sábado, 16 de julio de 2016

EL SELLO DE DIOS IMPREGNADO EN NUESTRO CUERPO


Mis queridos amigos y hermanos,
    
     La tesis de la biología evolutiva:
“El Origen y Evolución de las Especies por Medio de Selección Natural” o si quisiéramos ser más creativos: “El Origen y Evolución de las Especies por Pura Casualidad del Destino”, escrita por el biólogo Charles Darwin, gozó de publicidad en un mundo de oscuridad e ignorancia científica. Época donde el ufano conocimiento de algunos genios del saber, se precipitaron osadamente en busca de la antítesis de la creación del hombre a través de medios seculares, diferentes a los conceptos bíblicos.

     Han transcurrido 157 años desde la publicación del  trabajo literario de Darwin. Obra literaria, que dicho sea de paso, se considera el fundamento científico de la teoría de la evolución.” Para algunos científicos ateos y Darwinistas, esta tesis fue la obra científica más importante del siglo XIX debido a que en síntesis, vino a explicar la existencia del hombre desde una óptica distinta al creacionismo”, usando el análisis científico de la observación para explicar: la adaptación de las especies al medio ambiente como derivado del efecto combinado de la selección natural y de las mutaciones aleatorias.
   
     Debemos recordar que en la segunda mitad del siglo XIX, el racionalismo humanista se había extendido en todos los ambientes científicos y se encontraba en pleno apogeo. Ya existían suficientes indicios de que la edad de la Tierra era mucho mayor de lo que se había pensado; hacía falta una teoría de carácter científico que encuadrase al ser humano en la historia del planeta.

     Por supuesto, la nueva teoría de la evolución tenía que cumplir con una condición aparentemente científica, se tenía que alejar completa y radicalmente de las ideas religiosas que tanto habían obstaculizado el desarrollo científico de los últimos siglos. En este contexto, y después de 20 años de investigación, surgió la teoría darwinista, mostrando los efectos de la evolución de las especies, y para algunos adeptos, no dejando duda razonable de que el hombre descendía del mono. 20 años de investigación y reflexión para finalmente, confundir y servir de piedra de tropiezo a incautos deseosos de derogar las verdades divinas.
   
     Para desmoronar esa ignara teoría darwinista, hablemos un poco de ciencia.

      Como ya tenemos constancia, el avance científico permite entrar en el mundo microscópico de estructuras moleculares del cuerpo humano y analizar profundamente la composición de las células organizadas en tejidos y órganos. La biología molecular nos ayuda a identificar macromoléculas, las cuales son las proteínas formadas por cadenas lineales de aminoácidos: los Ácidos Nucleicos, el Ácido Desoxirribonucleico (ADN o código genético) y el Ácido Ribonucleico (ARN). Estos ácidos dirigen todas las actividades del cuerpo, junto con los polisacáridos, formados por sub-unidades de azúcares….

     Cómo podemos observar, la configuración biológica de los seres creados por Dios es muy compleja. Es un mundo sub-atómico donde reina el orden en estructuras bioquímicamente definidas ideadas con el sólo propósito de mantener el organismo funcionando a perfección. 

     Es sumamente inverosímil pensar que ante tanta perfección biomolecular, los seres humanos seamos producto de una “entropía o energía en desorden, de un proceso caótico, o de una reacción azarosa y al azar.” Los avances científicos demuestran que sin lugar a dudas, ¡Somos copia exacta de un diseño inteligente llevado a cabo por un Ser con inefable poder y grandeza!

     ¿Acaso pones en duda tal afirmación? ...
   
 
L
as Sagradas Escrituras, nos demuestran, que en efecto, tenemos el sello de Dios plasmado dentro de las estructuras moleculares que forman nuestro cuerpo… 


     Y te preguntarás: ¿Cómo es esto posible?- Demos un vistazo a la carta del apóstol Pablo a los Colosenses.

    “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.” (Colosenses 1:16-17).

       En este versículo, el apóstol expresa con mucha claridad que, tanto las cosas visibles e invisibles fueron creadas en Cristo, por medio de él y para él; porque todas las cosas en él subsisten. Es decir: “Se mantienen o se conservan.” Por lo tanto, pertenecemos a Cristo, porque fuimos parte de la creación de Dios. 
 
     
     
     Ahora bien, ¿dónde está el sello de Cristo dentro de nuestro cuerpo el cual nos mantiene o conserva?... Sigamos leyendo la carta a los Colosenses...

    
     “y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Colosenses 1:20).

     El Apóstol habla de restablecer la concordia o la amistad entre partes que están en enemistad haciendo la paz a través del emblema de la cruz. Es decir, la tortura de Cristo en el madero, es el “sello de Dios dentro de nuestro cuerpo” para reconciliarnos con el Creador. Amistad que fue quebrantada cuando el hombre eligió desobedecer los designios divinos. 
     
     Y ¿Cómo sabemos que la cruz es el “sello de Cristo” dentro de nuestra estructura molecular?...

     Dejemos que sea la ciencia la que se encargue de discernir el enigma de la cruz a través de la medicina molecular.

     De las miles de proteínas que tenemos en nuestro cuerpo existe un tipo llamada: Laminina.” Esta es una proteína tan especial, que su función es vital para el buen funcionamiento de nuestro cuerpo, y sin ella no pudiéramos subsistir pues es la molécula proteica que mantiene el mundo celular unido. En otras palabras, es cómo el pegamento que mantiene unidas las células y órganos de nuestro cuerpo. Sin ella nos desmoronaríamos y moriríamos irremediablemente.

     En términos científicos, la Laminina: es una glicoproteína que es parte de la matriz extracelular en humanos y animales. Un componente del tejido membrana basal conectivo y que promueve adherencia de la celda. Cada una de las cadenas polipeptídicas está constituida por más de 1,500 aminoácidos. 

     La estructura molecular de la Laminina es tan especial, que cuenta con cuatro armas que pueden unirse a otras cuatro moléculas formando de manera asombrosa, ¡la figura de una Cruz!
    
    
      Es como si Dios, en su divina majestad y amor por el ser creado, plasmó en nuestro ADN el sello de su eterna salvación. 

     Somos literalmente sostenidos por la cruz. Y para los escépticos, el descubrimiento de que el tejido vivo se mantiene unido por una proteína que tiene la figura de una Cruz, es un recordatorio imponente de varias verdades bíblicas.

     Se ha predicado de la cruz por todo el mundo, como una verdad objetiva externa. Pero verla como una verdad interna, vital a la vida misma, es traer a Cristo a un entero nuevo nivel en el diálogo humano. Entre otras cosas, tiene que ver directamente con el acalorado debate actual acerca del “diseño inteligente.” 

Darwin nunca pudo ni remotamente llegar a imaginar la perfección microscópica que caracteriza la vida al nivel celular.

     Después de todo, debemos tener presente que el hombre sobre la Cruz era el Creador. Para los creyentes, la Cruz no es, no fue, ni será simplemente un instrumento de ejecución; fue un instrumento de vida, y comenzó con la encarnación.

     En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.” (Juan 1:1-4).

     El Verbo se encarnó en carne humana para traer vida. Con gran cuidado y carácter específico, el apóstol Juan señala que, "Él creó todas las cosas de la nada, y que nada existiría si no lo hubiese hecho existir".  En su Omnisciencia, Él ideó el plan de salvación desde antes de la creación del hombre, y lo dejó plasmado en lo más profundo de nuestro ser, ¡cómo Sello de Redención!

¡Dios los bendiga y los guarde!

Frank Zorrilla