lunes, 16 de octubre de 2023

UN DESAFIO SIN RELEVOS PARA CONQUISTAR EL MÁXIMO GALARDÓN

 Mis queridos amigos y hermanos,

     Como dijo Henry Ross Perot:
La mayoría de las personas
abandona justo cuando está a punto de conseguir el éxito. Lo deja a un metro de la meta. Lo deja en el último momento del partido, a un punto de la victoria.”
 

     Nuestro transitar por la vida puede compararse con un maratón. Así lo consideró el gran apóstol Pablo cuando, de manera magistral, equiparó la vida del cristiano con esta disciplina deportiva en una de sus cartas. Una comparación que podemos extrapolar a cualquier meta o conquista que deseemos alcanzar durante nuestra estancia en esta tierra.  
  
     El apóstol, al observar esta exigente actividad deportiva, destacó tres aspectos clave: los corredores, la disciplina, y sobre todo, el propósito final de participar en el maratón: la obtención del máximo galardón. En aquel tiempo, se trataba de  la  "anhelada corona de laurel." Él lo expresó de la siguiente manera:  
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.” (1Corintios 9:24) 
  
     El maratón, una prueba de larga distancia sin relevos, se compone de diferentes tramos: Subidas, donde se pone a prueba nuestra fuerza y resistencia. Bajadas, donde aplicamos técnicas de recuperación. Y de tramos planos, donde mantenemos un ritmo de cadencia para mantenernos en la competencia. 

     Estos tramos reflejan las fluctuaciones de la vida: momentos de éxito y adversidad, cambios que nos moldean física y emocionalmente. Nuestra capacidad de resiliencia será clave para evitar la desesperación en los momentos críticos. Como bien dijo Nelson Mandela. No me juzgues por mis éxitos, júzgame por las veces que me caí y volví a levantarme.”
   
     En ciertos tramos del maratón, encontraremos espectadores que nos inyectarán ánimo. Sus energías pueden impulsarnos a seguir adelante, pero también pueden llevarnos a acelerar el ritmo sin medir las consecuencias. Es fácil dejarse llevar por la emoción del momento, pero cada tramo requiere su propia estrategia. Recordemos que no vemos el escenario completo, solo fragmentos de un largo camino con circunstancias. Por lo que tendremos que tener reservas para las colinas que se avecinan. Ese no es el momento propicio para abandonar nuestro plan o estrategia, no podemos dejarnos influenciar por las circunstancias transitorias y bajo esa influencia dejarnos arrastrar por emociones externas y dar todo lo que tenemos en reserva. El maratón no ha terminado, la estrategia debe seguir, nuestro ritmo de cadencia debe continuar enfocándonos en la meta. 

     Así también ocurre en la vida: habrá quienes que nos animen, nos inyectarán energía cuando vean nuestra decisión de conquista. Sin embargo, no podemos ser seres condicionados, y bajo la influencia de esa algarabía, creernos que ya debemos dejar de prepararnos arduamente. Debemos emular lo dicho por Sebastian Coe: “Cada día me acuesto convencido, de que nadie a podido entrenar mejor que yo aunque me sienta estar listo.”   
    
     En un maratón, el ambiente y el clima son factores que jugarán a nuestro favor o en nuestra contra, por lo que tendremos que hacer cambios o deshacernos de ciertos atuendos o soltar cargas innecesarias para seguir avanzando. El ambiente que nos rodea puede afectar nuestro crecimiento, incluyendo factores sociales, emocionales y culturales. En el maratón hacia la conquista de nuestras metas, no podemos permanecer estáticos con la misma mentalidad y el mismo ambiente social, porque como dice el proverbio:
Si quieres volar con las águilas tienes que dejar de nadar con los patos.”     
   
     Mientras corremos y nos encontramos fisicamente capaces en mantener un paso rítmico, llegará el momento en ese largo recorrido, que pensaremos en el apoyo de nuestra familia o amigos que nos esperan en la meta; otros, por diversas circunstancias, solo podrán observarnos a la distancia; y algunos más, simplemente actuarán con indiferencia. Pero está bien. Al final, es nuestra carrera. Es nuestro premio lo que importa.  
   
     A veces, nos asaltará la tentación de detenernos a admirar el paisaje. Sin embargo, el tiempo no se detiene, y la carrera continúa. Dejarse llevar por distracciones momentáneas puede hacer que perdamos el enfoque. En la conquista del éxito, a veces, nos llegará ese deseo de hacer una pausa y desenfocarnos de nuestros propósitos. Son esos momentos cuando nos asaltan los espejismos y farsa sensación de satisfacción transitoria. Mientras nos detenemos, otros avanzan y al sentirnos atrás, el desánimo toma lugar y abandonamos la carrera.
“Sólo existe una persona capaz de limitar tu crecimiento o hacer que sea brillante: ¡TU MISMO!
    
     Habrá tramos donde apenas encontraremos espectadores que nos animen, o en otros tramos más lúgubres, estaremos solos con los otros competidores. Son los momentos de incertidumbre y de soledad. Indudablemente, estos tramos van a doler; la fatiga dirá presente, sentiremos que el oxígeno escasea en nuestros pulmones, que nuestras piernas no responden, escucharemos el latido de nuestro corazón estrepitosamente y una gran voz en nuestro interior diciéndonos: ¡Detente! Son las mismas pruebas que enfrentamos en la vida cuando nos sentimos solos o cuando dudamos de nuestra capacidad para alcanzar el éxito. En palabras de un sabio dicho: 
“Nuestro peor enemigo, muchas veces, vive entre nuestros oídos.”
   
     Un error que los maratonistas experimentados evitan es compararse con otros corredores. Al prestar atención a sus oponentes, además de perder el enfoque, puede desesperarse y arruinar su estrategia de competición. No podemos usar nuestro tiempo para fijarnos en el que va un paso delante, porque la vida es el examen más difícil. "La mayoría fracasa por intentar copiar a los demás, sin darse cuenta que todos, tenemos un examen diferente."

      Compararnos constantemente con los demás conduce a la insatisfacción. En lugar de copiar, debemos descubrir nuestro propio camino. Cada persona posee talentos, pasiones y metas distintas. El éxito no reside en imitar modelos ajenos sino en abrazar nuestra singularidad y aprovechar nuestras fortalezas. Al hacerlo, enfrentaremos la vida con confianza, forjando una existencia genuina y significativa para nosotros. La clave es recordar, que todos sin excepción, enfrentamos exámenes diferentes en este viaje llamado: “vida.” Como  bien dijo Raph Waldo Emerson:  
“Ser uno mismo, en un mundo que está constantemente tratando que seas alguien diferente, es el mayor logro.”
 
    
¿Llegarán todos los que corren a obtener el máximo galardón?… Desde luego que ¡No!
   
     De los cientos de atletas que participan en un maratón, algunos solo correrán los primeros 5 o quizás 10 kilómetros; otros abandonarán a la mitad de la carrera, muchos otros, se acercarán a la meta, pero sus piernas y sus pulmones colapsarán; mientras que otros terminarán el recorrido para recibir un certificado por haber cruzado la meta. Solo uno se lleva el máximo galardón por haber terminado con el mejor tiempo. 

     Pero,
¿significa eso que los demás han fracasado?…
    
     Sin lugar a dudas, muchos se sentirán desilusionados y frustrados por no haber terminado, otros por no haber obtenido el primer puesto a pesar de los años de preparación, pero otros tantos, volverán a intentarlo nuevamente mejorando la técnica y cambiando la estrategia. Más el objetivo seguirá siendo el mismo. Ellos analizarán lo que pudo haber fallado, y buscarán la forma de corregirlo. Porque el verdadero éxito no radica en no caer, sino en levantarse cada vez con más inteligencia y determinación. 
    
     ¡Cuántos emprendedores y eruditos en diversos campos, no han tenido que enfrentarse con la penosa realidad de fallar en sus primeros, segundos y sucesivos intentos!… Solo los verdaderos guerreros, se mantienen firmes para hacer realidad sus sueños y sus ideas, aún a pesar de los intentos fallidos. Ellos no son mezquinos, celebran sus pequeños logros, porque los acerca hacia el objetivo que desean alcanzar. 

     No podemos ser gobernados por las circunstancias, por las adversidades, por el contrario, debemos ser reconocidos por nuestra capacidad de mirar nuestros errores como aprendizaje, por nuestra actitud perseverante hacia nuestro propósito en la vida. Como dijera Thomas Edison cuando en su empeño por crear la bombilla eléctrica, sus estrategias, y experimentos no lograban su objetivo: No fracasé en mis intentos. Encontré 10,000 maneras que no funcionaban.” 

     De igual manera, Henry Ford, afirmó:
 “El fracaso es la oportunidad de empezar de nuevo, pero más inteligentemente.”

     Winston Churchill: 
“El éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.” 

     Y Ernest Shackleton lo resumió así
“Los hombres no se hacen a partir de victorias fáciles, sino en base a grandes derrotas.” 
    
     El actor Will Smith al ser preguntado sobre su éxito, respondió

Tal vez otro actor podía ser más talentoso que yo, más inteligente que yo, e incluso más buen mozo o más sexy que yo. Puede ser todas esas cosas, pero si los dos nos ponemos en una caminadora juntos, van a pasar dos cosas: o se baja él primero, o yo muero ahí.” 

     El éxito se construye con el esfuerzo continuo y perseverancia. En mantener el interés en nuestra carrera, en disfrutar de los pequeños logros que alcanzamos; pequeños logros que como peldaños, se añaden verticalmente para lograr calar a la cima del éxito. Tengamos bien presente que en nuestra carrera por la vida, debemos insistir, resistir, persistir y una desistir, porque es cierto que el fracaso existe, pero solo cuando desistimos y nos rendimos.”
    
     Más allá del ámbito terrenal, el apóstol Pablo nos recuerda que también corremos un maratón espiritual: 
La carrera de la fe. Un camino hacia la excelencia espiritual y el máximo galardón: “La corona de justicia” que Dios ha prometido para aquellos que se mantengan fieles a sus mandamientos y preceptos. 
 
     El apóstol, al haber recorrido el camino de la fe lo expresa de manera triunfante, y victoriosa en 2 Timoteo 4:7-8:
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe, Por lo demás me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” 

¡Dios los bendiga y los guarde!

Frank Zorrilla

miércoles, 6 de septiembre de 2023

JUDAS NO ESTÁ MUERTO, TODOS TENEMOS FOTOS CON ÉL

Mis queridos amigos y hermanos,

    
No todo aquel que besa, ama. Porque en el amigo más íntimo, en
aquel que te adula, en aquel cuya voz se omite, en aquel que comparte tus alegrías, y se gana tu confianza, también puede esconderse un Judas.”

     En el mundo cristiano, todos conocemos la historia de Judas, el discípulo que traicionó a su Maestro:Jesús, el Mesías prometido. Según las Sagradas Escrituras, luego de su traición, Judas decidió quitarse la vida, abrumado por el peso de la conciencia. Pero… ¡Judas no está muerto! Todos tenemos fotos con él… En la mayoría de los casos, no lo percibimos claramente, pero sí lo intuimos.
    
     El salmista David profetizó la traición de Judas y de manera acertada lo describió con precisión: 

“Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, se alzó contra mí.” (Salmo 41:9).
 
     Si la persona más noble que ha pisado la Tierra sufrió una gran traición- Jesús, cuyo corazón puro y sincero no conoció  maldad- ¿qué podemos esperar nosotros?…
    
     En los ojos del traidor habita un puñal camuflado en el abrazo más tierno. Ese puñal zarco, con su hoja afilada y su mirada altiva, se pule con la envidia de labios lisonjeros. La traición se esconde en promesas rotas, en miradas evasivas, en mensajes sin responder, en llamadas perdidas, en excusas nunca pedidas, en detalles omitidos, en  abrazos artificiales que no tocan el alma, en besos hipócritas, en voces que difaman y se ocultan entre las sombras de tertulias mientras nuestra presencia está ausente. Todos estos ingredientes del veneno de la lealtad fingida.
    
     Y aunque la traición puede cortar hasta lo más profundo del ser y dejar cicatrices imborrables, un corazón que ama no alberga resentimiento. 
 
     Como dice un proverbio chino: 
Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto.”  

     No hay dolor más grande que la vil traición de aquel que se hacía pasar por un hermano; de esa persona en la que confiabas ciegamente, creyendo que su lazo contigo iba más allá de la sangre. Como Jesús cuando caminaba con Judas,  compartieron largos trayectos, risas, lágrimas, anécdotas y enseñanzas. Parecía que sus vidas se entrelazaban como cómplices de la existencia. 
    
     De la misma manera, nosotros encontramos aliados en el juego de la vida. Pero poco a poco, los intereses voraces y egoístas comienzan a teñir la relación hasta llevarla a la decadencia. La sinceridad se desvanece, y las máscaras caen, revelando la verdadera naturaleza de aquel que una vez consideramos la leña que mantenía encendida la llama de la confianza.
   
    
La traición duele en lo más profundo del ser. Es una herida que tarda años en sanar. Se siente como si alguien hubiera arrancado  una parte esencial de ti y luego la hubiera pisoteado sin piedad. Pero antes de hacerlo, siembra la decepción haciendo germinar y  florecer la decepción para convertirla en tu compañera constante y deja la confianza convertida en un tesoro muy frágil. ¡La decepción más grande siempre es consecuencia de la traición!
 
     Pero a pesar del dolor, no debemos permitir que la traición nos defina. No podemos ceder nuestro poder, ni perder la capacidad de amar y de confiar en otros seres humanos. Nunca debemos dejar que la traición nos arrastre a su propia infamia. 

     Los exhorto a abrir los ojos, a ver más allá de las palabras y  las apariencias. No se dejen seducir por halagos vacíos. Presten atención a los detalles implícitos y a los acuerdos velados por más pequeños que estos sean. ¡Cuidado con quien te adula, porque el que hoy te compra con elogios, mañana te venderá con su traición!
   
     Cómo decía el poeta y prosista español, Antonio Machado

En el análisis psicológico de las grandes traiciones encontraréis siempre la mentecatez de Judas Iscariote.”  

     Por lo tanto, los animo a estar atentos y cautelosos, a ir más allá de las palabras y las apariencias. No se dejen seducir. Presten atención a los detalles y a los acuerdos velados por más pequeños que estos sean. No obstante, no permitamos que el engaño nos endurezca, convirtiéndonos en criaturas desconfiadas y amargadas, sino que nos haga más sabios y cautelosos. Entreguen su amor y  confianza con prudencia, no con miedo. Porque aunque perdonar es un acto hermoso y liberador, no debemos olvidar la lección aprendida. Mantengamos nuestros ojos abiertos, nuestro corazón protegido y dispuesto a amar y confiar nuevamente, pero sin ignorar que el mundo está lleno de personas que persiguen intereses egoístas.
 
¡Hoy más que nunca, muchos Judas quieren posar en tus fotos!
     
     Lo más hiriente de cualquier traición es que nunca es un enemigo quien la firma.”
  

     La verdadera amistad exige ácida honestidad, aunque a veces sea dura. No permitas que el engaño de algunos endurezca tu corazón, sino que lo ensanche. Que tu corazón siga latiendo lleno de compasión y amor. Ama, pero no te ciegues. Porque el amor no es ciego; lo que nos ciega son las expectativas, la necedad de meter el corazón donde bien sabemos que no cabe. 

     No olvidemos que, aunque Judas sigue vivo, también lo hace la fe. Aunque la traición existe, también lo hace la lealtad.
 
    
Recordemos que: ¡Con los Judas no se pelea… Ellos se ahorcan solos!  

     Por cada Judas que aparece en el camino,  hay un samaritano, un amigo fiel, un compañero leal. Por cada promesa rota, hay innumerables juramentos y compromisos cumplidos. Por cada mirada evasiva, hay incontables ojos que se atreven a mirarte directo con valentía y con verdad. 

     No dejemos que la traición defina nuestra vida. Reaccionemos con sabiduría. Porque no es la presencia de Judas lo que define nuestro camino, sino nuestra capacidad de levantarnos cada vez que un Judas se revela. Cada vez que la traición nos hiere, cada vez que nos lastimen nos levantaremos más fuertes, decididos, más vivos, más anchos.

      No estás solo. Siente la presencia de Dios que lo inunda todo. 

     Esa es la verdadera victoria. Esa es la verdadera vida: ¡seguir adelante, a pesar de todo, a pesar de Judas! 
 
¡Dios los bendiga y los guarde!
 
Frank Zorrilla


 

miércoles, 28 de junio de 2023

LA CARENCIA DE INTEGRIDAD EN UN MUNDO SUMIDO EN FALACIA

Mis queridos amigos y hermanos,


     “Casi todos nuestros errores son más perdonables que los métodos que discurrimos para ocultarlos.”  François de La Rochefoucauld


     Imaginemos por un momento que Dios nos concediera 24 horas de impunidad absoluta, permitiéndonos hacer todo lo que deseemos sin sufrir ninguna repercusión o consecuencia. Supongamos, además, que la justicia humana se adhiriera a esta decisión divina, y  nos eximiera de toda responsabilidad.  ¿Qué haríamos?… 

     Además de nuestra propia lista de cosas que nos gustaría hacer, al extender esa misma suposición a personas de nuestro entorno social y les otorgamos el mismo libre albedrío sin restricciones, estando exentos de ambas justicias, las respuestas que recibiríamos serían, cuanto menos, estremecedoras. Al final, más allá de sorprendernos con lo que seríamos capaces de hacer, esta situación revelaría nuestra verdadera naturaleza y la de los demás. 


     En lenguaje diáfano: Somos lo que podríamos hacer si pudiéramos; porque existe la intención. En términos simples: ¡Todo lo que podrías hacer si pudieras, ese eres tú!  Por consiguiente, y desde un punto de vista analítico conceptual, lo que no hacemos no necesariamente nos define; a menudo, simplemente nos abstenemos por miedo a quedar expuestos o sufrir las consecuencias.  

     Nuestra naturaleza caída es tan depravada que, si pudiéramos ver proyectadas en una pantalla gigante las fantasías que atraviesan nuestra mente en un período de 24 horas de "gracia", nos moriríamos de vergüenza. No importa si nos consideremos ascetas, prudentes, austeros o, por el contrario, viciosos, insensatos o desenfrenados; todos, sin excepción, llevamos dentro la semilla de la desobediencia. Como dijo Jesús“Aquel que esté libre de pecado, tire la primera piedra.” 


      Estamos ligados al pacto adámico que rige la humanidad en su estado caído.  “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12).

    

     Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios.” (Romanos 3:10)

     A primera vista, estas palabras del apóstol Pablo, pueden parecernos severas o exageradas, pero el mismo Hijo de Dios expresó esta realidad cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran.” (Mateo 15:8). 

     Por consiguiente, podemos entender que no somos auténticos.  Vivimos en un estado sistémico de hipocresía donde todos fingimos. Nos colocamos máscaras para aparentar que estamos bien, y al hacerlo, creemos que no necesitamos ayuda. Sin embargo, en lo más profundo de nuestro ser, ¡ESTAMOS ROTOS! 

     Ante estas flaquezas que nos opacan y devalúan como seres perfectos, Las Sagradas Escrituras nos enseñan que, “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23). La nefasta preferencia por el arte de fingir, moldea y enfatiza nuestro carácter. Sin embargo, el verdadero problema no radica en nuestra naturaleza débil como descendientes de Adán, sino en nuestra tendencia a encubrir, disimular y justificar lo que pensamos y hacemos. 


     En el huerto del Edén, cuando la serpiente tentó a la primera mujer y la convenció con palabras dulces para desobedecer, ni ella ni Adán le contaron a Dios sobre aquel diálogo. tampoco lo hizo Adán. La primera señal de que  estamos en problemas es nuestro silencio. Nos decimos a nosotros mismos: “¡Yo puedo manejar o controlar esto!”, y en ese estado de autosugestión, mantenemos en secreto nuestro trato con la serpiente. 


     Esa actitud que, hasta cierto punto, nos da un control subjetivo e irreal, al creer que tenemos la opción de soltar a la serpiente cuando queramos, nos da un poder ilusorio: 


¡Puedo dejar el cigarrillo cuando quiera!


 ¡No soy alcohólico, solo bebo socialmente!


 ¡No soy adicto a la pornografía, solo es un pasatiempo!


 ¡TODO ES UNA GRAN MENTIRA!…Seguimos actuando con  normalidad porque así lo exige la sociedad. 

    

     El novelista y filósofo Umberto Eco lo expresó bien: 

“Disimular es extender un velo compuesto de tinieblas honestas, del cual no se forma lo falso sino que se da un cierto descanso a lo verdadero.”  


     La realidad es que, debido a nuestra condición caída, somos altamente susceptibles a resonar a bajas frecuencias del espectro espiritual. En palabras simples, somos fáciles de caer en las garras de la lascivia, de la lujuria, del erotismo y de la impudicia. Y una vez vibramos a esas frecuencias, el dejar de resonar a ellas nos resulta excepcionalmente difícil.


      Por ello, preferimos mantenerlo en secreto. De esa manera, la opción de ceder a la serpiente sin que nos descubran es más placentera. Ya en esas circunstancias, ¿qué crees que hacemos?.. Lo natural es, fingir una vida decorosa de cara al público, mientras en privado nos debatimos entre la culpa y la tentación. Perdemos nuestra autenticidad porque la integridad significa ser la misma persona en público y en privado

    

     ¿Es posible escapar de esta trampa de falsedad y vivir con autenticidad e integridad ? 

La respuesta es: ¡SÍ!... SIEMPRE TENDREMOS LA OPORTUNIDAD DE ELEGIR SER AUTÉNTICOS E ÍNTEGROS! 

  


          Albert Camus decía: 
“La integridad no tiene necesidad de reglas.” 

     Es decir, una persona íntegra actúa correctamente no por miedo a castigos o esperando recompensas, va más allá de los premios y castigos, cielo o infierno. Actúa correctamente porque su conciencia le dicta adherirse a principios morales y éticos.   


     Las Santas Escrituras nos habla de un hombre que, a pesar de ser descendiente directo de Adán y compartir la misma naturaleza caída, eligió vivir en integridad y apegado a la obediencia.  Vio 


     Dios vio que Enoc era un hombre íntegro y caminó con él por 300 años, hasta que se lo llevó. 

   

     Dos hombres vivieron en la misma época: 

  • Uno, marcado por la desobediencia, incapaz de ser transparente ante Dios.
  •  Otro, encontrado justo por vivir un estilo de vida según principios divinos. 

     Adán vivió 243 años viendo
 a Enoc caminar con Dios. Quizás presenció sus conversaciones con el Creador y experimentó el remordimiento de haber sido desplazado por su conducta desobediente. 

   

     Aunque nuestra naturaleza caída, nos haga creer que no hay esperanza, siempre podemos elegir el camino de la integridad.  No importa cuán corrupto, inmoral o oscuro haya sido nuestro pasado; Enoc también fue descendiente del pacto adámico, y al igual que nosotros, era tentado por la serpiente de la concupiscencia, pero decidió un estilo de vida auténtico, acorde con principios íntegros delante de la justicia de Dios y la justicia de los hombres. 

     Sigamos el consejo del apóstol Pablo: 

“Todo le es lícito al hombre bajo el libre albedrío, pero no todo conviene; todo le es lícito, pero no todo edifica.” (1 Corintios 10:23)


¡Que Dios los bendiga y los guarde rica y abundantemente!


Frank Zorrilla

martes, 6 de junio de 2023

"CLONADOS PARA EL EGO: El Hombre y su Eterna Guerra contra el Prójimo."


Mis queridos amigos y hermanos,


     ¿Es la herencia biológica y la división cultural las responsables de nuestras diferencias?

     Si analizamos los orígenes de la humanidad, encontraremos que desde la primera familia comenzaron los procesos de separación, exclusión, segregación y la lucha por la supremacía entre los hombres. Los antropólogos afirman que dichos procesos eran necesarios para la supervivencia y desarrollo de los grupos humanos. Así nacen las tribus, las culturas y la civilizaciones. Sin embargo, también nace el conflicto. 

     Cada grupo, al desarrollarse en conglomerados y ambientes  distintos, generó su propia forma de vida, y por tanto, se vio obligado a adaptarse a su entorno. Así nacieron las culturas, creencias, mitos, lenguas  y costumbres. Incluso los rasgos físicos cambiaron—pigmentación, fisonomía, estructura ósea— todo como resultado de complejos procesos bioquímicos necesarios para la conservación de la vida a través de una simbiosis entre el hombre y su ambiente. El primero, sometido al segundo para evitar su extinción o desaparición. 

¡La raza, una mentira falaz que hemos oído a través de los años!

     Con la aparición de las diferentes lenguas, la mezcla entre grupos se volvió más difícil y exigente, la interacción y reproducción quedó limitada a aquellos que podían comunicarse. Fue entonces cuando surgió la noción de "razas", una clasificación errónea pero poderosa que aún hoy moldea la percepción humana definiendo características físicas, casta y caracteres diferenciales entre uno y otro grupo, y por consiguiente, la enmarcación como seres distintos. Fue así como la pigmentación, las lenguas, la geografía y la cultura sirvieron como barreras que perpetuaron el egoísmo, la exclusión y la violencia. 

"El infierno es la gente."Jean Paul Sartre

     Pero, ¿Es la raza un factor determinante en nuestras diferencias?

     Las razas (Caucasiana, Mongólica, Malaya, Etiópica, y Americana) son una ficción útil pero falsa. El ADN humano es 99.5% idéntico. Es decir que, la diferencia entre los seres humanos es de solo 0.5%. Somos biológicamente homogéneos. Lo que nos separa es la mente, la psiquis, la emoción no redimida. La sociedad nos bombardea con mensajes de superioridad basados en la etnia o el estatus, alimentando el orgullo y siguiendo un patrón programado de prejuicios heredados. Por consiguiente, nuestras diferencias radican en nuestro ego. Así lo advertía Arthur Schopenhauer desde el nihilismo:

     "El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales y para sí mismo."

    Sin embargo, la Biblia enseña que todas las naciones tienen un mismo origen:

     "Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra." (Hechos 17:26). 

     No obstante, los grupos asociados por la misma lengua y con condiciones geo-económicas favorables dominaron ciertas regiones obligando a otros a emigrar. La cultura del poder se impuso, y con ella, la exaltación del ego y el segregacionismo. Para el filósofo Friedrich Nietzsche:

     "Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado."

     Esta es la conclusión lógica de una humanidad que intenta vivir sin Dios. No obstante, Cristo ofrece una alternativa:

     "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia." (Juan 10:10)

     Arthur Schopenhauer, desde su misantropía, lo resumió sin piedad:

     "La vida de cada individuo, si se mira de cerca, es una tragedia; pero si se considera en conjunto, es una comedia." 

    ¿Es la conducta del hombre producto de una repetición de patrones degenerativos?

     Pues, si bien las estructuras sociales son intrínsecas o consustanciales al desarrollo humano desde sus inicios y funcionan como modelos para perpetuar costumbres, mitos y creencias, no debe olvidarse que su aglomeración grupal nace de lo individual, y que este, como ser emocional, carga con una predisposición ancestral a la agresión, el egocentrismo y la exclusión. Como dijo Emil Cioran:
 
     "Cuanto más se reflexiona sobre la condición humana, más se siente que la vida no merece la pena ser vivida."

"El hombre es un animal que se ha acostumbrado al horror."—Emil Cioran

      En este punto entra en juego el concepto de misantropía: ese desprecio hacia el ser humano en general, que hoy se manifiesta en formas cada vez más sofisticadas y disimuladas. 

       La historia humana parece condenada a repetir sus errores. Arrastramos en nuestra biología las tendencias defensivas, geocéntricas y violentas. Somos una réplica emocional del primer hombre, clonados no en carne, sino en reacción y orgullo que como fractales, continuaremos manifestando de generación a generación. Vivimos en sociedades más conectadas tecnológicamente, pero más desconectadas espiritualmente porque seguimos arrastrando el segregacionismo y belicosidad de nuestros primeros ancestros. Friedrich Nietzsche, nihilista radical, lo expresó con crudeza: 

      "El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre—una cuerda sobre un abismo." 


     Ante estas dos corrientes filosóficas tan fatalistas podemos decir que, "nuestra civilización, al ser una clonación o copia idéntica del primer hombre, en nosotros ha prevalecido congénitamente, y con mínimas mutaciones, todos los procesos bioquímicos degenerativos que inciden en el hombre para manifestar su desprecio y egocentrismo hacia su o sus semejantes." 

     Aún con todo nuestro progreso— tecnológico, académico y cultural— no somos más que bárbaros con barniz. La sombra del hombre caído persiste en nuestra genética. Basta contemplar las atrocidades del pasado y cotejarlas con las nuestras: los mismos crímenes, las mismas tropelías, la misma xenofobia, ahora con métodos más elegantes. El genocidio, el holocausto, la limpieza étnica—solo han mutado de forma. Somos la misma barbarie, pero con mejor propaganda. Nuestros antepasados mataban con piedras; nosotros lo hacemos con algoritmos, leyes y silencios. Nada ha cambiado... excepto el método. ¡Ahora somos más sofisticados!


     ¿Es el genoma humano responsable de nuestra predisposición misántropa?

En esencia, el genoma humano no es directamente responsable de la misantropía, pero guarda una conexión con su modo de comprender la realidad —esa herencia cognitiva que se remonta al primer hombre. Este vínculo se revela en tres niveles: la experiencia emocional subjetiva, su sustento neuroquímico en las sinopsis, y su traducción final en conductas observables

     Nuestra genética, aunque evolucionada mínimamente, conserva la misma bioquímica que incita al miedo, la competencia y la desconfianza hacia el otro. Y esto no se limita a diferencias raciales, sino a todo lo que sea "distinto": idioma, nivel social, ideología, religión o género. Pareciese como si estuviéramos condenados a ser clones del primer hombre concupiscente. Pero el Evangelio ofrece una alternativa y nos invita a una renovación completa:

     "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." (2 Corintios 5:17).
  

     La pregunta, por tanto, no es biológica sino existencial:

 ¿Por qué en lugar de tratarnos como semejantes, nos tratamos como si fuésemos extraños?...

     En un mundo donde la exaltación del ego ha reemplazado al sentido de comunidad, surge el nihilismo: la idea de que nada tiene valor intrínseco, que no hay verdad universal ni moral objetiva. Bajo esta visión, "amar al prójimo como a uno mismo" parece una ingenuidad, una utopía. Vivimos para el éxito individual, el placer inmediato, la imagen, el estatus.



     Nos comportamos como  "alienígenas de rasgos humanoides", pero sin reconocimiento del otro como hermano. Rechazamos nuestra esencia común por causas tan triviales  como el color de piel o el nivel socioeconómico. En palabras simples, nos consideramos distintos, nunca iguales, afirmando las diferencias como ley, pero el polvo originario de donde procedemos desmiente, en silencio, toda jerarquía de la materia.

     Por lo tanto, no es un exabrupto decir que, dadas las condiciones que he citado, las únicas dos formas de aceptarnos plenamente como iguales son:

  • Ser físicamente idénticos, donde no exista ningún tipo de rasgo que pueda marcar o pueda distinguir entre uno y otro ser humano.

  • Nacer de nuevo en espíritu.

     La primera condición es una utopía imposible, por lo que debemos adoptar la segunda condición mediante una transformación interna que sólo es posible mediante la fe en Cristo. 

     "Es necesario nacer de nuevo." (Juan 3:7).

"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios." (Juan 3:5).

      Solo este nuevo nacimiento puede erradicar de raíz el racismo, la xenofobia y el egoísmo. Ni la educación, ni la política, ni el progreso económico pueden regeneraren corazón humano. Sólo Dios puede hacerlo. 

     ¿Qué nos hace verdaderamente distintos? 


      No es el intelecto ni la riqueza, ni tampoco el color de la piel lo que nos distingue; es nuestra decisión de nacer de nuevo. La verdadera grandeza no se mide por lo que acumulamos, sino por nuestra capacidad de amar. Pero mientras Emil Cioran desde su óptica nihilista, considera al hombre como un error cósmico al expresar:

     "El hombre, ese error de la naturaleza, ese parásito de la tierra, ese tumor del universo."
     El mensaje bíblico, en contraste, asegura que el hombre no es un accidente, sino objeto del amor divino y del cuidado eterno. La soberbia humana es solo una ilusión:
     
 "¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, que lo visites?." (Salmo 8:4).
   
          La conciencia humana se enfrenta a una encrucijada antológica: 
la misantropía que desprecia al prójimo, el nihilismo que le quita el sentido a la vida y niega el valor humano y la revelación cristiana que insta al renacimiento espiritual. Esta tríada configura los caminos esenciales del pensamiento en una bifurcación filosófica fundamental.

     Las filosofías nihilistas se equivocan:

     "El absurdo nace del enfrentamiento entre la búsqueda humana de sentido y el silencio del mundo."Albert Camus

     Porque el Evangelio no guarda silencio:

     "Yo soy el camino, la verdad y la vida." (Juan 14:6)

   
renacer en el corazón humano
     Sí, hemos heredado una naturaleza caída, emocionalmente inestable y espiritualmente egoísta. Pero no estamos condenados. Cristo ofrece una vía de escape, no basada en raza, cultura o estatus, sino en una nueva identidad espiritual. Y aunque desde una visión nihilista, Walter Waeny afirme:

"El ser humano es tan malvado y egoísta, que es necesario hablarle de una recompensa en otra vida para que haga el bien en esta."

     La luz de la esperanza que ofrece Cristo transciende este cálculo unitario. Su mensaje no solo promete una recompensa futura, sino que redime la naturaleza humana aquí y ahora, transformando el egoísmo en amor y la desesperación en propósito eterno. 

     Es cierto que, no somos mejores que nuestros ancestros, pero la diferencia está en la esperanza de redención y transformación por medio de Cristo.

     No somos malos por defecto, pero sin Cristo persistimos en los mismos vicios: segregación, egoísmo, violencia.

     No somos nihilistas sin salida, porque Dios ofrece sentido, propósito y una vida eterna digna de ser vivida.

     Hoy puedes elegir: seguir el ciclo del primer hombre... o renacer en el segundo Adán, que es Cristo


¡Que Dios los bendiga rica y abundantemente. Y que nos conceda la gracia de ver al otro no como un extraño, sino como un reflejo del mismo Dios que nos creó a todos!


Frank Zorrilla