Mis queridos amigos y hermanos,
“Eres como ave de alas que no conocen fronteras,
bocado suave para quien lo cuenta; toxina que se gesta en la ociosidad.
Manjar ligero para el insensato; veneno sutil que, como trampa, se teje en la osadía formando una red invisible;
fruto madurado en el ocio y la fantasía, eco distorsionado del secreto. Hijo del artificio y de la ligereza, hermano menor de la afrenta." — Frank Zorrilla
¿Puedes imaginar a qué me refiero?... Tienes razón, me refiero al “acto vejatorio y soez del chismorreo” y la persona que sirve de portavoz para el mismo: el chismoso.
Desde el punto de vista clínico, la psicopatología en el comportamiento de las personas chismosas tiene índole psicosomática; ya que quienes recurren a esta actividad se sienten reivindicados en la diseminación intencional de una noticia, secreto o rumor con fines de entretenimiento. Esta actividad que se recicla viciosamente y se automatiza en forma de descarga psico-fisiológica, liberada mediante los procesos mentales y el órgano de la lengua, termina convirtiéndose en un mal hábito.
No es casual que Friedrich Nietzsche señalara: "La ociosidad camuflada de sociabilidad no es más que una forma de debilidad."
El chisme nace justamente en esa debilidad del carácter, donde lo superfluo sustituye lo verdadero.
Este personaje pintoresco de los medios sociales tiene múltiples fuentes de información:
- La subjetiva. El chismoso percibe lo que escucha indirectamente o ve, y lo interpreta desde su propio y limitado criterio. Desde luego que, bajo esta posición alegadamente racional, basada solo en especulaciones subjetivas y conjeturas viciosa, se esconde, en realidad, un prejuicio profundamente arraigado y una notable falta de rigor crítico. Esto abre la puerta para que se convierta en un instrumento del Maligno.
- La directa. Aquí podemos referirnos a la deshonra de revelar un secreto amparándonos en el disfraz de la confianza que alguien depositó en nosotros. Al traicionar este vínculo, y transformar o convertir el secreto en rumor, nos erigimos en traficantes de información. En esencia, nos convertimos en arquitectos de la intriga, detractores viles que esparcen un veneno cuyas repercusiones, casi siempre, son devastadoras.
La Biblia es clara al respecto: “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos.” (Proverbios 16:28)
Es irónico decir que, los chismosos siempre han tenido un papel en la comunicación social. En efecto, su función ha sido tácita en el desarrollo humano desde los orígenes del hombre sobre la faz de la Tierra. Lamentablemente, el desarrollo al que hago mención no ha sido positivo, sino más bien nefasto.
Sin embargo, aunque este criterio no es bien recibido ni compartido por algunos psicólogos de la “psicología evolutiva”— quienes consideran que el chisme es una actividad necesaria para la supervivencia— o por algunos sociólogos que opinan que la acción de chismear es innata en la especie humana, esa postura de los expertos hace presuponer que dicha actividad es inevitable, positiva y necesaria.
Al parecer, estos expertos no entienden que, atribuirle un valor adaptativo al chisme es ignorar su naturaleza corrosiva y los daños concretos que provoca en los grupos sociales. No obstante, esta visión contrasta con la realidad espiritual. Como diría Arthur Schopenhauer:
"La maledicencia es la forma más baja de placer, porque se alimenta de la desgracia ajena."
Aunque los expertos señalen que el chisme y el rumor cumplen funciones importantes en los ámbitos social y psicológico — como establecer vínculos que mantengan unido al grupo mediante la creación de fuerzas que comunican códigos morales—, y argumenten que este evita:
- Primero, que seamos indiferentes los unos con los otros.
- Segundo, que sirve para controlar la moralidad en grupos pequeños.
- Tercero, que ayuda a organizar a los miembros según su posicionamiento social y su acceso a la información.
La triste realidad es que, ese aparente "orden social" que el chisme pretende generar, en verdad abre grietas profundas en la confianza y destruye comunidades.
Todos sabemos que la comunicación social tiene sus fallas: distorsiones, interpretaciones parciales y conjeturas añadidas. Muchas veces, quien cuenta o narra un hecho no es necesariamente fiel a lo que escuchó o vio; por lo tanto, en el proceso de narración, cambiará palabras, gestos y quizás añadirá su propio juicio o conjetura. De ahí surgen frases como "dicen por ahí" o "alguien me contó", que no son más que máscaras para ocultar la irresponsabilidad, desatándose una oleada de especulaciones y una crisis de señalamientos prejuiciosos y perniciosos en contra de la víctima de esas insinuaciones.
Ya el gran sabio Salomón había advertido al respecto:
“Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda.” (Proverbios 26:20) ¿Cuándo el chismorreo se convierte en una abominación para Dios?
Cuando el mensaje se le añade falsedad. En ese instante, quebrantamos un mandamiento divino: "No levantarás contra tu prójimo falso testimonio, ni mentirás." (Éxodo 20:16).
Al hacerlo, nos volvemos transgresores de la Ley de Dios, y el enemigo se aprovecha de nuestra lengua como arma de división.
Un consejo prudente es que, antes de abrir la boca para murmurar, deberíamos reflexionar.
Albert Einstein decía:
"Las grandes almas siempre han encontrado oposición de las mentes mediocres."
Y muchas veces esa oposición se manifiesta en forma de rumor, crítica o calumnia.
¿Acaso creen que el chisme está ausente de las sociedades religiosas?
Ni siquiera las congregaciones sagradas se libran de esa fastidiosa actividad humana, pues el chisme, simple y llanamente, "no conoce fronteras."
Pero la Palabra de Dios nos recuerda:
“La boca del necio es quebrantamiento para sí, y sus labios son lazos para su alma. El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias.” (Proverbios 18:7, 21:23).
Antes de abrir nuestra boca para murmurar o chismorrear, debemos reflexionar sobre este tipo de acto. Porque: “Es mejor callar que tener que arrepentirnos de lo que decimos, ya que la conciencia no se puede silenciar.”
El chisme no es un juego de palabras, sino un filo invisible que hiere almas y desgarra comunidades. El filósofo puede llamarlo debilidad de la voluntad, el psicólogo un desajuste social, y el sociólogo un mecanismo evolutivo; pero la verdad es que, delante de Dios, es transgresión.
Quien pronuncia un chisme, se hace cómplice de la mentira, y quien lo escucha, partícipe de su veneno. No olvidemos: la lengua que siembra rumores es instrumento de destrucción, pero la boca que calla y edifica es fuente de vida eterna.
¡La gracia y las bendiciones de Dios sean contigo!
Frank Zorrilla