para emular a quienes consideramos poseedores de cualidades y virtudes dignas de admiración. ¿Y, por qué no? A nuestro entender, son personas exitosas y de gran prestigio; al menos, eso es lo que percibimos desde una perspectiva superficial. Pero, como reza el refrán popular: “¡Caras vemos, corazones no sabemos!”. 
     En la mayoría de los casos, y para nuestra decepción, estas figuras no son más que una ficción, la representación de un personaje que no existe en la realidad. Encarnan una imagen transitoria, fundamentada en una apariencia exitosa que destaca a simple vista. 
detrás de la máscara
     Son actores y actrices que personifican una escena ficticia de una vida en cortometraje. Sin embargo, en el interior de sus almas, yace un vacío espiritual inmenso, opacado por las circunstancias de una existencia materialista y fatalista.
Arthur Schopenhauer afirmó:
"El hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere."    
     Con esta idea, el filósofo muestra que incluso nuestra voluntad está limitada y condicionada: creemos ser libres, pero en realidad muchas veces somos esclavos de impulsos, deseos y circunstancias. 
     Esto nos recuerda que sin Cristo no hay verdadera libertad, sino ataduras disfrazadas de autonomía. 
     La Biblia lo enseña claramente:
"Así que, sin el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres." (Juan 8:36)
     Un ejemplo claro de la falibilidad humana lo encontramos en el filósofo y naturalista Aristóteles, quien describió erróneamente a la araña como un: “Un pequeño insecto de seis patas.” 
     Durante siglos, la ciencia lo repitió sin cuestionar, hasta que Jean Lamarck corrigió el error en el siglo XIX. La lección es evidente: el conocimiento humano, aunque valioso, es incompleto cuando se divorcia de la verdad.
     "Antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída, la altivez de espíritu." (Proverbios 16:18).
     De este recorrido podemos aprender:
  • Primero: No dejarnos seducir por las apariencias. 
 “Amado, no imites lo malo sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; el que hace lo malo no ha visto a Dios.” (3Juan 1:1)
  • Segundo: El tiempo no convierte el error en verdad. 
 “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:32).
  • Tercero: La mayoría puede también equivocarse. 
 “Y les decía una parábola: ¿Puede el ciego guiar al ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?” (Lucas 6:39).
  • Cuarto: No sigamos tradiciones humanas sin discernimiento.
 “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.” (Colosenses 2:8).
Artificio subjetivo
     Friedrich Nietzsche escribió:
"El hombre, en su orgullo, inventó a Dios a su imagen y semejanza."
     Con esta frase, Nietzsche denuncia cómo el ser humano, cegado por su soberbia, proyecta falsos ídolos y construye ficciones para sostener sus existencia.
     Este pensamiento conecta con el tema de parecer sin ser: los hombres pueden inventarse máscaras religiosas, culturales o sociales para justificar su vida, pero no pueden crear la verdad. 
     Las Escrituras nos recuerda lo contrario:
     "Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí." (Isaías 45:5).
   
      El hombre puede crear apariencias de divinidad, pero sólo Dios es eterno y verdadero.
     Un proverbio antiguo lo expresa bien: “La piedra falsa puede confundirse con la verdadera, pero para el ojo experto, la auténtica resplandece y la falsa se desmorona.”
Un rostro auténtico, solo en el espejo...
     De igual modo, el carácter genuino se revela en la prueba. El ilusionismo de las apariencias tarde o temprano se rompe, mientras que el carácter formado en Cristo permanece.
     Fiódor Dostoievski escribió: 
"El hombre se acostumbra a todo, pero nunca sin pagarlo con su alma."
     Con esta reflexión, denuncia que cuando aceptamos vivir bajo la máscara de la apariencia o la mentira, tarde o temprano el precio es la pérdida de nuestra esencia.
     Jesús lo explicó con mayor claridad:
     "¿De qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?" (Marcos 8:36)
     La máscara puede engañar a los hombre, pero nunca a Dios. El alma siempre revela lo que realmente somos.
Ser o Parecer
     El verdadero desafío no es parecer buenos, sino ser transformados por la sabiduría divina. Siguiendo el ejemplo de Cristo podemos vivir en armonía con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
     Como está escrito: 
     “Yo, Jehová, escudriño la mente y pruebo los corazones, para recompensar a cada uno según su camino y según el fruto de sus obras.” (Jeremías 17:10).
      Por lo tanto, como enfatizara el gran Maestro:
 “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; porque por el fruto se conoce el árbol.” (Lucas 6:45). 
     El mundo puede premiar la apariencia, pero Dios mira la verdad de nuestro interior. El llamado no es a impresionar, sino a ser auténticos. 
     La gran pregunta sigue siendo: ¿vivimos bajo la máscara del "parecer", o en la libertad del "ser"?

     La respuesta no depende de las opiniones externas ni de las tradiciones humanas, sino de lo que Dios espera de nosotros.

¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!

Frank Zorrilla





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