Mis queridos hermanos y amigos,
Vivimos en un mundo creado mediante la palabra. Dios habló y dio lugar a la creación de todo cuanto existe en nuestro vasto universo, tanto lo visible como lo invisible. Fue mediante esta expresión oral que todo empezó a surgir y a tomar forma propia: la luz, la expansión de los cielos, la hierba y los árboles que dan frutas y semillas, los peces y las aves, los animales terrestres según su género y, por último, el hombre. Por lo tanto, podemos decir que este mundo donde vivimos es un mundo que existe mediante “la palabra de Dios”. Por inferencia, todo está formado por una energía dinámica que vibra y hace posible la existencia de la vida, en todas las escalas: ya sea microscópica o macroscópica.
Todo cuanto existe en este vasto universo vibra y oscila como producto de la palabra emitida por Dios:
“En el principio era la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios.” (Juan 1:1)
Dios utilizó la palabra para crear y ordenar el universo, para instruir al hombre en sus caminos, y luego para corregirlo y redargüirlo cuando éste desobedeció sus instrucciones. Entonces, podemos decir que el hombre posee la facultad de escuchar la voz de Dios y entender sus mandatos:
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Hebreos 4:12).
La comunidad científica ha demostrado que toda comunicación en esta Tierra es posible gracias al campo energético que nos rodea, permitiendo la resonancia entre frecuencias emitidas en la misma. Pero ese campo energético tan especial, ¿se formó solo?... Ese campo no varía ni fluctúa con el tiempo, es constante. Alguien lo creó, y es el producto de la creación de un Ser perfecto.
Nosotros, al ser hechos a la imagen de Dios y poseer la virtud del habla, tenemos la capacidad de “crear y/o destruir” mediante la palabra, utilizando ese medio energético tan especial. Todo lo que emitimos a través de nuestras cuerdas vocales y que tiene efecto sonoro, tiene poder para producir cambios en la materia, y por ende, para transformar nuestra realidad.
La etapa anterior a la palabra es el pensamiento. Allí se origina todo, y es precisamente en esa etapa cuando debemos elegir las palabras que emitimos, tanto para comunicarnos con los demás como para producir los cambios que deseamos en nuestras vidas. Como dice el viejo adagio:
“Somos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que decimos.”
Pero la Biblia nos enseña, a través del apóstol Santiago:
“Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, que también puede con freno gobernar todo el cuerpo. Así la lengua es un miembro pequeño, y se gloría de grandes cosas. ¡He aquí, un pequeño fuego cuán grande bosque enciende!” (Santiago 3:2-5).
En cuanto a la comunicación con los demás, el apóstol Pablo aconseja:
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” (Efesios 4:29).
Aquí el apóstol Pablo habla de edificar y de gracia, términos que evocan: construir, alzar, elevar, levantar; y también: afabilidad, simpatía, belleza, donaire, cordialidad, etc.
Por consiguiente, al tratar de edificar a nuestros semejantes haciendo uso de la palabra, o al usarla con cordialidad; es decir, en un tono agradable, nos convertimos en potentes transmisores de energía positiva y vibramos armónicamente, produciendo la unión espiritual que Dios desea que exista entre nosotros, porque nos convertimos en unidad.
Sin embargo, cuando utilizamos el instrumento llamado lengua para hacer lo contrario a lo que dice el Apóstol, esparcimos a nuestro alrededor energías caóticas que contaminan, no solo nuestro cuerpo, sino todo el espacio. Contaminamos "la rueda de la creación" y, como un fractal, expandimos esas energías en todo el entramado social, produciendo una descarga de animosidad (odio, animadversión, antipatía, tirria, etc.), que corrompe y crea división entre los seres creados.
Bien lo dice el apóstol Santiago:
“Debemos ser sabios y mostrar con buena conversación nuestras obras en mansedumbre de sabiduría, porque no podemos usar la lengua para maldecir a un ser humano que fue hecho a semejanza de Dios.” (Santiago 3-9-13).
Recordemos que todo cuanto existe en el universo está concatenado y forma una red simétrica y homogénea, regida y gobernada por una energía invisible que ejerce una fuerza de atracción entre cada partícula, produciendo una cohesión entre las moléculas más elementales de la materia, haciendo que los átomos se comporten como ondas o como partículas.
“Somos material en forma de energía en un vasto universo que es testigo de nuestra existencia, y al usar la palabra como conviene, producimos sinergia entre los seres, con la consecuente paz que todos necesitamos.”
Este tema sobre cohesión de energías, es profundizado en mi libro: “CONOCIENDO A DIOS A TRAVÉS DE LA CIENCIA_ realidades que debes saber”
En resumen, y como dice el poema: “Las palabras son tan livianas como el viento, pero tienen un poder tan grande como el universo; que con una palabra se puede vivir, y por una palabra se puede morir.
La física moderna ha demostrado que el universo no está hecho de materia sólida, sino de energía vibratoria en constante movimiento. Todo, átomos, moléculas, pensamientos y palabras, vibra en determinada frecuencia, y esta vibración tiene un impacto real sobre la materia. En ese sentido, nuestras palabras no son solo sonidos, sino frecuencias que pueden armonizar o perturbar el entorno. Lo que decimos afecta la estructura emocional, mental y hasta física de quienes nos rodean, e incluso influye en nuestro propio cuerpo.
Estudios recientes en neurociencia y epigenética confirman que el lenguaje puede activar o desactivar genes, afectando nuestra salud y bienestar.
Por eso, debemos asumir una profunda responsabilidad espiritual en el uso de nuestras palabras. No somos emisores neutrales: somos canales de vida o de destrucción. Hablar con verdad, con gracia, con compasión y con sabiduría no es solo un acto de ética; es un acto de creación consciente en armonía con la energía del universo y con la voluntad de Dios. Cada palabra que pronunciamos puede ser una semilla de luz o una sombra que enturbia. El llamado es claro: hablemos para edificar, para sanar y para unir. Porque si todo vibra, y nuestras palabras tienen frecuencia, entonces la palabra es uno de los instrumentos más poderosos que Dios ha puesto en nuestras manos.
¡Hoy por hoy, esa misma Palabra tiene poder para edificarnos y darnos herencia con todos los santificados!
¡Qué Dios los bendiga rica y abundantemente!
Frank Zorrilla
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