Mis queridos amigos y hermanos,
“Trueque inútil que cómo exabrupto fraguado lisonjean el delirio;
embeleso frágil, con aflicción perenne…
Plato exquisito a la vista;
Con su aroma seduce el olfato…
Lentejas que usurpan la dignidad y reprime bendiciones...”
Frank Zorrilla
En el libro de Génesis (primer libro de la Biblia), encontramos un suceso muy peculiar, pero con una gran enseñanza. Un suceso tan trascendental y de tanta importancia que, podemos decir, cambió el curso de la historia de la humanidad. Los protagonistas de esta historia, son Jacob y Esaú (hijos mellizos de Isaac con Rebeca).
Según Génesis 25:25, Esaú fue el primogénito (según la tradición hebrea la primogenitura tenia una connotación de primicias; lo que significaba que el agraciado recibiría como herencia, el doble de lo que los otros hermanos y la bendición paterna, que lo hacía acreedor de la autoridad sobre la familia). En otras palabras, el primer hijo (el primogénito) no solo tenía la precedencia de nacimiento, sino también, la dignidad y superioridad dentro del seno familiar.
Génesis 25:29-34 narra en detalles sobre el famoso suceso que involucra a los hermanos mellizos, dónde la sagacidad y astucia de Jacob se aprovecha de la torpeza y ligereza de Esaú, dando origen a la trama.
“Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: “Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado”. Y Jacob respondió: “Véndeme en este día tu primogenitura”. Entonces dijo Esaú: “He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?”. Y dijo Jacob: “júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura quedando sellada su suerte”… Y, ¿en qué consistía el guiso?… Un "plato de lentejas" con pan; una comida común y corriente, tanto en la antigüedad, como en nuestros días.
Me imagino que te preguntarás: ¿Cómo Esaú en un acto deliberado, pudo ceder sus derechos de primogenitura, por algo tan circunstancial como lo es un plato de lentejas, sin antes pensar en las consecuencias que este acto acarrearía en su futuro y el de los suyos?…
Desafortunadamente, Esaú quiso satisfacer sin titubear, los deseos de la carne. Fue seducido por el aroma; deslumbrados sus ojos por el aspecto apetitoso de las lentejas, y por el deseo de saciar su estómago. Desestimó o menospreció las bendiciones futuras, y sólo pensó en un presente inmediato.
Al leer sobre la acción de Esaú, estarás reflexionando: ¡Cómo puede existir una persona tan ignara y obtusa!… Pero, te has puesto a pensar: ¡Cuántos Esaús existimos hoy en día, los cuales cambiamos nuestras bendiciones por cosas sutiles y superficiales!…
Sin lugar a dudas, muchas veces actuamos como el Esaú del Génesis, y vendemos nuestra primogenitura dejándonos engatusar y persuadir por los “platos de lentejas” que son apetitosos a la carne, pero detrimento para el espíritu y perjuicio de nuestro bienestar y el de la familia. Como bien dice el apóstol, “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” (1 Juan 2:16).
Quizás, han sido muchas las ocasiones que hemos postergado nuestras bendiciones futuras, porque hemos hecho trueque por “platos de lentejas”. Algunos, por saciar un vicio o concupiscencia; otros por un deleite banal efímero; tal vez, por una mentalidad precoz; por un desliz, por nuestra debilidad de carácter o condición humana. Pero sin importar las razones, los resultados de esos trueques, son siempre lúgubres y funestos. Así como Esaú, con nuestras acciones deliberadas, entorpecemos nuestra brújula, nuestro destino, y por ende, nuestra existencia misma.
¡Qué consejo tan poderoso nos da el apóstol Pablo!: “Digo, pues: andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí.” (Gálatas 5:16-17).
Es cierto que en la mayoría de las veces, como pasó con Esaú, pensamos en el presente inmediato, pero no en las consecuencias de nuestras decisiones y actos. Nos dejamos persuadir por los instintos y por el beneplácito que puede producir en nuestra carne ese gran “plato de lentejas”. Dilema que el apóstol Pablo no era ajeno. “Pero veo una ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros; esto es, en mi carne.” (Romanos 7:23).
Y te preguntarás, ¿cuáles son los “platos de lentejas” que nos ofrece la vida, y que intercambiamos por nuestras bendiciones?…Esos platos son los deleites y deseos de la carne. Los mismos deseos y obras que el apóstol hace mención en su carta a los Gálatas. “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, deserciones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.” (Gálatas 5:19-21).
Es cierto que TODOS, en un momento dado, hemos hecho trueque de nuestras bendiciones por un inútil e insignificante “plato de lentejas”, y quizás, así como lo hizo el apóstol Pablo, hemos exclamado: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”… Hagamos lo mismo que hizo el apóstol ante esa interrogante. “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” (Romanos 7:24-25).
¡No intercambiemos nuestras bendiciones por efímeros y vanos platos de lentejas! Pensemos en los beneficios que obtendremos si crucificamos la carne con sus pasiones y deseos.
¡Dios los bendiga rica y abundantemente!
Frank Zorrilla
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