Mis queridos amigos y hermanos,

Cuando escuchamos o leemos la palabra “esclavitud”, ¿en qué pensamos? -
Probablemente en dolor, congoja, sufrimiento e injusticia. La esclavitud, en su sentido más crudo, ha sido una de las mayores afrentas a la dignidad humana. Legalmente se define como “la forma involuntaria de servidumbre absoluta”, es decir, una condición donde una persona es privada de su libertad y obligada a servir, sin el reconocimiento de sus derechos fundamentales.
En palabras simples: el esclavo es despojado de lo que le corresponde por nacimiento —su dignidad, su autonomía y su capacidad de decisión.
Según el marco teórico jurisprudencial universal, el ser libre es uno de los derechos inalienables del ser humano. Libertad para pensar, para decidir, para expresar lo que siente y para actuar dentro del marco de una sociedad justa. Nadie nace para ser esclavo. Y nadie, en conciencia, debería entregarse voluntariamente a ninguna forma de esclavitud —ni física, ni emocional, ni espiritual.

- La imposición directa, mediante la fuerza y en contra de la voluntad.
- La imposición subjetiva, ya sea de carácter moral o económica, donde alguien, por desesperación o presión, se vende a sí mismo o incluso a sus hijos para saldar deudas.

Y es que la esclavitud del alma es tan real y lacerante como la del cuerpo.
La Biblia, en su profunda sabiduría, no se limita a denunciar la esclavitud física. También nos advierte de la esclavitud interna — aquella que nos domina desde dentro y nos aparta de nuestro propósito divino.
"Porque el que es vencido por alguno, es hecho esclavo del que lo venció." (2 Pedro 2:19)

"El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada, a revolcarse en el cieno." (2 Pedro 2:22)
Somos esclavos de nuestra mente cuando nos ata un hábito indeseado, cuando nos dejamos arrastrar de las actitudes pasionales que nublan nuestro dominio propio.
"Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo." Franz Grillparzer.

Una vez somos atrapados en esa condición servil, nos despojamos, paulatinamente, de todos los valores que anhelábamos poseer o sustentar. Somos esclavos de todo aquello que nos controla y somete, de todo aquello que se impone a nuestra voluntad y quebranta nuestros principios y valores.
“¿No sabéis que si se someten a alguien como ESCLAVOS para obedecerle, sois ESCLAVOS de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16).

Los apóstoles fueron muy claros al respecto. El apóstol Pedro nos advierte sobre los falsos libertadores que en realidad están encadenados por sus propios vicios.
“Les prometen libertad, y son ellos mismos ESCLAVOS de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho ESCLAVO del que lo venció.” (2 Pedro 2:19).
Y el apóstol Pablo, con honestidad conmovedora, confiesa su lucha interna:
"Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago." (Romanos 7:15).

“Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva como ESCLAVO a la ley del pecado que está en mis miembros.” (Romanos 7:23).
Él mismo se siente vendido al pecado, atrapado en una guerra interior que lo lleva a exclamar:
"¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?"
(Romanos 7:24)
Pero la respuesta no tarda en llegar, clara y esperanzadora:
“Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro, pues ninguna condenación existe para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:1).
¿Queremos seguir siendo esclavos del pecado, de la vanidad, del resentimiento, de las pasiones? ¿O queremos alcanzar la verdadera libertad, la que solo viene del Espíritu?
La fe en Cristo nos ofrece una salida: una vida transformada, guiada por la justicia, la gracia y el amor.
“Ya no hay judío ni griego; no hay ESCLAVO ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos nosotros somos uno en Cristo Jesús. ” (Gálatas 3:28).
La esclavitud moderna no se desmantela con cadenas rotas, sino con corazones transformados. Con mentes renovadoras. Con una entrega consciente a la justicia de Dios.
Desafortunadamente, todos, de alguna u otra forma, somos esclavos del miedo, del deseo o del orgullo...¿Y tú, querido lector, de qué necesitas liberarte?
¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!
Frank Zorrilla