¿Estamos viviendo o simplemente existiendo?
Cuando alguien llega a los 70 años, solemos decir que esa persona ha vivido una vida larga. Pero, ¿es eso realmente cierto? Tristemente, no es así. Porque si nos detenemos a analizar con atención, descubrimos que de esos 70 años, esa persona tal vez ha vivido con plena consciencia solo una fracción muy pequeña.
Según algunos cálculos, que combinan tiempo dormido, infancia, rutinas automáticas y distracciones, de esos 70 años, apenas 12 años pueden considerarse momentos de verdadera lucidez, de presencia y reflexión consciente. Llámese: la hora dorada del alma, el despertar espiritual, la autenticidad existencial, o la verdadera vida...
Y si esto es así, surge una pregunta inevitable:
Si nos ponemos a analizar detalladamente nuestra vida desde una perspectiva de estado de consciencia, descubriremos que:
- El sueño ocupa un tercio de nuestra vida.
- La niñez temprana (0 a 12 años) está marcada por un desarrollo de la consciencia aún inmaduro.
- La adolescencia y juventud temprana, aunque más despiertas, están llenas de confusión, presiones sociales e impulsividad.
- La adultez rutinaria suele vivirse en piloto automático, atrapada en la repetición y el estrés diario.
- Finalmente, dentro de esos años conscientes, solo ciertos momentos se viven con verdadera lucidez: pérdidas, decisiones importantes, encuentros espirituales, estados de contemplación profunda.
¿Qué pueden decirnos los especialistas y la neurociencia?
La neurociencia muestra que gran parte de nuestras acciones son automáticas, programadas por hábitos y condicionamientos. Vivimos buena parte del día con la mente en otro lugar. Estudios revelan que pasamos casi la mitad del tiempo pensando en cosas que no están ocurriendo y que quizás, nunca ocurrirán.
Pero también nos enseña que podemos entrenar la mente. La psicología positiva ha demostrado que prácticas como la gratitud, la meditación y la compasión aumentan la felicidad duradera.
Por lo que podemos afirmar que la felicidad, entonces, no es una emoción espontánea, sino un acto consciente, que solo puede darse cuando estamos presentes.
Si tomamos la filosofía como marco, filósofos como Aristóteles diferenciaban entre el placer momentáneo y la verdadera felicidad. Para este filósofo, la eudaimonía se refiere a la “vida buena” o “florecimiento humano”, la que entendía como una vida con virtud, propósito y coherencia, en lugar de un mero estado de bienestar pasajero.
El prominente filósofo alemán, Martin Heidegger nos advertía sobre el peligro de vivir “caídos en la cotidianeidad”, sin cuestionarnos, sin despertar. Y Sócrates afirmaba: “Una vida sin examen no merece ser vivida”.
Por lo tanto, lo que la filosofía nos dice es que, la felicidad no depende de lo que nos ocurre, sino de cómo vivimos lo que nos ocurre. Y eso solo se logra en los escasos momentos en que despertamos del letargo de lo habitual o cuando estamos conscientes.
De hecho, en el mundo espiritual, y según algunos textos que encontramos en las Sagradas Escrituras, el ser humano vive dormido. Jesús lo expresó así: “Estad atentos, porque no sabéis el día ni la hora”. También el apóstol Pablo urgía: “Despiértate tú que duermes…”.
Jesús mismo aludió a esta visión profunda cuando dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo…” (Mateo 6:22).
Algunos han interpretado este “ojo” como una metáfora de la conciencia despierta, o incluso, desde lecturas más modernas, como una referencia al tercer ojo o la glándula pineal, símbolo del despertar espiritual en muchas culturas. Lo importante no es el órgano físico, sino la capacidad de ver la vida desde el alma, desde lo eterno, desde la verdad interior. Cuando ese “ojo” está sano, vivimos en luz. Vivimos conscientes. Vivimos felices.
Todos, desde el budismo, el misticismo y el cristianismo apuntan a que la felicidad no es un estado emocional, sino una consecuencia de estar en contacto con lo eterno, con Dios, con el Ser. Y desde esta perspectiva, la felicidad no se busca; se revela… en los momentos en que el alma se encuentra consigo misma y con lo divino.
Entonces, ¿Qué debemos hacer o cuál debería ser nuestra actitud ante la vida y nuestros años en plena consciencia?
Si solo vivimos conscientemente alrededor de 12 años dentro de una vida de 70, entonces ser feliz no es un lujo, sino una urgencia.
No podemos controlar cuánto tiempo viviremos, pero sí podemos decidir cuán profundamente queremos vivir lo que nos queda. Por lo que debemos comenzar a “desaprender” como sugirió Lao-Tsé. Esto es, desprendernos de los prejuicios y conceptos preestablecidos para fluir con el camino natural del universo. Es como “vaciar la mente”, soltar las ataduras al conocimiento acumulado durante nuestra inmadurez, los deseos y el ego para vivir el presente.
El filósofo francés, René Descartes proponía la “duda metódica”, donde rechazaba todo lo aprendido previamente para construir una base de conocimiento más sólida y así poder comenzar a vivir plenamente en consciencia.
La felicidad no se encuentra en los años, sino en los instantes vividos con atención, con sentido, con amor. Porque los años que decimos que tenemos, son en realidad los años que ya no tenemos, por lo que los únicos años que debemos ponerle interés y tesón son los que nos faltan por vivir. Pero solo cuando despertamos a lo esencial, empezamos realmente a vivir. Porque:
“La felicidad, en su esencia, es efímera y transitoria, como un destello en medio de la noche. Es una ilusión tejida con los hilos de nuestros sueños, una percepción fugaz que se disuelve ante la realidad. Sin embargo, es precisamente su naturaleza momentánea la que la hace tan valiosa, como una joya que brilla más intensamente porque sabemos que no durará para siempre…”
¡DESPERTEMOS YA!... Aprovechemos nuestros años de consciencia para vivir intensamente. Al final, y en resumidas cuentas, esos años son muy pocos, y algunos, quizás nunca llegaron a vivirlos.
¡Que la gracia y las bendiciones de Dios te acompañen por siempre!
Frank Zorrilla
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