Mis queridos amigos y hermanos,

“Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar nuestra condición. Pensemos que, a menudo, las piedras en el camino han sido colocadas allí para que tomemos impulso.”
     Esta afirmación, aunque sencilla, resume la dualidad de la experiencia humana: cada desafío es un espejo que refleja tanto nuestras limitaciones como nuestras posibilidades. 
     Al dejar atrás la niñez y adentrarnos en la juventud, la vida se despliega ante nosotros como un vasto horizonte colmado de caminos por explorar. Nuestra juventud inspira confianza: nos sentimos llenos de energía y dinamismo. Como un caballo impetuoso que se lanza al galope, nuestros pies reclaman, ansiosos e impacientes,  recorrer sendas y veredas inexploradas con gran entusiasmo; caminos que imaginamos repletos de posibilidades, aventuras y triunfos. 
      Sin embargo, esta visión idealizada — ese entusiasmo o estado anímico exaltado— comienza a desvanecerse al toparnos con los obstáculos y las trabas del camino: las "piedras" de la existencia que buscan frenar nuestra marcha. Algunas de esas piedras tienen cantos afilados que hieren nuestra carne; otras son tan enormes que parecen imposibles de escalar o rodear. 
    Y no faltan aquellas que, bajo una sombra efímera de aparente placer y descanso, nos invitan a reposar inerte mientras se escapa la hora de la acción.
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| El bajo poder adquisitivo | 
     Albert Camus escribió en El mito de Sísifo que la vida, en esencia, es absurda: que el hombre moderno está condenado a repetir esfuerzos absurdos en un mundo carente de sentido inherente, donde nuestras acciones a menudo parecen vacías. Esa piedra que Sísifo empuja montaña arriba — y que vuelve a caer una y otra vez— simboliza la lucha humana frente al sinsentido. Desde esta perspectiva, cada tropiezo —la pobreza, la crítica, la envidia — se convierte en una manifestación de lo absurdo que nos exige decidir: resignarnos, reaccionar de manera destructiva o hallar un significado más allá del caos. 
     Pero a diferencia del mito de Sísifo, el creyente no se enfrenta al vacío, sino al propósito. Porque cada obstáculo en la vida— una pérdida, un fracaso, una injusticia— es un llamado a discernir si seremos dominados por el peso de la roca o si permitiremos que nos fortalezca el carácter.
     Es aquí donde actúa la fe: no eliminando las piedras del camino, sino transformándolas en lecciones. Y es precisamente en este proceso donde el creyente encuentra el pulido de su espíritu.
     La pobreza es una de las piedras más frecuentes en la vida del ser humano. No obstante, la riqueza también puede constituir un obstáculo. Ya que muchas veces, esta es motivo de soberbia y orgullo. Friedrich Nietzsche señalaba que el hombre rico o poderoso tiende a construir su propia prisión de soberbia, donde la abundancia puede cegarle ante la verdadera misión de su existencia.
     La Biblia confirma esta paradoja:
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| Críticas destructivas | 
     No es la pobreza la que degrada, sino la actitud ante ella. Mucho de los grandes visionarios —científicos, profetas, reformadores—surgieron del vacío material y lo transformaron en abundancia interior. Alcanzaron la grandeza no a pesar de su pobreza, sino a través de ella, utilizando la escasez como trampolín para la creatividad, el esfuerzo y la resiliencia.
     Existe una piedra que encontraremos con frecuencia en el camino de la vida en sociedad: la crítica negativa o destructiva. 
     Vivimos en una sociedad obsesionada con juzgar. La crítica destructiva se ha convertido en instrumento de superioridad moral, y como seres imperfectos, tendemos a reaccionar ante el juicio con orgullo o resentimiento, alternando entre el papel de víctimas— sintiendo el escarnio y el escozor de la crítica en nuestra carne— y el de victimarios — usando la crítica para resaltar nuestras supuestas virtudes por encima de los demás—.
     De ese modo revelamos nuestra escasa nobleza, la falta de inteligencia emocional y mezquindad de nuestro espíritu. Al hacerlo, nos convertimos en verdugos moralistas, exhibiendo una estatura moral quimérica; es como si  arrancáramos la piel de los demás, la amontonáramos a nuestros pies y nos subiéramos sobre ella para parecernos más altos... ¡más superiores! 
     Sin embargo, ese vano intento solo sirve para encubrir, con sutil hipocresía, nuestras propias faltas.
"Por lo cual, eres inexcusable, oh hombre... porque tú que juzgas haces lo mismo." (Romanos 2:1)
 Jean-Paul Sartre al advertir sobre la mirada o juicios del otro, expresa una frase que puede interpretarse como misántropa o quizás, un llamado al egoísmo, ya que describe de forma cruda una verdad incómoda: que gran parte de nuestros sufrimientos psíquicos y emocionales surgen de nuestras relaciones con los demás:
          "El infierno son los otros."
     Sin embargo, esta frase no es más que un reconocimiento de que el juicio ajeno refleja la angustia y las limitaciones de quien juzga, y no necesariamente la verdad sobre nosotros. La crítica destructiva suele ser una proyección, una expresión de envidia o miedo, y solo nos libera comprender que el control último de nuestra vida depende de nosotros mismos.
     Inevitablemente, también nos encontraremos con personas cuyo infortunio las ha convertido en piedras de tropiezo para otros. Seres humanos a quienes les faltó valor, determinación y audacia para enfrentar con integridad, dignidad y coraje las dificultades que encontraron en su camino. La envidia, la amargura y la falta de integridad los transformaron en un estorbo; y, como una energía fractal, esparcen un veneno que solo sirve de escoria para quienes buscan alcanzar un nivel más elevado, tanto en el ámbito espiritual como en el profesional.  
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| el acto de criticar | 
Jesús advierte sobre estas dinámicas espirituales:
“¡Ay del mundo por sus piedras de tropiezo! Porque es inevitable que vengan piedras de tropiezo; pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” (Mateo 18:7). 
     La advertencia subraya la responsabilidad moral de no ser causa del daño para los demás; nuestras acciones repercuten más allá de nuestra conciencia inmediata.
“No Juzgues, para que no seas juzgado. Porque con el mismo juicio y medida que utilices, también a ti se te juzgará y medirá. No seas ¡hipócrita!, no digas a tu hermano: déjame sacar la paja de tu ojo, sin sacar primero la viga que tienes en el tuyo. Porque si sacas la viga de tu propio ojo, tendrás claridad para sacar la paja del ojo de tu hermano.” (Mateo 7:1-5).
     Este principio ético resuena con el existencialismo: la libertad individual es absoluta. La libertad de actuar conlleva la carga de responder por nuestras acciones, sean constructivas o destructivas. No criticar, no ser una piedra de tropiezo, es un acto de conciencia que transforma nuestros entorno y fortalece nuestro propio carácter.
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| La piedra de Sísifo | 
     Jesús refuerza la gravedad de nuestra influencia al decir:
     “Pero el que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.” (Mateo 18:6).
     ¿Y si fuéramos nosotros mismos quienes levantamos las piedras con las que tropezamos?
         No todas las piedras provienen del exterior. Muchas surgen de nosotros mismos: la inmadurez, la indolencia, la obstinación, terquedad y la falta de autoconocimiento. Albert Camus plantea que enfrentar el absurdo es una tarea de lucidez: reconocer la propia limitación y, aun así, decidir actuar con coherencia y autenticidad.    
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| escalando piedras del camino | 
     En el ámbito espiritual, cada obstáculo interior es una oportunidad de autoconocimiento. La fe no consiste en evitar el dolor, sino en permitir que nos moldee. Así como el escultor golpea el mármol para revelar la figura oculta, Dios permite ciertos golpes para revelar nuestra forma esencial.
     Al final, el criterio que define nuestro paso por la vida es nuestra elección: ser piedra de tropiezo o fundamento de inspiración para otros. 
     Cristo es el ejemplo supremo: la “Piedra angular” que sostiene todo cimiento moral y espiritual. A través de su vida y enseñanzas nos muestra que incluso las piedras más duras del camino pueden formar parte de una estructura que edifica, en lugar de destruir.
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| Obstáculos que no te permiten avanzar | 
     Cristo no eludió el tropiezo, lo asumió. En Él, el fracaso se convierte en victoria, y el dolor en resurrección. Las piedras del camino— el juicio, la pobreza, la crítica— se transforman en parte de la construcción espiritual del creyente. Cada golpe es un cincel divino que talla el alma.  
      El hombre, según Jean-Paul Sartre, está condenado a ser libre; mientras Albert Camus, defiende que la vida es absurda y carece de sentido intrínseco. Sin embargo, el cristianismo va más allá y ofrece un prisma distinto: las piedras del camino, sean externas o internas, pueden definir nuestra existencia hacia el bien, hacia la sabiduría y hacia la redención. 
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| soy mi propio proyecto | 
     Quizás el mayor tropiezo del ser humano no es el destino, sino su incapacidad de aprender del tropiezo y de no reconocer que él mismo puede ser piedra o cimiento. Cada acción, palabra y juicio tiene el poder de erosionar o fortalecer.
     Las piedras del camino no son castigos, sino recordatorios. Nos enseñan que la verdadera fortaleza no consiste en evitar caer, sino en comprender por qué tropezamos y qué edificamos después. La conciencia de esta responsabilidad es el primer paso hacia una vida auténtica, donde el sentido no se impone, sino que se construye día a día con decisión, reflexión y virtud.
     Y tú, ¿eres piedra de tropiezo o cimiento que edifica a tus semejantes?
¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!
Frank Zorrilla

 
 
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